jueves, noviembre 22, 2007

Dificultades del viejoverdismo

Sirvan estas líneas para confesar que me siento (in)moralmente capacitado para sentenciar, urbi et orbi, que ese sujeto principal de la picaresca moderna conocido bajo el lacerante remoquete de “viejo verde” no nace ni se hace. Concluyo más bien, a juzgar por recientes y aparatosos acontecimientos personales, que dicho sujeto en verdad se deshace, se autodestruye -como una especie de mensaje espía-, frente a las miradas burlonas de quienes suponía sus víctimas.
Nos advierte con razón el ilustre gemelo del miedo, el inglés Thomas Hobbe, que “el infierno es la verdad descubierta demasiado tarde”. Y es que tenía que desgarrarme el helénico talón de Aquiles, en un taller dictado por hermosas y voluptuosas instructoras hiperquinéticas, para tomar conciencia de los muchos lustros por mí acumulados. Debí sufrir las dolorosas secuelas de un estiramiento calisténico mal ejecutado para comprender, en forma definitiva, la falacia resumida en esa voluntarista premisa que nos dice que la juventud, al igual que el populoso rancho venezolano, se encuentra en la mente (en el talón comprobado que no está...).
Ahora, penosamente sostenido en un par de muletas, acopio fuerzas para llegar hasta la biblioteca -¡por fin logro entrever una ventaja de vivir en un apartamento de clase media y no en el Palacio de Buckingham!- para releer los versos del nostálgico poema No volveré a ser Joven de Jaime Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante / dejar huella quería / y marcharme entre aplausos / envejecer, morir, / era tan sólo / las dimensiones del teatro / Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / es el único argumento de la obra”.
No es fácil convertirse en un exitoso viejo verde. En primer lugar, es requisito imprescindible que el interesado cuente con una sólida plataforma financiera que le permita sufragar la costosa logística de la seducción (esto es, las partidas presupuestarias relacionadas con transporte, catering, vestuario y puesta en escena). La platónica estampa de los amantes pelabola, apretujados lascivamente en una banca de plazoleta, constituye la única imagen capaz de superar los irrepetibles niveles de anacronismo sintetizados en la desvaída bandera de la hoz y el martillo. Es el dinero -el más eficiente de los cirujanos plásticos- el agente cosmético llamado a imprimir las tonalidades glaucas al cuerpo senescente. Sin el cochino metal, estaríamos hablando de arrugas y líneas de expresión; de algo podrido por todo el cañón...
La hoja de ruta establece como segundo paso la escogencia de la víctima. En este apartado es conveniente advertir que mientras más descienda la mirilla del renglón etario más difícil se tornará luego la conquista del objetivo. Se suele creer que las mujeres jóvenes son más fáciles de impresionar o engañar por parte del galán entrado en años (sabido es que el aprisco de los caballos viejos tiene más mojones que el mítico establo de Augías), pero la evidencia empírica nos demuestra, en forma contundente, que se trata de otro relato ficticio llamado a halagar el inflado ego del casanova de edad adulta. La dolorosa verdad es que en el cuadrilátero del sexo y del amor no existe tal cosa como el amateurismo. A lo sumo hay novatos del profesionalismo.
Una vez definido el foco de acción, el aspirante a viejo verde deberá arrostrar el desafío de jugar simultáneamente en dos complicados tableros. El primero de ellos viene dado por un importante eje estratégico: la apariencia física. Es conveniente precisar que no sólo se trata de proyectar una personalidad empática, cool y open mind (anglófobos por favor abstenerse), sino también de asumir, como hábitats propios, lugares y eventos tan inhóspitos como gimnasios, maratones de spinning, fiestas raves o festivales de deportes extremos. En cuanto a la variante gastronómica, la obtención del objetivo planteado supone renegar de las adoradas fritangas y comilonas de otrora, para abrazar una dieta de inspiración anoréxica, diseñada para los paladares herbívoros más refinados.
El segundo eje estratégico consiste en materializar la perfecta identificación generacional con la víctima, a través de la asimilación y manejo adecuado de los referentes simbólicos y culturales. Lo anterior supone mucho más que la memorización de los grupos musicales de vanguardia, las películas de culto, los videojuegos de moda o los clásicos de la literatura New Age. Se impone además la apropiación de los dialectos y lenguajes corporales característicos de las nuevas cohortes; y el perfeccionamiento de las habilidades psicomotoras requeridas para sacar provecho de las muchas bondades tecnológicas del chateo y los mensajes de textos vía telefonía celular.
Es preciso no menospreciar la campaña de desprestigio mediático proveniente del amplio espectro opositor a la pasión provecta. Lo idóneo es que el aspirante a viejo verde permanezca firme en su compromiso con la libertad de expresión, y no se muestre intolerante ante el alud de apodos y cognomentos que su comportamiento lúbrico despertará en amigos y familiares de la víctima: Matusalén, Matu (chispeante abreviación de Matusalén), abuelito, bejuquín, fósil, vegetal, dinosaurio, galán de otoño...
Sin embargo, justicia es admitir que las circunstancias anteriormente enumeradas no representan el non plus ultra de las dificultades del viejoverdismo. Existe algo más terrorífico aún. En este sentido, es apropiado citar la sabia observación realizada por Oscar Wilde en su obra El abanico de Lady Windermere: “En este mundo sólo hay dos grandes desgracias. Una es no obtener lo que uno desea, y la otra es obtenerlo. La última es la peor. ¡La última es una verdadera tragedia!”
El viejoverdismo: angustiosa odisea de la modernidad. Su canto de sirena nos hace recordar las sabias palabras del escritor nicaragüense Sergio Ramírez: “La mejor y más engañosa promesa del demonio es hacernos creer que de nuevo nos hará jóvenes”.
¡Sí, como no! ¡Pónganse a creer!

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1 Comments:

Blogger Joaquín Ortega said...

ser viejo verde tiene sus ventajas

una vez que hice lo propio, Sergio Márquez imaginaba un diálogo entre la jovencita y una amiga, después de haberme fracturado el alma

ambas se dirán con rabia y envidia súper insana:

"¡ay chama, eres una puta...te acostaste con el señor...y yo que quería también con él!"

no todo es tan malo,

el dencorub sentimental viene en frascos de escocés 18 años...

un abrazo

J

1:06 a.m.  

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