viernes, abril 27, 2012

La balada del verdugo

Tal vez suceda en la mañanita, cuando los padres dejan a sus hijos en la puerta del colegio y apuran el paso para llegar temprano a la oficina, u ocurra más tarde, justo al mediodía, cuando los trabajadores destapan sus viandas de comida o cruzan la calle para comprarse cualquier «bala fría». Y sin embargo también es posible que ninguna de estas suposiciones sea verdad, y todo pase a finales de la tarde, principios de la noche, en ese tiempo muerto en que los conductores maldicen la suerte que los condena a perder horas de vida en un tráfico que no avanza. Lo único que sabemos, nuestra única certidumbre, es que hoy es viernes y el vicepresidente de la república se reunirá con el elenco de verdugos institucionales deseosos de conocer el modo cómo habrá de aplicarse la «justicia revolucionaria».
Cuesta reponerse de la sensación de asco producida por las confesiones televisivas del coronel Eladio Aponte Aponte. Un asombro si se quiere incomprensible porque, visto en perspectiva, su nauseabunda declaración guarda mucho parecido con el escándalo de las filtraciones de información diplomática hechas por Wikileaks, porque el ex magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, al igual que el australiano Julian Assange, no reveló nada que la ciudadanía informada no supiese: la sumisión absoluta del Poder Judicial a las órdenes del Poder Ejecutivo, el empleo de la estructura tribunalicia para criminalizar la actividad política de la oposición,  la intimidación de los jueces ajenos al proceso bolivariano, el nexo de parte de la cúpula militar con la industria del narcotráfico, la manipulación de fallos y decisiones judiciales, la existencia de presos políticos, la adulteración de pruebas y el forjamiento de credenciales.
Las bascas se intensifican cuando presenciamos el modo servil como la bancada mayoritaria del parlamento nacional (el llamado «Bloque del Cambio»: cambio de casa, cambio de carro, cambio de zona de residencia) se solidariza con los funcionarios señalados por Aponte Aponte y tiene a bien anunciar una sesión especial de desagravio para reparar las reputaciones deshonradas. Con esta renuncia al cumplimiento de las responsabilidades contraloras, los diputados foca de la revolución bolivariana desnudan ante el país la verdadera fuente de legitimación del sistema chavista; un postulado seudofilosófico que se resume en la siguiente expresión: el poder no reside en la voluntad de los votantes (a quienes se les negó el derecho constitucional a contar con una investigación detallada y rigurosa acerca de las acusaciones hechas por el exmagistrado), sino en los requerimientos mercantiles de una camarilla de conspicuos generales, con mando de tropa y presencia privilegiada en las tareas de gobierno, que tienen la capacidad de declarar y ejecutar el «estado de emergencia» (la condición suficiente y necesaria, a juicio de Carl Smith,  para determinar el verdadero dueño de la soberanía).
Y aunque a los ojos del pueblo Eladio Aponte Aponte se confirma como el «montesinos del chavismo», la fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz, acusada de efectuar llamadas telefónicas para amañar juicios de tinte político y mantener una nómina de fiscales estrellas encargados de actuar en casos especiales, en lugar de poner su cargo a la orden, tiene el tup
é de decir que las declaraciones del exmagistrado no son suficientes para iniciar una investigación en Venezuela, porque la apertura de juicios sigue un procedimiento establecido en el Código Orgánico Procesal Penal. «¡Qué inseguridad jurídica tendrían los ciudadanos si el Ministerio Público inicia una investigación y procesa judicialmente a alguien porque una persona vaya a un medio de comunicación a ofrecer informaciones mediáticas¡ (…) Aponte Aponte tuvo la oportunidad, mientras fue magistrado del TSJ y antes de evadir la justicia venezolana, de formular estas denuncias públicamente y ante los organismos competentes del Estado y, sin embargo, no lo hizo», argumenta Ortega Díaz.
Sin entrar a comentar la burda operación de manipulación semántica que ensaya la fiscal al dejar implícita la sinonimia entre los adjetivos «falso» y «mediático», nos preguntamos las razones por las cuáles el antiguo fiscal militar se abstuvo de acudir a la justicia venezolana. El propio Aponte Aponte nos saca de la duda al responderle a la periodista Verioska Velazco: «La justicia no vale. La justicia es una plastilina porque se puede modelar a favor o en contra (…)
Yo era parte del Poder Judicial de una manera protagónica. Y quizás muchas de las cosas que suceden ahorita existieron bajo mi responsabilidad. Pero una vez que yo vi que me midieron con la misma vara y el mismo metro con el que miden a los demás, me dije: Esto no es la justicia que se proclama (…) Sé lo que me espera y lo que me espera no es nada bueno».
El otrora hombre fuerte del Poder Judicial, el implacable perro de presa de la justicia revolucionaria, no logra explicarse los motivos de su repentina caída. El desconcierto se apodera entonces del ánimo del funcionario venal y prevaricador, desinhibe sus mecanismos de defensa psicológica y revela la verdad del subconsciente, a través de palabras que se agrupan en un discurso que por deslavazado no deja de ser cínico. A la interrogante sobre las causas que mueven al gobierno a pedir su cabeza, luego de once años de absoluta impunidad, la mente alterada de Aponte Aponte no discurre con arreglo a la condición de juez de la república, sino a partir de las pautas de conducta de un oficio ominoso e inconfesable: «En mi caso, sí cabría la paradoja de pasar de perseguidor a perseguido».
Habla pues el verdugo y cada una de sus palabras aporta la letra de una quejumbrosa melodía que suena, en nuestros oídos, como la balada del ángel caído, del ser apestado. ¿Es un hombre? Nadie lo ha descrito mejor que Joseph de Maistre (el apóstol de una monstruosa trinidad formada por el papa, el rey y el verdugo, según Isaiah Berlin): «¿Quién es este ser inexplicable? Es como un mundo en sí mismo… Apenas se le ha asignado su morada… cuando sus vecinos se van a vivir a otra parte… En medio de esta desolación… vive solo con su pareja y con sus crías, quienes le enseñan el sonido de la voz humana. De no ser por ellos, no oiría nada más que gritos de agonía... Uno de los más humildes servidores de la justicia toca a su puerta y le dice que se requieren sus servicios. Él acude. Llega a una plaza pública, atestada de gente, con rostros expectantes. Arrojan a sus pies a un preso, un parricida, un hombre que ha cometido un sacrilegio. Él se apodera del hombre, lo estira, lo ata a una cruz que yace en el suelo, levanta los brazos, y hay un silencio terrible. Sólo es interrumpido por el sonido de los huesos que se quiebran bajo los golpes del mazo de hierro y los alaridos de la víctima. Desata al hombre, se lo lleva a la rueda; coloca los miembros rotos alrededor de los radios de la rueda, con la cabeza colgando. Los cabellos se paran de punta, y de la boca ―abierta como la puerta de un horno encendido― salen, a intervalos, sólo unas cuantas sílabas entrecortadas, suplicando la muerte. El verdugo ha terminado su tarea; el corazón le late violentamente, pero con placer; está satisfecho de su trabajo. En su corazón, se dice: “Nadie quiebra hombres en la rueda mejor que yo”. Desciende del patíbulo y extiende la mano ensangrentada, en la cual, desde lejos, un funcionario arroja unas cuantas monedas de oro. El verdugo se las lleva, pasando entre dos hileras de seres humanos que retroceden ante
él, horrorizados. Se sienta a la mesa y come, se va a la cama y duerme, pero al despertar a la mañana siguiente, piensa en todo, salvo en su ocupación de la víspera. ¿Es un hombre? Sí, Dios le permite entrar en sus santuarios y acepta sus plegarias. No es un criminal, y sin embargo, no hay lenguaje humano que se atreva a llamarle, por ejemplo, virtuoso, honorable o estimable… Y sin embargo, toda grandeza, todo poder y todo orden social dependen del verdugo. Es el terror de la sociedad humana y el nexo que la mantiene unida. Suprimid del mundo esta fuerza incomprensible y en ese mismo momento el orden será sucedido por el caos, caerán los tronos, desaparecerá la sociedad. Dios, que es la fuente del poder del gobernante, también es la fuente del castigo. De estos dos polos ha suspendido Él nuestro mundo, “pues el Señor es el señor de los polos gemelos, y en torno de ellos hace girar el mundo”».
Cae el verdugo pero no cae el reino de Hugo Chávez, demiurgo revolucionario que desprecia las plegarias de Aponte Aponte y prohíbe su entrada a los santuarios del panteón bolivariano. Lo ha desechado como un condón usado, para decirlo con un fino símil ideado por el ingenio sabanetero. «Yo creo que el gobierno me dio la espalda desde hace mucho tiempo, desde hace más de un año. Lo que pasó fue que no me di cuenta. A lo mejor ya no les era útil o tenían que buscar a alguien que fuera más condescendiente con lo que deseaban hacer (…) Me siento traicionado por mis camaradas, por todos, la lista sería interminable. Antes me llamaban y nos veíamos. Pero ahora ninguno de ellos me contesta el teléfono. Nadie quiere saber de mí ni verme la cara», dice Aponte Aponte, en una nueva estrofa de la balada del verdugo apestado.
La política es un espejo que se traga las caras de quienes se ven reflejados en él, nos advierte Ricardo Piglia en su novela La ciudad ausente, porque en la luna del poder aparecen, se miran y se pierden unos rostros que serán luego sustituidos por otros rostros que también aparecen, se miran y se pierden: «Quien tiene poder, sí tiene poder, quiere que lo miren». Pero ahora nadie detiene la mirada en el perseguidor de antaño. Es el castigo fatídico de quienes ofrendan su vida en el altar de una tradición tenebrosa.
Al reflexionar sobre los llamados procesos de Moscú, el escritor checo Milan Kundera recuerda el asombro que le causaba el presenciar la fría aprobación con la que los hombres e intelectuales de Estado comunistas aceptaban la condena a muerte de sus amigos. «Porque eran todos amigos», recalca Kundera, «porque se habían conocido íntimamente, habían vivido juntos momentos duros, emigración, persecución, larga lucha política. ¿Cómo pudieron sacrificar su amistad, y de esa manera tan macabramente definitiva? Pero ¿era realmente amistad? Hay un tipo de relación humana para la que, en checo, se emplea la palabra sudruzstvi (sudruh: camarada), o sea “la amistad entre camaradas”, la simpatía que une a aquellos que comparten la misma lucha política. Cuando desaparece la entrega a la causa común, también desaparece la razón de la simpatía. Pero la amistad que está sometida a un interés superior a la amistad no tiene nada que ver con la amistad».
El hombre religioso interesado en analizar la caída de Eladio Aponte Aponte a la luz de un pasaje bíblico haría mal en seleccionar, para semejante ejercicio intelectual, la denominada «parábola de los talentos», porque, si es verdad aquello que la extensión del universo cognoscitivo y expresivo de un hombre viene dado por la cantidad de palabras que conforman su vocabulario, debemos
 concluir, forzosamente, que el exmagistrado tuvo una escasa dotación inicial. Antítesis de Licurgo y Hammurabi, el único mérito de Aponte Aponte ha sido el saber reemplazar la virtud de la sabiduría por la habilidad para la maroma y el truquito. Su deseo de deshacerse de libros y tratados jurídicos no nos permite incluirlo en la taxonomía creada por el poeta Czeslaw Milosz para clasificar a los diferentes tipos de intelectuales comprometidos con el sistema de dominación comunista (el moralista, el amante desdichado, el esclavo de la historia y el trovador). A lo sumo encaja en la categoría del «camarada cínico» (ideada por el novelista Sándor Márai): un sujeto impúdico y amoral que entiende los discursos de redención social como una oportunidad de enriquecimiento para él y una minoría carente de nobleza y talento.
Bicho de rebaño, Aponte Aponte es el mago de las destrezas menores, de las triquiñuelas que ayudan a imponerse en los espacios hacinados del cerco totalitario, esa variante moderna del establo cuya calidez tranquiliza. Cuando analizo el modo cómo este dechado de caradurismo y mediocridad pudo trepar a la máxima instancia judicial sólo pienso en un extenso pasaje del libro de memoria ¡Tierra, Tierra!, del Sándor Márai: «En Hungría, las celebraciones onomásticas siempre han dado lugar a fiestas solemnes, multitudinarias y tribales. Así que, según las indicaciones del calendario gregoriano, el 18 de marzo de 1944, día de Sándor, Alejandro, invitamos a algunos parientes a la casa (…) Los presentes empezamos a hablar apasionadamente de política. Aquella noche fue singular y se recordaría no sólo por lo que ocurrió más tarde ―la desaparición completa y la aniquilación total de una forma de vida―, sino también por otras razones: fue uno de esos momentos en los que se puede atisbar el propio destino, tanto por lo que comprendíamos y conocíamos como por lo que nos dictaba el instinto. Nuestros invitados, todos parientes, eran inequívocamente contrarios a los nazis, salvo uno (…) La mayoría estábamos de acuerdo en que no podíamos esperar nada especialmente bueno. Sin embargo, aquel pariente que era amigo de los nazis no tardó en sacar a colación la leyenda de “las armas milagrosas”. El país entero conocía esas historias: se hablaba de armas que “congelarían” al enemigo, de aviones que volarían a tal velocidad que obligaría a fijar con yeso a los pilotos para que se mantuvieran en sus asientos… Nosotros rechazamos tales disparates con un ademán despectivo (…) Yo expresé mi opinión de que había que enfrentarse a todas las consecuencias y romper de una vez con los alemanes, y la mayoría estuvo de acuerdo conmigo, aunque de manera poco resuelta, excepto el pariente amigo de los nazis, que protestó. Estaba un tanto bebido y empezó a golpear la mesa, repitiendo las frases de los editoriales que pedían “firmeza” y la “lealtad” debida a nuestros aliados. Cuando me enfrenté a él, me dio una respuesta inesperada y sorprendente:
―¡Yo soy nacionalsocialista―dijo a viva voz, y me señaló―: Tú eres incapaz de comprenderlo porque tienes talento. Yo no tengo talento, así que necesito el nacionalsocialismo.
Aquel pariente irascible acababa de pronunciar unas palabras significativas que expresaban la verdad de su vida, y a continuación se quedó mirando el vacío, muy aliviado. Varios de los presentes rieron, aunque de manera amarga, pues nadie tenía verdaderas ganas de reír. Al darme cuenta de ello, le dije que no confiaba mucho en mi “talento” ―puesto que se trataba de algo que había que demostrar día a día― y que en ningún caso sería partidario de las ideas nacionalsocialistas, incluso aunque no tuviera talento alguno, cuestión que, por otra parte, tampoco era imposible… Mi pariente movió la cabeza con seriedad y me respondió así:
―Tú no puedes comprenderlo―repitió de manera mecánica, y se golpeó el pecho―. Ahora se trata de nosotros, de los que no tenemos talento ―precisó con una extraña actitud de confesión, como el héroe de una novela rusa―. ¡Esta es nuestra oportunidad!»
Verdugo, sicario institucional, condón usado: Eladio Aponte Aponte es simplemente uno de los miles de hombres y mujeres sin talento que identificaron en la revolución bolivariana la oportunidad histórica para robar y avasallar a sus hermanos. A nosotros, los pendejos.

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miércoles, abril 18, 2012

De golpes y antigolpes

El eterno candidato de la revolución bolivariana, con la serenidad de ánimo que le brinda el saberse jefe directo de cuatro de los cinco rectores del Consejo Nacional Electoral y dueño de la lealtad aspaventosa del ministro de la Defensa, acaba de anunciarle al país su voluntad de respetar los resultados de los comicios presidenciales.
De este modo, con la misma temeridad con la que un jugador desfoga su ludopatía en timbas y garitos, el teniente coronel Hugo Chávez Frías confirma su arriesgada apuesta por la pureza adamantina de los escrutinios del próximo 7 de octubre (apuesta que, por cierto, nada tiene que ver con el hecho, si se quiere anecdótico, de que los datos electorales vayan a ser transmitidos, vía electrónica, por una compañía de telecomunicaciones supervisada por técnicos cubanos y llenas de activistas del Partido Socialista Unido de Venezuela).
Pero el compromiso «institucional y democrático» del líder intergaláctico no ha sido imitado por Henrique Capriles Radonski, majunche candidato de la oposición apátrida, quien cobardemente se ha negado a exteriorizar su acatamiento incondicional de la suprema voluntad del pueblo, la cual, como todos sabemos, no puede ser otra que la autorización para extender, por seis años más, la dominación absoluta de los poderes públicos por parte del arañero de Sabaneta. Ya lo dijo el reputado constitucionalista Cristóbal Jiménez: «A mecerse en un bejuco / pueda que vuelva Tarzán / puede volver Rintintín / puede volver Supermán / y puede volver Cantinflas / con Capulina y Tintán / pero adecos y copeyanos / esos nunca volverán». (Misterio: ¿Cómo puede volver aquello que nunca nos abandonó?).
Ante tan culposo silencio, y resteado completamente con la institucionalidad democrática del país, Hugo Chávez Frías, precoz conspirador de la Academia Militar, sagaz golpista del 4 de febrero de 1992, ha dispuesto la creación de un Comando Especial Antigolpe (CEP), para yugular cualquier aventura sediciosa de la sociedad civil fascista (poco le importa que, históricamente, el concepto de fascismo exija la presencia de una corporación castrense que funcione, en la práctica, como una facción pugnaz y en permanente movilización).
Las cosas no andan para guachafitas: nunca como ahora la guadaña se cierne sobre la república de Bolívar. Razón por la cual este humilde cronista se abstiene de incurrir en la liviandad de atribuir la medida presidencial al delirio persistente de una psicología paranoica. Por el contrario, la dramática realidad de nuestros días nos recomienda más bien obsequiarle un voto de confianza a quien históricamente se ha revelado como la persona de mayor experiencia en materia subversiva, porque la lógica indica que nadie mejor que un militar felón, violador contumaz de los juramentos de honor, para columbrar la inminencia de un ambiente de asonada y traición.
Empero (por fin consigo emplear esta antigualla), si todo lo anterior es verdadero, no lo es menos que esa suerte de chamán de las oscuras artes del golpismo, que es Hugo Chávez, pudiese incurrir en pecado de hybris si, envanecido por su vasta erudición en rebeliones cuartelarías, se abstuviese de sopesar sus barruntos y presentimientos a la luz del juicio iluminado de otro maestro de los arcanos de la conspiración, como, por ejemplo, el inmortal Nicolás Maquiavelo.
En el opúsculo De las conjuras (Taurus, 2012), el inmortal genio florentino advierte a sus lectores: «Un príncipe que quiera estar a salvo de las conjuras debe, pues, temer más a aquellos a quienes ha complacido demasiado que a lo que han recibido demasiadas injurias: porque a éstos les falta la facilidad que a los otros les sobra, y además su determinación no es tan firme, porque el deseo de mando es mayor que el de venganza».
No deja de ser lamentable que tan brillante consejo, venido desde los tiempos renacentistas, llegue con tanta tardanza a los oídos presidenciales, porque sabido es que los miembros del Comando Especial Antigolpe juramentado por Chávez son los principales sospechosos de esta costosa mojiganga de la comedia bananera y tercermundista.
El que va a caer no ve el hoyo y el obseso, en su monomanía, no consigue distinguir a las hienas de los perros fieles. «Los hombres se engañan a menudo respecto a los sentimientos que les profesan los demás, por lo que nunca puedes estar seguro de nadie sin haberlo puesto a prueba, y hacerlo es muy peligroso; y aún cuando en otras ocasiones te haya sido fiel, en asuntos de menor cuantía, no puedes basarte en ello en toda ocasión, siendo el peligro incomparablemente mayor», reflexiona Maquiavelo.
Oculto designio de la divinidad: el hombre afila el cuchillo que lo degollará, enhebra la soga que lo ahorcará, extrae la ponzoña que lo matará. Nos comenta Adam Phillips en un imprescindible ensayo: «“El traidor”, escribe Elaine Pagels en Reading Judas, “siempre nos intriga más que los discípulos que permanecen leales”. Lo que parece sugerir esta reflexión es que de los relatos de traición obtenemos un tipo de placer que no podemos obtener de los relatos sobre lealtad ―más placer o un tipo diferente de placer―. Como si la falta de lealtad nos ofreciera algo que la lealtad no puede. Como si nos intrigara la parte de nosotros que puede traicionar a otros, particularmente a aquellos que amamos y admiramos. Como si hubiera una especie de vitalidad prohibida en esta parte de nosotros, algo moralmente equívoco y atrayente (…) La traición es una modalidad ominosa de la intimidad, una de las formas de la revelación».
La fascinación por la traición: tal vez la explicación más adecuada del porqué convertimos en nuestro líder al peor de nosotros, a lo peor de nosotros.

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viernes, abril 13, 2012

Guillén

Sostiene la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi que la libertad de expresión implica también la libertad de ignorancia. Tal vez Oswaldo Guillén ejerció ambos derechos cuando, entrevistado por un reportero de la revista Time, reveló su admiración por el dictador cubano Fidel Castro y su capacidad luciferina para mantenerse en el poder por más de cinco décadas (no hay que olvidar que el pobre Ozzie apenas estuvo ocho años al frente de las Media Blancas de Chicago).
El revuelo causado por las declaraciones del pelotero venezolano arroja luz sobre algunos fenómenos dignos de ser analizados. El primero de ellos, el destino fatídico de aquellas víctimas que terminan por parecerse a sus victimarios, debido al fomento de una memoria del resentimiento (« ¡Ni perdón ni olvido! ») que sólo consigue aplacarse mediante los placeres de la retaliación. Aunque una mayoría de los miembros de la comunidad cubana residente en los Estados Unidos se vanaglorie ruidosamente de sus convicciones democráticas, lo cierto es que la magnitud del fanatismo anticastrista es tal que los lleva a reproducir, en sus reacciones y comportamientos, algunos de los mecanismos de coerción y supuesta censura moral empleados por las dictaduras de cualquier signo político.
La ira de la comunidad cubana sólo amainó cuando el antiguo campocorto Oswaldo Guillén acudió de «manera voluntaria» al paredón de la opinión pública para confesar, con los gestos adustos de un dirigente repudiado por la cúpula de la revolución comunista, la magnitud de su culpa, la atrocidad de la falta cometida. Este reconocimiento del castigo necesario fue el comienzo de una expiación que culminaría más tarde con una declaración que nadie le había solicitado al mánager de los Marlins: «Chávez está haciendo, poquito a poco, el mismo daño que Fidel le está haciendo a los cubanos. No coincido con su ideología ni comparto lo que está haciendo con nuestro país». ¡Tarde piaste pajarito!
Sorprende la comparecencia de este hombre tan sumiso y apocado, sobre todo cuando siempre se ha mostrado como una persona vehemente en la defensa de sus opiniones. De hecho, recientemente los usuarios de las redes sociales leyeron asombrados las groseras respuestas de Ozzie por las críticas hechas a su deficiente ortografía en los mensajes de Twitter («Yo escribo como quiera, no estoy dando clases de castellano» / «Prefiero ser burro con plata que inteligente pelando, lo digo por experiencia»). Es por ello que nos cuesta entender el extraño sortilegio que convierte al energúmeno de ayer en el policía-como-jobo de hoy. Una razón que pudiese explicar la radical transformación de Guillén es la posibilidad real de perder un contrato multianual de cuarenta millones de dólares firmado con la directiva de los Marlins. Sin embargo, el factor monetario no necesariamente sea la respuesta última del acertijo. Quizá se trate, en el fondo, del temor a padecer las consecuencias asociadas al hecho de perseverar en una opinión contraria al criterio de la mayoría, ese vestiglo tan dado a improvisar su tiranía en los confines del sistema democrático. No olvidemos la observación del filósofo Arthur Schopenhauer: «El instinto social del hombre no se basa en el amor a la vida en sociedad sino en el miedo a la soledad».
Pero el grandeligas no está solo en su hora nona. En torno a su demudado semblante se arremolinan, como fieles escuderos, las plumas más prestigiosas de cierta prensa deportiva, las cuales, en lugar de limitarse a la cobertura objetiva de la noticia llegada desde Miami, se precipitaron a solidarizarse con el «compañero», el «amigo», el «hombre». Olvidan los tales reporteros que, como consecuencia de las pautas deontológicas de su profesión, deben renunciar a la tentación del amiguismo y el compadrazgo para limitarse exclusivamente al cultivo de la fuente periodística.
Capítulo aparte merecen aquellas personalidades de la vida nacional que, en aras de un guabineo ontológico, tienen a bien deshumanizar a los deportistas, incluso hasta el punto de negarles el ejercicio de los derechos ciudadanos. Según ellos, los deportistas de hogaño no se diferencian mucho de los gladiadores de antaño. «Pelotero no es gente» y únicamente sirve para jonronear o poncharse, no mucho más. No son nadie para albergar y manifestar una idea política. Por eso, el presidente de la Liga Profesional de Béisbol Venezolano, @josegrasso, le aconseja muy elegantemente a Guillén que domine a la sinhueso, porque «no se debe ligar el deporte con la política», a menos que la revolución te meta la mano en los bolsillos (como en el caso del Reglamento de la Ley del Deporte). Entonces en ese caso, sí se justifica proceder a romper el vidrio del guabineo y el silencio oportunista.
Porque esa, y no otra, es la aspiración de los guabinosos y pasteleros: disipar la controversia que emplaza a las personas a formalizar sus opiniones y las distrae del perfeccionamiento de nuevos y decadentes métodos de contemporización y pervivencia.
Triste remedo del famoso verso de la Balada de la Cárcel de Reading: todo hombre intenta sobrevivir a lo que ama (otra forma de la traición), el valiente con la lucha y el cobarde con un mea culpa insincero y a destiempo; ¿el más infructuoso? Tal vez el recitado por el general Arnaldo Ochoa ante un tribunal de la revolución cubana:

«En cuanto a las acusaciones que se me hacen quiero además decir que no sólo esto que hoy se ha leído aquí, sino que todo lo que ha salido por la prensa, por la televisión, o sea todo lo que se ha dicho, se ajusta exactamente a la verdad. Y creo que este relato que acaba de dar el ministro es mucho más explícito que lo que yo mismo pudiera decir. Y yo le diría que no es fácil, dentro de los tormentos por los que yo he pasado y paso, de una traición a la patria, centrarse en cuáles fueron los motivos que poco a poco me llevaron a mí a este estado de degradación. Sí creo, a priori, que uno empieza por algo y empieza por detalles en la vida. Y yo diría que empieza desde gruñir cuando le dan una orden hasta terminar pensando que todo lo que viene del mando superior está mal ordenado. Y por ese camino uno se hace de un pensar independiente y llega a creer que uno es el que tiene la razón y uno mismo, inmoralmente, se justifica las barbaridades que hace. ¿Qué puede sentir aquel ser humano que su pueblo lo desprecia por culpa de él mismo? Creo que hoy el tribunal de mi propia conciencia es más duro que cualquiera. Dondequiera que yo me pare, el tiempo que viva, asumiré esta actitud y esta responsabilidad, y, aunque no lo crean, ya hoy he empezado a ser otro ser humano. Hasta yo mismo me desprecio. Ya no hay razón de vida. No espero más nada (…) Pero sí quiero decirle a los compañeros que creo que traicioné a la patria y, se los digo con toda honradez, la traición se paga con la vida».
Como reza el famoso quiasmo atribuido a Pascal: «Cuando no se vive como se piensa se termina pensando como se vive».

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