viernes, noviembre 10, 2006

Todos colegas

Echo de menos aquellos tiempos en que sólo los economistas sabían de economía. Se trata de la misma lejana época en la cual únicamente los periodistas se jactaban de conocer los vericuetos del periodismo; momento fugaz de la raza humana en la que la elaboración de récipes y chequeos médicos estaba reservado, de forma exclusiva, a los estudiantes familiarizados con el juramento hipocrático.
Hoy no es así. Hoy es distinto. Hoy todos saben de todo. Para conocer las políticas fiscales y monetarias requeridas para vencer la inflación basta con consultar a nuestro vecino de puesto, en la oficina, en el metro, en la camionetica. ¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Porque quién mejor que un consumidor, combatiente diario contra la mano invisible del mercado y los vaivenes en los precios de los bienes y servicios, para determinar la trayectoria exacta que nos sacará del vaporón.
Para curar una hernia discal solamente tenemos que levantar la bocina y preguntarle a la voz que se encuentra al otro lado del hilo telefónico, qué monte o guarapo será mejor para restituir la salud menguada. Entonces el novísimo experto, que antiguamente hubiese sido considerado como un yerbatero, se empina en el promontorio de su actual prestigio académico, para recetarnos la ingesta de ruda y la bebida de ron con morrona (si no sabe lo que es, le sugiero que no caiga en la tentación de averiguarlo).
Si hablamos de temas relacionados con el área de la Comunicación Social, la cosa tampoco mejora. Y es que para muchos resulta inaceptable observar como unos pocos sujetos pretenden ejercer un monopolio intelectual sobre un rasgo tan democráticamente distribuido como la expresión oral y escrita. Por ende, en el caldo morado de la comunicación exitosa y efectiva terminan por meter sus diestras y sapientes manos, ingenieros, abogados, administradores y hasta recepcionistas de líneas calientes.
En fin, un verdadero jaleo donde acaban participando, aunque hay que reconocer que de manera involuntaria, figuras de fama inmortal como Nicolás Maquiavelo y el chino Sun Tzu, quienes no precisaron estar vivos para ver en los anaqueles de quioscos y librerías obras como “Conviértase en el Príncipe de su organización” y “El arte de la guerra de las franquicias”.
¿Pero cómo llegamos a este punto? Algunos piensan que todo se debe a los relajados criterios de evaluación y posterior graduación de la más antigua Alma Máter del mundo, a saber la denominada Universidad de la Vida; institución pionera de los estudios a distancia.
Otros, por su parte, consideran que la situación obedece a la nociva magnificación de una frase feliz (“la economía es algo muy serio como para dejársela sólo a los economistas”), la cual terminó haciendo metástasis (“la política es algo muy serio como para dejárselo a los políticos”, “el Derecho es algo muy serio…” y así sucesivamente) hasta terminar agotando el amplio catálogo de profesiones y ocupaciones que constituyen el cuerpo social.
En el fondo quizás se encuentre latente un profundo desprecio por el conocimiento, y más aún, por los medios de adquisición de dicho conocimiento; esto es, las largas horas de estudio y práctica que exige cualquier disciplina científica.
Ya lo decía el francés Honorato de Balzac: “Sólo los mediocres piensan en todo”. O en palabras del sabio Arquíloco: “El zorro sabe muchas cosas, pero el puercoespín sabe una muy importante”.

1 Comments:

Blogger Inos said...

Totalmente cierto. Y no hace falta ser vidente, parapsicólogo o brujo del valle para darse cuenta.

La "opinología" al estilo venezolano es la ciencia igualadora que nos identifica como nación, sin duda.

Ojalá que el buen Dios siga cuidando a los sabios "omnisapientes" por autonomasia en Venezuela: los barberos y los taxistas.

Un saludo.

2:35 p.m.  

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