martes, enero 22, 2008

Elogio del chismoso

El chismoso es un coleccionista de historias. En el fondo es también un fervoroso apóstol del derecho a la información; creencia mundana que pervierte la atmósfera de unanimidad y aparente tranquilidad que exigen las sociedades cerradas para mantenerse a flote.
Lamentablemente se ha levantado una implacable campaña de desprestigio contra la humana tendencia al chisme. A esta forma primitiva de comunicación se le ha querido vincular, desde siempre, con la divulgación malintencionada de intrigas, mentiras y delaciones. De ahí que no abunden los hombres y mujeres que reivindiquen para sí el carácter de chismosos; temen, con razón, ser tenidos como carroñeros del desprestigio ajeno, como pigmeos habitantes del repudiado reino de la frivolidad.
Sin embargo, alguna razón deberá existir para que tantos individuos encuentren en el runrún uno de sus principales entretenimientos. Es un hecho que en la lengua española pocas expresiones tienen el poder hechicero de la conocida frase «te tengo un chisme». Pronunciar estas cuatro palabras equivale a apropiarse casi de inmediato del foco de atención de cualquier conversación.
En la novela Nieve, del turco Orhan Pamuk, uno de los personajes femeninos está convencido de que “el mejor comienzo para una buena amistad es compartir un secreto”. Pero no es menos cierto que a veces «compartir un secreto» deviene en la práctica en el mantenimiento de una relación de complicidad; un conchabamiento que, alimentado por el silencio, consigue prolongar una situación de deslealtad y falta de honradez, que por lo general arrastra una luenga cauda de damnificados.
El purista del chisme se distancia de la ominosa figura del correveidile; sujeto tremebundo que suele darse por bien pagado con la escandalosa ocurrencia de turbamultas y broncas públicas. El chismoso de casta se debe a un estricto código de ética. No lo cuenta todo ni habla con cualquiera. Jamás ata su suerte al trasnochado carruaje del caliche, esto es, del comentario sin trascendencia noticiosa. Lo suyo es el tubazo, la primicia por todo el cañón. En este sentido, goza de la dádiva divina de visualizar el momento idóneo para la liberación de la información.
Decía Voltaire que “el secreto de ser aburrido es contarlo todo”. Por eso, resulta un error inexcusable que un chismoso de abolengo ignore la importancia estratégica del llamado executive briefing; es decir, del resumen ejecutivo confeccionado en función de las cinco famosas W del periodismo norteamericano -(who, quién) (what, qué) (when, cuándo) (where, dónde) (why, por qué)-, interrogantes que, en su conjunto, provienen de las históricas siete preguntas seleccionadas por el maestro griego Hermágoras, a fin de abarcar las circunstancias narrativas necesarias para una completa exposición retórica (las otras dos son: cómo y con qué instrumentos).
Los profesionales de la comunicación informal tienen además un talento innato para la narrativa oral. No les hace falta acudir a un taller de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano para conocer la importancia del binomio amenidad-credibilidad. Los chismosos de pedigrí, como verdaderos epígonos del Gabo, manejan de manera intuitiva factores como: contraste de las fuentes informativas, estructuración novedosa de la historia, hitos de tensión dramática, personajes complejos, diálogos ágiles y creíbles, presentación adecuada de los antecedentes y superposición armónica de los planos temporales.
En la actualidad, la presencia de nuevas tecnologías y el boom de las redes sociales, fomentadas por la revolución de la denominada Web 2.0, han posibilitado el surgimiento de un nuevo fenómeno comunicacional: el chismoso multimedia, un sujeto en línea, por lo menos en términos informáticos, que desarrolla su labor divulgativa apoyándose en una compleja plataforma mediática (teléfonos celulares con cámara y grabadora de voz, internet, conexión wireless y banda ancha, videos, podcasts, mensajería de texto, chats, blogs, páginas wiki, galerías fotográficas y mapas satelitales), que le permite permear el monopolio tradicional de la expresión pública (inclusive ya se habla del periodismo ciudadano). Gracias a él, el chisme ya no es sólo un fenómeno instantáneo sino también global.
Aunque la Real Academia de la Lengua defina el término «chisme» como una noticia verdadera o falsa, o también como un comentario con el que se pretende indisponer a unas personas contra otras, lo cierto es que el pueblo llano sabe muy bien que el chisme tiene un carácter estrictamente veraz.
En la novela Santa Evita el escritor argentino Tomás Eloy Martínez pone en boca de uno de sus personajes, el coronel Carlos Eugenio de Moori Koening, la siguiente reflexión: “El rumor es la precaución que toman los hechos antes de convertirse en verdad”. Sin embargo, el catedrático Guy Durandin, en su libro La Información, la desinformación y la realidad, aporta otro punto de vista: “El fenómeno del rumor constituye en efecto, para el desinformador, un medio de uso fácil. Dado el hecho que la fuente de los rumores raramente constituye el objeto de una investigación metódica por parte de las personas que los oyen y repiten, el desinformador podrá lanzar falsas noticias sin comprometer su responsabilidad (...) El procedimiento de “boca en boca” no deja rastro escrito, y la noticia se podrá atribuir de este modo, a lo largo de su recorrido, unas veces a un autor y otras a otro”.
El origen de un chisme, como sabemos, tiene un rostro -alguien al final asume la autoría-; el rumor no. Existen los chismosos, pero no los rumorosos. Si el aborrecido chismoso no fuese más que un vulgar embustero, ya hace tiempo que la sociedad le hubiese expedido su certificado de buena conducta. Y es que no cabe duda que lo más incómodo del proceder de un chismoso es su indiscreta manía de divulgar una verdad que un grupo de cómplices ya hace rato decidió enterrar.
Protagonista de la modernidad, el chismoso químicamente puro sólo responde a la máxima revelada por el inmortal Karl Kraus: “Si me silencian, haré audible el silencio”

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