viernes, abril 27, 2012

La balada del verdugo

Tal vez suceda en la mañanita, cuando los padres dejan a sus hijos en la puerta del colegio y apuran el paso para llegar temprano a la oficina, u ocurra más tarde, justo al mediodía, cuando los trabajadores destapan sus viandas de comida o cruzan la calle para comprarse cualquier «bala fría». Y sin embargo también es posible que ninguna de estas suposiciones sea verdad, y todo pase a finales de la tarde, principios de la noche, en ese tiempo muerto en que los conductores maldicen la suerte que los condena a perder horas de vida en un tráfico que no avanza. Lo único que sabemos, nuestra única certidumbre, es que hoy es viernes y el vicepresidente de la república se reunirá con el elenco de verdugos institucionales deseosos de conocer el modo cómo habrá de aplicarse la «justicia revolucionaria».
Cuesta reponerse de la sensación de asco producida por las confesiones televisivas del coronel Eladio Aponte Aponte. Un asombro si se quiere incomprensible porque, visto en perspectiva, su nauseabunda declaración guarda mucho parecido con el escándalo de las filtraciones de información diplomática hechas por Wikileaks, porque el ex magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, al igual que el australiano Julian Assange, no reveló nada que la ciudadanía informada no supiese: la sumisión absoluta del Poder Judicial a las órdenes del Poder Ejecutivo, el empleo de la estructura tribunalicia para criminalizar la actividad política de la oposición,  la intimidación de los jueces ajenos al proceso bolivariano, el nexo de parte de la cúpula militar con la industria del narcotráfico, la manipulación de fallos y decisiones judiciales, la existencia de presos políticos, la adulteración de pruebas y el forjamiento de credenciales.
Las bascas se intensifican cuando presenciamos el modo servil como la bancada mayoritaria del parlamento nacional (el llamado «Bloque del Cambio»: cambio de casa, cambio de carro, cambio de zona de residencia) se solidariza con los funcionarios señalados por Aponte Aponte y tiene a bien anunciar una sesión especial de desagravio para reparar las reputaciones deshonradas. Con esta renuncia al cumplimiento de las responsabilidades contraloras, los diputados foca de la revolución bolivariana desnudan ante el país la verdadera fuente de legitimación del sistema chavista; un postulado seudofilosófico que se resume en la siguiente expresión: el poder no reside en la voluntad de los votantes (a quienes se les negó el derecho constitucional a contar con una investigación detallada y rigurosa acerca de las acusaciones hechas por el exmagistrado), sino en los requerimientos mercantiles de una camarilla de conspicuos generales, con mando de tropa y presencia privilegiada en las tareas de gobierno, que tienen la capacidad de declarar y ejecutar el «estado de emergencia» (la condición suficiente y necesaria, a juicio de Carl Smith,  para determinar el verdadero dueño de la soberanía).
Y aunque a los ojos del pueblo Eladio Aponte Aponte se confirma como el «montesinos del chavismo», la fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz, acusada de efectuar llamadas telefónicas para amañar juicios de tinte político y mantener una nómina de fiscales estrellas encargados de actuar en casos especiales, en lugar de poner su cargo a la orden, tiene el tup
é de decir que las declaraciones del exmagistrado no son suficientes para iniciar una investigación en Venezuela, porque la apertura de juicios sigue un procedimiento establecido en el Código Orgánico Procesal Penal. «¡Qué inseguridad jurídica tendrían los ciudadanos si el Ministerio Público inicia una investigación y procesa judicialmente a alguien porque una persona vaya a un medio de comunicación a ofrecer informaciones mediáticas¡ (…) Aponte Aponte tuvo la oportunidad, mientras fue magistrado del TSJ y antes de evadir la justicia venezolana, de formular estas denuncias públicamente y ante los organismos competentes del Estado y, sin embargo, no lo hizo», argumenta Ortega Díaz.
Sin entrar a comentar la burda operación de manipulación semántica que ensaya la fiscal al dejar implícita la sinonimia entre los adjetivos «falso» y «mediático», nos preguntamos las razones por las cuáles el antiguo fiscal militar se abstuvo de acudir a la justicia venezolana. El propio Aponte Aponte nos saca de la duda al responderle a la periodista Verioska Velazco: «La justicia no vale. La justicia es una plastilina porque se puede modelar a favor o en contra (…)
Yo era parte del Poder Judicial de una manera protagónica. Y quizás muchas de las cosas que suceden ahorita existieron bajo mi responsabilidad. Pero una vez que yo vi que me midieron con la misma vara y el mismo metro con el que miden a los demás, me dije: Esto no es la justicia que se proclama (…) Sé lo que me espera y lo que me espera no es nada bueno».
El otrora hombre fuerte del Poder Judicial, el implacable perro de presa de la justicia revolucionaria, no logra explicarse los motivos de su repentina caída. El desconcierto se apodera entonces del ánimo del funcionario venal y prevaricador, desinhibe sus mecanismos de defensa psicológica y revela la verdad del subconsciente, a través de palabras que se agrupan en un discurso que por deslavazado no deja de ser cínico. A la interrogante sobre las causas que mueven al gobierno a pedir su cabeza, luego de once años de absoluta impunidad, la mente alterada de Aponte Aponte no discurre con arreglo a la condición de juez de la república, sino a partir de las pautas de conducta de un oficio ominoso e inconfesable: «En mi caso, sí cabría la paradoja de pasar de perseguidor a perseguido».
Habla pues el verdugo y cada una de sus palabras aporta la letra de una quejumbrosa melodía que suena, en nuestros oídos, como la balada del ángel caído, del ser apestado. ¿Es un hombre? Nadie lo ha descrito mejor que Joseph de Maistre (el apóstol de una monstruosa trinidad formada por el papa, el rey y el verdugo, según Isaiah Berlin): «¿Quién es este ser inexplicable? Es como un mundo en sí mismo… Apenas se le ha asignado su morada… cuando sus vecinos se van a vivir a otra parte… En medio de esta desolación… vive solo con su pareja y con sus crías, quienes le enseñan el sonido de la voz humana. De no ser por ellos, no oiría nada más que gritos de agonía... Uno de los más humildes servidores de la justicia toca a su puerta y le dice que se requieren sus servicios. Él acude. Llega a una plaza pública, atestada de gente, con rostros expectantes. Arrojan a sus pies a un preso, un parricida, un hombre que ha cometido un sacrilegio. Él se apodera del hombre, lo estira, lo ata a una cruz que yace en el suelo, levanta los brazos, y hay un silencio terrible. Sólo es interrumpido por el sonido de los huesos que se quiebran bajo los golpes del mazo de hierro y los alaridos de la víctima. Desata al hombre, se lo lleva a la rueda; coloca los miembros rotos alrededor de los radios de la rueda, con la cabeza colgando. Los cabellos se paran de punta, y de la boca ―abierta como la puerta de un horno encendido― salen, a intervalos, sólo unas cuantas sílabas entrecortadas, suplicando la muerte. El verdugo ha terminado su tarea; el corazón le late violentamente, pero con placer; está satisfecho de su trabajo. En su corazón, se dice: “Nadie quiebra hombres en la rueda mejor que yo”. Desciende del patíbulo y extiende la mano ensangrentada, en la cual, desde lejos, un funcionario arroja unas cuantas monedas de oro. El verdugo se las lleva, pasando entre dos hileras de seres humanos que retroceden ante
él, horrorizados. Se sienta a la mesa y come, se va a la cama y duerme, pero al despertar a la mañana siguiente, piensa en todo, salvo en su ocupación de la víspera. ¿Es un hombre? Sí, Dios le permite entrar en sus santuarios y acepta sus plegarias. No es un criminal, y sin embargo, no hay lenguaje humano que se atreva a llamarle, por ejemplo, virtuoso, honorable o estimable… Y sin embargo, toda grandeza, todo poder y todo orden social dependen del verdugo. Es el terror de la sociedad humana y el nexo que la mantiene unida. Suprimid del mundo esta fuerza incomprensible y en ese mismo momento el orden será sucedido por el caos, caerán los tronos, desaparecerá la sociedad. Dios, que es la fuente del poder del gobernante, también es la fuente del castigo. De estos dos polos ha suspendido Él nuestro mundo, “pues el Señor es el señor de los polos gemelos, y en torno de ellos hace girar el mundo”».
Cae el verdugo pero no cae el reino de Hugo Chávez, demiurgo revolucionario que desprecia las plegarias de Aponte Aponte y prohíbe su entrada a los santuarios del panteón bolivariano. Lo ha desechado como un condón usado, para decirlo con un fino símil ideado por el ingenio sabanetero. «Yo creo que el gobierno me dio la espalda desde hace mucho tiempo, desde hace más de un año. Lo que pasó fue que no me di cuenta. A lo mejor ya no les era útil o tenían que buscar a alguien que fuera más condescendiente con lo que deseaban hacer (…) Me siento traicionado por mis camaradas, por todos, la lista sería interminable. Antes me llamaban y nos veíamos. Pero ahora ninguno de ellos me contesta el teléfono. Nadie quiere saber de mí ni verme la cara», dice Aponte Aponte, en una nueva estrofa de la balada del verdugo apestado.
La política es un espejo que se traga las caras de quienes se ven reflejados en él, nos advierte Ricardo Piglia en su novela La ciudad ausente, porque en la luna del poder aparecen, se miran y se pierden unos rostros que serán luego sustituidos por otros rostros que también aparecen, se miran y se pierden: «Quien tiene poder, sí tiene poder, quiere que lo miren». Pero ahora nadie detiene la mirada en el perseguidor de antaño. Es el castigo fatídico de quienes ofrendan su vida en el altar de una tradición tenebrosa.
Al reflexionar sobre los llamados procesos de Moscú, el escritor checo Milan Kundera recuerda el asombro que le causaba el presenciar la fría aprobación con la que los hombres e intelectuales de Estado comunistas aceptaban la condena a muerte de sus amigos. «Porque eran todos amigos», recalca Kundera, «porque se habían conocido íntimamente, habían vivido juntos momentos duros, emigración, persecución, larga lucha política. ¿Cómo pudieron sacrificar su amistad, y de esa manera tan macabramente definitiva? Pero ¿era realmente amistad? Hay un tipo de relación humana para la que, en checo, se emplea la palabra sudruzstvi (sudruh: camarada), o sea “la amistad entre camaradas”, la simpatía que une a aquellos que comparten la misma lucha política. Cuando desaparece la entrega a la causa común, también desaparece la razón de la simpatía. Pero la amistad que está sometida a un interés superior a la amistad no tiene nada que ver con la amistad».
El hombre religioso interesado en analizar la caída de Eladio Aponte Aponte a la luz de un pasaje bíblico haría mal en seleccionar, para semejante ejercicio intelectual, la denominada «parábola de los talentos», porque, si es verdad aquello que la extensión del universo cognoscitivo y expresivo de un hombre viene dado por la cantidad de palabras que conforman su vocabulario, debemos
 concluir, forzosamente, que el exmagistrado tuvo una escasa dotación inicial. Antítesis de Licurgo y Hammurabi, el único mérito de Aponte Aponte ha sido el saber reemplazar la virtud de la sabiduría por la habilidad para la maroma y el truquito. Su deseo de deshacerse de libros y tratados jurídicos no nos permite incluirlo en la taxonomía creada por el poeta Czeslaw Milosz para clasificar a los diferentes tipos de intelectuales comprometidos con el sistema de dominación comunista (el moralista, el amante desdichado, el esclavo de la historia y el trovador). A lo sumo encaja en la categoría del «camarada cínico» (ideada por el novelista Sándor Márai): un sujeto impúdico y amoral que entiende los discursos de redención social como una oportunidad de enriquecimiento para él y una minoría carente de nobleza y talento.
Bicho de rebaño, Aponte Aponte es el mago de las destrezas menores, de las triquiñuelas que ayudan a imponerse en los espacios hacinados del cerco totalitario, esa variante moderna del establo cuya calidez tranquiliza. Cuando analizo el modo cómo este dechado de caradurismo y mediocridad pudo trepar a la máxima instancia judicial sólo pienso en un extenso pasaje del libro de memoria ¡Tierra, Tierra!, del Sándor Márai: «En Hungría, las celebraciones onomásticas siempre han dado lugar a fiestas solemnes, multitudinarias y tribales. Así que, según las indicaciones del calendario gregoriano, el 18 de marzo de 1944, día de Sándor, Alejandro, invitamos a algunos parientes a la casa (…) Los presentes empezamos a hablar apasionadamente de política. Aquella noche fue singular y se recordaría no sólo por lo que ocurrió más tarde ―la desaparición completa y la aniquilación total de una forma de vida―, sino también por otras razones: fue uno de esos momentos en los que se puede atisbar el propio destino, tanto por lo que comprendíamos y conocíamos como por lo que nos dictaba el instinto. Nuestros invitados, todos parientes, eran inequívocamente contrarios a los nazis, salvo uno (…) La mayoría estábamos de acuerdo en que no podíamos esperar nada especialmente bueno. Sin embargo, aquel pariente que era amigo de los nazis no tardó en sacar a colación la leyenda de “las armas milagrosas”. El país entero conocía esas historias: se hablaba de armas que “congelarían” al enemigo, de aviones que volarían a tal velocidad que obligaría a fijar con yeso a los pilotos para que se mantuvieran en sus asientos… Nosotros rechazamos tales disparates con un ademán despectivo (…) Yo expresé mi opinión de que había que enfrentarse a todas las consecuencias y romper de una vez con los alemanes, y la mayoría estuvo de acuerdo conmigo, aunque de manera poco resuelta, excepto el pariente amigo de los nazis, que protestó. Estaba un tanto bebido y empezó a golpear la mesa, repitiendo las frases de los editoriales que pedían “firmeza” y la “lealtad” debida a nuestros aliados. Cuando me enfrenté a él, me dio una respuesta inesperada y sorprendente:
―¡Yo soy nacionalsocialista―dijo a viva voz, y me señaló―: Tú eres incapaz de comprenderlo porque tienes talento. Yo no tengo talento, así que necesito el nacionalsocialismo.
Aquel pariente irascible acababa de pronunciar unas palabras significativas que expresaban la verdad de su vida, y a continuación se quedó mirando el vacío, muy aliviado. Varios de los presentes rieron, aunque de manera amarga, pues nadie tenía verdaderas ganas de reír. Al darme cuenta de ello, le dije que no confiaba mucho en mi “talento” ―puesto que se trataba de algo que había que demostrar día a día― y que en ningún caso sería partidario de las ideas nacionalsocialistas, incluso aunque no tuviera talento alguno, cuestión que, por otra parte, tampoco era imposible… Mi pariente movió la cabeza con seriedad y me respondió así:
―Tú no puedes comprenderlo―repitió de manera mecánica, y se golpeó el pecho―. Ahora se trata de nosotros, de los que no tenemos talento ―precisó con una extraña actitud de confesión, como el héroe de una novela rusa―. ¡Esta es nuestra oportunidad!»
Verdugo, sicario institucional, condón usado: Eladio Aponte Aponte es simplemente uno de los miles de hombres y mujeres sin talento que identificaron en la revolución bolivariana la oportunidad histórica para robar y avasallar a sus hermanos. A nosotros, los pendejos.

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1 Comments:

Blogger Señorita Cometa said...

:( triste triste episodio de una historia que pareciera solo repetirse ad nauseam

4:51 a.m.  

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