sábado, mayo 11, 2013

Oblómov


Oblómov, novela de Iván Goncharov (1821-1891), es el secreto mejor guardado de la literatura humorística mundial. Sorprende que tan poco se sepa de tan curioso personaje, suerte de Quijote ruso que encuentra su mayor ambición y su más febril delirio en las horas robadas al trabajo.
«¿Por qué seré yo así?», se pregunta entre bostezos el joven Iliá Ilich Oblómov, terrateniente avecindando en una de las grandes casas de la calle Gorójovaia en San Petersburgo. Honda disquisición filosófica interrumpida por Zajar, fiel mayordomo de la familia, quien entra en la habitación para informar que pronto serán las once de la mañana, y el amo ni se ha levantado ni lavado…
«¡Pero si no me he lavado aún!», responde angustiado Oblómov, «¿Cómo es eso posible? Y además no he hecho nada. Quise exponer el plan de obras por escrito y no lo hice, tampoco escribí al jefe de la policía, ni al gobernador; empecé a escribir una carta para el dueño del piso, pero no la terminé, no comprobé las facturas, ni le di el dinero a Zajar. ¡Perdí la mañana en balde! ¿Cómo ha sido posible? ¿Otros lo habrían hecho todo? Otros, otros… ¿Qué significa ser otros?».
Superado el momento de debilidad interior, el paladín del sedentarismo, el bueno de Iliá Ilich («nada le impedía pensar acostado», nos dice Goncharov), se defiende de aquellos que critican su predisposición a la vida muelle. Confiesa que, mientras permanece tendido en la cama, su mente, inquieta, rehúye del sueño y se engolfa en las maneras de mejorar la vida de los trescientos cincuenta campesinos que habitan en la villa de Oblómovka, siervos que anualmente le dejan la bicoca de diez mil rublos de renta.
Aunque si somos sinceros, tenemos que precisar que la angustia de Oblómov nunca alcanza los niveles de alarma necesarios como para justificar el levantarse y ponerse en marcha. Bajo el acoso de molestos pensamientos, de tareas cuyo cumplimiento a menudo se sobrepone con el inicio de nuevos deberes, el hombre enfundando en un batín de seda asiática se pregunta: ¿Cuándo se vive? ¿Cuándo?
Se vive a cada instante, a cada segundo, sostiene Andrei Shtolz, una presencia venida de los tiempos de la infancia, un próspero comerciante y, sobre todo, un hombre de acción, quien le advierte a su amigo: «El trabajo da forma, contenido y plenitud a la vida, a la mía por lo menos; tú, por ejemplo, has desterrado el trabajo de tu vida y ¿a qué la dejaste reducida? Empezaste por no saber ponerte solo las medias y acabaste por no saber vivir. Trataré de hacerte cambiar, tal vez por última vez. Pero si después sigues metido aquí acabarás perdido del todo. Serás una carga para ti mismo. ¡Ahora o nunca!». Ante la indolencia de su interlocutor, Shtolz, testigo forzoso de los efectos nefastos del estancamiento existencial, acuña el nombre de la deletérea utopía de la inmovilidad: el oblomovismo.
¿Qué es el oblomovismo? A los ojos del común quizás consista en una persona floja e irresoluta, que gusta de vegetar en su habitación a la espera de la muerte. Sin embargo, puede ocurrir que para el propio Oblómov el oblomovismo no sea una afición sino más bien un aborrecimiento. ¿A qué? «A esta vida, al constante correr de un lado para el otro, al enorme juego de las pasiones más viles; en particular, la avaricia las zancadillas de unos y otros para abrirse camino, los chismes, la maledicencia, las faenas recíprocas, el mirarle a uno de pie a cabeza. Sí prestas oído a lo que dicen acabarás mareado, entontecido. A primera vista la gente parece tan inteligente, tan digna, pero su único tema de conversación es: “A Fulanito le concedieron esto”. “Aquel otro consiguió el contrato, ¿por qué razón?”, grita uno.  “Éste perdió ayer en el club”. “¡Aquel lleva  trescientos mil rublos  ganados en el juego!”. ¡Qué aburrimiento, qué aburrimiento! ¿Dónde está el ser humano? ¿Dónde su integridad? ¿Cómo pudo empequeñecerse de ese modo?».
Cada cual tiene su destino y Oblómov únicamente desea vivir el suyo. Sabe muy bien que no nació ni fue educado para ser un gladiador, sino para ser un espectador de la lucha. Allá aquellos espíritus nacidos para arrostrar las facetas agitadas de la existencia; él, Iliá Ilich, se conforma con una vida sencilla, sin sobresaltos, capaz de demostrar a sus paisanos que el ser humano puede conocer en la tierra las bondades celestiales de una existencia de sosiego y paz interior.
Sin embargo, el amigo no se deja seducir por el melifluo discurso del «Platón de Oblómovka». La novela avanza y Adrei Shtolz, comprometido con la cruzada de salvar a un ser querido, consigue reclutar a un alma caritativa: la joven Olga Serguéievna. La seductora inteligencia de esta mujer (¡qué bellos diálogos obsequia Goncharov a sus lectores!) revive el aletargado corazón de Oblómov y le hace creer en la posibilidad de un nuevo comienzo, en la conveniencia de una vida signada por la agitación y la intranquilidad nacidas del deseo. ¿Pero tiene el amor la fuerza suficiente como para erigirse en vacuna contra el mal del oblomovismo?
De esta gran obra, escribe Claudio Magris en su libro Utopía y desencanto: «La flojera y la acedía de Oblómov constituyen una respuesta, grandiosa en su negatividad, ora amarga, ora tragicómica, a una vida que parece haberse hecho, bajo algunos aspectos, cada vez más invivible e irreal, agrediendo al individuo y convirtiéndolo en el blanco de un febril bombardeo de deberes, estímulos, agobios, impulsos, cometidos, solicitudes u órdenes que le impiden vivir. “¡La vida apremia, urge por todas partes!”, exclama angustiado Oblómov dándose la vuelta en la cama; no se puede vivir, de la misma forma que es imposible dormir cuando te pican continuamente los insectos (…) En un mundo en el que cada vez estamos más llamados a hacer, a producir, hablar, escribir, comentar, participar, emprender —en una movilización general cada vez más impulsiva, en que a menudo parece no saberse cuándo se vive—, esa indolencia de Oblómov puede ser una extrema defensa de la libertad; tal vez su posición, allí tumbado en la cama, que se prolonga durante páginas y más páginas, sea más digna del hombre de cuanto lo sea el continuo presenten armas a la orden del día».
Oblómov ya forma parte de mis novelas preferidas.

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