viernes, julio 13, 2012

El candidato intelectual

La buena noticia: el presidente de la República desea debatir. La mala noticia: sólo quiere hacerlo con los muertos. Tras largas meditaciones, Hugo Chávez, el más humilde de los soldados, concluye que su verbo alado y su intelecto luminoso sólo pueden encontrar una digna oposición en los brumosos terrenos de la ultratumba. Sin duda, una decisión temeraria para una persona que hace apenas un par de meses no salía de una quimioterapia y de una besadera de crucifijos.
¿En qué momento el tablero de la política venezolana se transmutó en el tablero con letras y números de la ouija? ¿Por qué Chávez, el mismo sujeto que siempre asegura mantenerse aferrado a la vida, cede al impulso tanático de ambicionar el contraste de ideas y razonamientos con los eruditos espíritus de Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Jóvito Villalba, Arturo Uslar Pietri, Erasmo de Rotterdam, Martín Lutero, Sigmund Freud o Winston Churchill? La respuesta a tan angustiosa interrogante acaso pueda ofrecerla otro ilustre fallecido, el escritor búlgaro Elias Canetti, quien afirmó, en su ensayo Poder y supervivencia, que «un vivo nunca se cree tan grande como cuando es confrontado con un muerto, que ha caído para siempre: en aquel instante tiene la impresión de haber crecido un poco». O en palabras de otro egregio fiambre, el austriaco Stefan Zweig: «Nada más encantador que un muerto, porque siempre se anda tranquilo y no tiene la mala manía de hablar».
En cambio la «nada», ese fenómeno filosófico que tanto inquietó a los existencialistas franceses, no deja de preguntar. No precisa de ruidos ni sonidos para sembrar la duda o el miedo. Con el simple silencio le basta. Sólo debe ser su eterno «no ser» para convertirse en el abismo que engulle al todo. Porque allí donde está la nada no puede existir el todo. La nada se erige, por tanto, en el principal enemigo de los totalitarios.
Puesto a conjurar el imparable avance de la nada (no nos engañemos: para un dictador la población democrática siempre representará la nada), el líder totalitario no encuentra una mejor idea que confesarse abochornado por la escasez de conocimientos de su oponente electoral. De este modo, el país se entera de que el denominado «candidato de la patria» es también el «candidato intelectual».
Curioso intelectual éste que insta a sus alumnos a «adquerir» nuevos conocimientos. Curioso intelectual éste que, a pesar de jactarse de ser profesor de una escuela de guerra y formación militar, desconoce la anécdota histórica del rey Pirro, antiguo rey de Epiro, y comete el disparate  de emplear el adjetivo «pírrico» como sinónimo de «exiguo». Curioso intelectual éste que glosa La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset en clave de apología de los sectores populares, a pesar de que el famoso ensayo encierra en sus páginas una dura crítica a la proliferación del hombre-masa, del sabio-ignorante, que desprecia los valores del conocimiento humanista y ensalza el saber técnico y especializado, yermo de reflexiones morales. Curioso intelectual éste, en fin, que se declara marxista sin leer a Carlos Marx.
La más reciente muestra de la erudición de este lector de contraportadas y fichas subrayadas fue atribuirle a Federico Nietzsche la frase: «Un fantasma recorre a Europa: el fantasma del nihilismo»; cuando ocurre que lo que realmente escribe el filósofo alemán en el inicio del libro primero de La voluntad de poder es: «El nihilismo está ante la puerta: ¿de dónde nos llega este, el más inquietante de todos los huéspedes?». Lo que Nietzsche escribe en el apartado 125 del libro primero es obvio que lo desconoce el gran ideólogo del socialismo del siglo XXI (y dizque referencia intelectual del club transnacional de gorreros  denominados Foro de Sao Paulo): «El socialismo (como la tiranía, llevada a sus últimas consecuencias, de los más insignificantes y estúpidos, es decir, de los superficiales, envidiosos y comediantes en un setenta y cinco por ciento) es, en realidad, consecuencia de las “ideas modernas” y de su anarquismo latente: pero en la tibia atmósfera de un bienestar democrático está aletargada la facultad de concluir o de llegar a una conclusión. Factible de seguir, pero que no se sigue ya. Por ello, en su conjunto, el socialismo es una cosa desesperada y amarga: y nada es más divertido que observar, que la contradicción entre las caras venenosas y desesperadas que ponen hoy los socialistas —¡y de qué clase de piadosos y ridículos sentimientos da testimonio su estilo!— y la inofensiva felicidad de corderos de sus esperanzas y anhelos. Con todo, por ese lado, se puede llegar hoy en muchos lugares de Europa a luchas ocasionales y a agresiones: en el próximo siglo esto va a ser “mucho ruido” aquí y allá, y la Comuna de París, que también en Alemania tiene sus defensores y partidarios, quizá haya sido una leve indigestión comparada con lo que se avecina. A pesar de todo, siempre había demasiados “poseedores” para que el socialismo pueda significar algo más que un signo de enfermedad: y estos “poseedores” son algo así, un hombre, una creencia, “hay que tener algo para ser algo”. Pero esto es el más antiguo y el más sano de los instintos y yo añadiría: “hay que tener más de lo que se tiene para llegar a ser más”. Así suena, en efecto, la doctrina que, a través de la vida, se predica a todo lo que vive: la moral de la evolución. Tener y querer tener más, crecimiento, en una palabra,  esto es la vida misma».
Chávez dice ser el candidato de la patria, pero siempre termina por hablar de Cuba. Dice ser el candidato nacionalista e independiente, pero sigue las directrices de Fidel Castro. Dice ser el candidato de la vida, pero su gobierno tiene el récord de personas asesinadas por el hampa. Dice ser el candidato de la dignidad, pero nada responde sobre la infiltración del generalato de las Fuerzas Armadas por parte del narcotráfico. Dice ser el candidato de la paz, pero profetiza guerras si no gana en las elecciones. Dice ser el abanderado de la polémica y el contraste de las ideas, pero hostiga a los medios de comunicación y rehúye el debate con Capriles Radonski. Dice ser el soporte intelectual y teórico del socialismo del siglo XXI, pero apenas consigue mal citar las obras de autores de rabioso antisocialismo.
En fin, como dijo uno de los personajes de Hans Christian Andersen: El rey está desnudo.

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