jueves, enero 10, 2008

Enredo fuerte



En los fanatizados espacios de mi alma beisbolera sólo puede existir un acontecimiento más doloroso que la anunciada eliminación de los gloriosos Navegantes del Magallanes; y este hecho es, sin lugar a dudas, la engorrosa y efectista eliminación de tres ceros de nuestro signo monetario.
Basta apenas visitar una modesta sucursal del sistema bancario nacional para experimentar, in situ, esa especie de revelación mística que los curtidos comunicólogos de la televisora oficial han tenido a bien denominar “contacto con la realidad” (parapapapampapampapam). Yo mismo fui testigo del inquietante surgimiento de un enredo fuerte, al tener la oportunidad de presenciar como una encolerizada viejita increpaba a un pobre cajero por el pago supuestamente chucuto de la pensión. La ancianita no alcanzaba a comprender cómo demonios su ingreso mensual ya no superaría la astronómica barrera de los seiscientos bolívares.
-Pero tranquilícese mi doña, que su dinero ahora se expresa en bolívar fuerte...
-¿Fuerte? ¡Fuerte es la arrechera que yo cargo encima cuerda de ladrones! No me vengan con quiquirigüiquis. A mí me falta plata en esta libreta. Además yo miré todos esos comerciales que transmitió el Banco Central, y en ninguno de ellos salía eso de que le eliminarían tres ceros a los sueldos y a las pensiones. Yo lo que sí recuerdo clarito que salió fue lo de quitarle tres ceros a los precios de los productos...
Mientras tanto, dos ventanillas más allá, en la caja tres, un funcionario bancario le explicaba a otro cliente que no podía recibirle cheques de otras instituciones financieras. Además le recordaba que las planillas a rellenar debían ser distintas según depositase en bolívares fuertes o en bolívares débiles. Todo un ambiente de confusión y conflicto que me hicieron recordar, inevitablemente, uno de los episodios más crudos de la novela Ensayo sobre la ceguera, aquel donde Saramago, a propósito de las desgracias de sus personajes, pone en boca del narrador: “Tened paciencia, tened paciencia, no hay palabras más duras de oír... mejor los insultos”.
Cuenta Isaac Asimov en su libro Los griegos que, en algún momento del siglo VII AC, los lidios, pertenecientes al Asia Menor, tuvieron el acierto de facilitar los intercambios comerciales a través de la invención de la moneda como medio de pago y depósito de valor. “Lidia comenzó a emitir pepitas de oro y plata con respaldo del gobierno, usando metales de garantizada pureza y estampando en cada pepita su peso o su valor. Egina fue la primera ciudad griega en hacer uso en gran escala de las monedas en el comercio. Su prosperidad aumentó y llegó a la cúspide alrededor del año 500 AC; otras ciudades-Estado se apresuraron a imitarla a este respecto. Curiosamente, la creciente prosperidad causó perturbaciones. A medida que entraba más dinero los precios se elevaban con mayor velocidad, de modo que se produjo el primer ataque de inflación”
Hidra de cien cabezas, la inflación, continúa aún su degollina en la Venezuela de nuestros días. Pero las mentes brillantes del gabinete económico nos juran que no tenemos nada que temer, ya que ellos por fin tienen un plan: la reconversión monetaria; suerte de poción mágica que en sus coloridos billetes logra reivindicar la antiquísima tradición de la lotería de animalitos. Un fogonazo auténtico del intelecto que gana para la numismática nacional la imagen de tres aguerridos próceres de nuestra olvidada otredad.
Sin embargo, a veces no es tanto adivinar el futuro, como saber reflexionar acerca del pasado. Y este país setenado ya transitó la trocha accidentada de la puya y de la locha. No hace falta pues aprobar un doctorado en Macroeconomía en el MIT o en el London Business School, para afirmar que los venezolanos somos hoy más pobres en términos nominales; y que mañana lo seremos también en términos reales, porque la brecha inflacionaria cabalgará a todo galope en los alados corceles del gasto público hemorrágico, la producción estancada y las trabas aplicadas al mercado primario y secundario de divisas. En palabras más profundas, hilvanadas por Alberto Barrera Tyszka: “Habrá que esperar la quincena para ponderar bien el impacto psicológico del cambio: gastar menos siempre es más fácil que ganar menos. En un momento, todos, de pronto, sentiremos la bofetada de un despido indirecto. La matemática también es un ánimo. Aunque el cero no valga nada, tres ceros menos, en cualquier presupuesto, producen vértigo, nos regalan una real sensación de vacío”.
Ya no seré millonario -y ni hablar de millardario, palabra que seguramente desaparecerá del español venezolano-. A partir de ahora para recibir una constancia bancaria de siete cifras, deberán incluirme los decimales y algo más. Al igual que los integrantes del grupo Bacilos, sólo me resta la esperanza de pegar en la radio para ganar mi primer millón. Y hasta que eso no llegue, pues adiós a Paulina y Alejandro Sanz.
Culminada mi diligencia, abandono la sucursal bancaria. A pocos metros del lugar soy abordado por un loco. El pobrecito, fuertemente desconectado de la realidad, me pide que le dé piches cien bolívares. Al escucharlo pienso que sin duda se trata de un sujeto que enloqueció en las postrimerías de la cuarta república. Casi me animo a espetarle que habrase visto a un orate martillando de a cien mil bolos el golpe. ¡Parece increíble cómo una medida de reconversión monetaria puede lograr el engañoso efecto de incrementar su demencia! Pero como dice el protagonista de Prisión Perpetua, esa excelente novela corta de Ricardo Piglia: “Las cosas siempre pueden empeorar: ésa es la tradición de los vencidos”.

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3 Comments:

Blogger Inos said...

Los miopes como yo veneramos la reconversión: ¿ha tratado de escribir un número de más de seis cifras en una planilla de depósito del Banco de Venezuela?

Para algunos viejitos jubilados la pensión nunca cuadrará con sus espectativas. Para algunos asalariados como yo, tampoco.

Saludos.

11:59 a.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Buen punto Don Inos. Le confieso que de tanto usar lentes de contacto a veces se me olvida que soy cegato (esto me recuerda que debo a mis lectores un relato de índole barriobajera sobre las veces y las condiciones ambiente en que he perdido mis lentes de contacto. La última fue bailando el merengue "A dormir juntitos" de la exhuberante Liz).

En cuanto a lo del salario, la única forma que parezca completamente justo es que uno pase a convertirse en patrón o empresario. Juego de roles, que creo que así lo llaman.

Gracias por frecuentar estos espacios querido y admirado amigo, y espero sus impresiones sobre el libro del señor Onfray.

Un abrazo y lo mejor para el 2008

1:44 p.m.  
Blogger Cástor E. Carmona said...

Pese a postraciones tales como que ahora en “¿Quién quiere ser millonario?” no causa interés alguno cuando el señor Lares dice: “…y la siguiente pregunta es por 100 bolívares”, aunado a la ofensa sentida por las amantes interesadas cuando reclaman: “¡cómo te atreves a regalarme esta sortija de 3 mil bolívares!”, me uno a la queja de Inos. No seamos mezquinos al momento de reconocer los beneficios de la reconversión, entre los cuales destaco un menor número de hernias entre los ladrones de bancos (ahora todo el dinero de la bóveda cabe dentro de una bolsa de empanadas), y que las madres puedan alentar a sus críos de la siguiente manera: “hijo mío, tómate la sopa para que te pongas fuerte como Sansón, Hércules o Bolívar”.

PD: Eso sí. Demando al BCV actualizar la letra de la canción que dice: “con real y medio compré una chiva…”. Si no, tras el redondeo, ¡ese animal saldría carísimo!

4:00 p.m.  

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