miércoles, diciembre 10, 2008

Cuando seamos spam


Uno no se declara spam; a uno lo consagran. Y es sin duda la carencia de esta conciencia de clase el factor que consigue explicar la numerosa legión de indeseados remitentes que, como auténticos hunos de la virtualidad, asolan diariamente los congestionados espacios de portales y correos electrónicos, para convertirnos en forzosos partícipes de su tedio existencial.
Tengo para mí que lo peor de ser identificado como sujeto no grato no es la previsible activación del dispositivo “block sender”; sino más bien la remota pero factible posibilidad de que se cumpla lo dispuesto por la metafísica ley de correspondencia -como es arriba es abajo y como es abajo es arriba-, y el ominoso spam del mundo internáutico termine por transmutarse en otro de los muchos spams de la vida real.
De acuerdo con las efemérides de la comunicación basura, fue el miércoles 3 de mayo de 1978 cuando el oficinista publicitario Gary Thuerk envió el primer correo electrónico masivo, no solicitado, a un total de 393 usuarios del sistema ARPANET (germen tecnológico de la moderna Internet). En aquella oportunidad, su invitación a conocer las bondades de la aplicación DecSystems 2.0 no obtuvo respuesta.
En la actualidad, los propulsores de tan odiosa forma de mercadeo pueden exhibir resultados ligeramente mejores que los alcanzados por el pionero de los spammers. En efecto, una investigación dirigida por siete académicos de las universidades de California, Berkeley y San Diego arrojó como conclusión que de cada 12 millones y medio de receptores de spam solo uno se anima a contestar las inverosímiles propuestas para agrandarse el pene, ganarse un millón de dólares, alzarse con un bono gratuito de ciberpornografía o sacarse la visa norteamericana (datos que revelan una efectividad de 0,00001 por ciento). Sin embargo, estos escasos ingenuos le reportan a los administradores de los denominados botnets -redes informáticas compuestas por más de cien mil computadoras infectadas con códigos maliciosos (phishing, troyano), con una capacidad de transmisión de cincuenta millones de correos al día- un promedio de doscientos setenta y tres mil dólares mensuales.
El Instituto Nacional de Tecnologías de la Información de España (Inteco) calcula que el 84 por ciento de los mensajes electrónicos recibidos son correos basura; y que las personas gastan entre dos y cuatro minutos diarios para limpiar el buzón de entrada de sus emails. Derroche de tiempo que expresado en términos de productividad se traduce en una pérdida de siete mil dólares mensuales por trabajador.
Pero escasean los estudios acerca del denominado spammer artesanal; aquel fastidioso sujeto que si bien no arrambla contra los servidores de organismos gubernamentales o instituciones financieras, no deja de quebrantar con interminables fowards o reenvíos la paz de los pobres integrantes de su libreta de amigos y conocidos. En mi caso particular, debo confesar que ya he perdido la cuenta del número de maldiciones reales e imaginarias que arrastro conmigo sólo por haber osado interrumpir la retransmisión obligatoria de mensajes invariablemente alusivos a vírgenes milagrosas, casualidades numéricas, infantes extraviados y donaciones filantrópicas.
Sin embargo, los peores correos basura son los hechos por algunos venezolanos; copiosos mensajes que, en un español plagado de errores y simplificaciones, echan a rodar una cáfila de valerosos e intrépidos extremistas, ora de la revolución, ora del ideario democrático y republicano. Su cómodo y calculado anonimato parece dotarles de la autoridad moral requerida para criticar la tibieza e ignorancia del pueblo, para denunciar la inutilidad del diálogo, para vaticinar la inminencia de la batalla final. ¡Si tan sólo pudiésemos ver los rostros de estos titanes que arriesgan el pellejo de manera tan recia!
Escribe Javier Marías en su magistral novela Todas las almas: “Cuando uno está solo, cuando uno vive solo y además en el extranjero, se fija enormemente en el cubo de la basura, porque puede llegar a ser lo único con lo que se mantiene una relación constante, o, aún es más, una relación de continuidad. Cada bolsa negra de plástico, nueva, brillante, lisa, por estrenar, produce el efecto de la absoluta limpieza y la absoluta posibilidad. Cuando se la coloca, a la noche, es ya la inauguración o promesa del nuevo día: está todo por suceder. Esa bolsa, ese cubo, son a veces los únicos testigos de lo que ocurre durante la jornada de un hombre solo, y es allí donde se van depositando los restos, los rastros de ese hombre a lo largo del día, su mitad descartada, lo que ha decidido no ser ni tomar para sí, el negativo de lo que ha comido, de lo que ha bebido, de lo que ha fumado, de lo que ha utilizado, de lo que ha comprado, de lo que ha producido y de lo que le ha llegado. Al término de ese día la bolsa, el cubo, están llenos y son confusos, pero se los ha visto crecer, transformarse, formarse en una mezcla indiscriminada de la cual, sin embargo, ese hombre, no sólo conoce la explicación y el orden, sino que la propia e indiscriminada mezcla es el hombre y la explicación del hombre (...) Cerrar y anudar la bolsa y sacarla fuera significa comprimir y clausurar la jornada, que tal vez habrá estado punteada tan sólo por esos actos, por el acto de arrojar desechos y mondaduras, el acto de prescindir, el acto de seleccionar, el acto de discernir lo inútil. El resultado del discernimiento es esa obra que impone su propio término: cuando el cubo rebosa está concluida, y entonces, pero sólo entonces, su contenido son desperdicios”.
Me pregunto entonces: ¿Qué depositamos en la papelera de nuestro correo electrónico? ¿Acaso también el tipo de sujeto que decidimos no ser?

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2 Comments:

Blogger Inos said...

De nuevo ha dado en el clavo, amigo vampiro, y más en estas fechas de simpáticas postales navideñas virtuales y masivas.

Lo triste del presente caso es que nuestro cubo personal siempre termina lleno con la basura de los demás.

Un abrazo.

11:36 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

un blog bien arrecho...

saludos

5:50 p.m.  

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