Ahora que sé que soy un perseguido
Hablaré en primera persona, modo narrativo que según el novelista colombiano Fernando Vallejo es el camino más difícil de la literatura. Una complejidad expresiva que refleja muy bien mis actuales circunstancias, muy distantes ellas de la placidez de un paseo dominical. Y es que debo confesar que soy víctima de una implacable persecución en caliente, la cual a ratos me emparienta con el famoso doctor Richard Kimble, personaje central de la película El fugitivo. Todo un remake tercermundista donde la revolución bolivariana hace las veces del inspector Samuel Gerard, un incansable perro de presa.
¿Pero qué es lo que no me perdona el gobierno? ¿Acaso un impresentable pasado fascista, golpista y terrorista? No ¿Tal vez una mal disimulada condición de cachorro del imperio y sicario del Fondo Monetario? Tampoco. ¿Quizás el hecho minúsculo, y si se quiere anecdótico, de que en fecha reciente puse la plasta y me fui de vacaciones? Menos. Lo que en verdad no consigue perdonarme es mi determinación soberana e innegociable, que adopté como ser disociado y usuario de los medios de comunicación que soy (¡qué tiempos aquellos en que sólo éramos modestos televidentes!), de seguir los capítulos de una cómica y muy bien escrita telenovela colombiana que transmite, cuando está en el aire, Radio Caracas Televisión en el horario de la una de la tarde.
Dice la periodista Milagros Socorro que el hombre siempre ha sentido la necesidad de escuchar historias y admirar la belleza. Deseo testimoniar aquí que encontré ambas cosas en la telenovela Los Reyes. La primera, en el vertiginoso ascenso social del placero Edilberto Reyes: un hijo del pueblo encumbrado a la jefatura de una corporación transnacional, la cual jura regimentar bajo principios “sobreanos, decromáticos e invidisibles”. La segunda, en la arrobadora presencia de la talentosa actriz Geraldine Zivic, mujer de la que, desde ya, me declaró eternamente enamorado. Es mi novia, sólo que ella no lo sabe.
El primer zarpazo de mi perseguidor tuvo lugar el pasado 28 de mayo, cuando las autoridades gubernamentales cerraron a RCTV, bajo el apolítico supuesto del cese de una concesión. Recuerdo que del tiro quedé medio loco. En los días siguientes me volqué hacia la web para ver si lograba ver los capítulos restantes de la novela. Pero en Youtube, yo no tuve éxito.
Las esperanzas resurgieron el 16 de julio con el inicio de las transmisiones por suscripción privada por parte de RCTV. Fue entonces cuando advertí que en la casa hacía tiempo que nos habíamos comido el cable. Pero no me arredré. No sería la pobreza lo que me alejaría de luminoso rostro de Geraldine. Desesperado, comencé a buscar hogares amigos que me brindasen refugio en horas del mediodía. La solidaridad humana no se hizo esperar. Fue así como me vi de pronto con un puñado de llaves en la entrada de apartamentos que poco conocía; asediado por la escrutadora mirada de vecinos desconfiados.
Sin embargo, mi pava no estaba muerta, andaba de parranda. Y así, en una semana, uno a uno, todos mis amigos perdieron la señal del cable por distintas razones. En mi paranoia no dude en culpar al gobierno totalitario de tamaño sabotaje, pero voces que se pretendían cuerdas me llamaron a la reflexión: “¡Jiménez, hermano, hombréate! ¡El gobierno no anda con retaliaciones políticas!”.
Lamentablemente, los días me han dado la razón, y hoy ha quedado confirmado que soy un perseguido. Pero no pido cacao, porque como dijo Fernando de Rojas: “No es vencido sino aquel que cree serlo”.
Cáfila de belitres, pérfidos garifaldos, vulgares malandrines ¡aquí estoy! Por si no se han dado cuenta.
Etiquetas: Acoso, Aplique, Persecución
1 Comments:
jajaja..
qué tal si le cuento que llegué a este blog buscando una escena de una serie que están presentando en colombia en que aparece esta deidad con ropa interior brasilera?? jajajaja...
bueno seguiré buscándola... me hizo reir mucho el post.. suerte.
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