lunes, enero 14, 2008

Las globalizaciones



A cuatro años de haber criticado la efectividad financiera de los organismos multilaterales de crédito, y de cuestionar la interesada orientación del proceso de globalización, por parte de los países desarrollados y sus empresas transnacionales, Joseph Stiglitz (Premio Nóbel de Economía 2001 y catedrático de Economía en la Universidad de Columbia) plantea un conjunto de propuestas estructurales para reducir la creciente brecha de desigualdad entre sociedades ricas y sociedades pobres.
Stiglitz, antiguo vicepresidente senior del Banco Mundial y ex miembro del Consejo de Asesores Económicos de la administración Clinton, sostiene que “el proceso actual de globalización está provocando unos resultados desequilibrados, tanto entre países como dentro de los mismos. Se crea riqueza, pero hay demasiados países y gente que no comparten sus beneficios. Además, su voz se oye poco o nada en lo que se refiere a la configuración del proceso. Desde el punto de vista de la mayoría de las mujeres y hombres, la globalización no ha alcanzado sus aspiraciones simples y legítimas de puestos de trabajo dignos y un futuro mejor para sus hijos (...) estos desequilibrios globales son moralmente inaceptables y políticamente insostenibles”
Parte de la solución pasa, a juicio del autor, por desmontar la visión fundamentalista del libre mercado, como regulador natural de la actividad comercial. Stiglitz echa mano de sus investigaciones académicas, datadas en los años setenta y ochenta, para recordar que el libre mercado no implica eficiencia económica cuando la información es incompleta o los mercados no existen. “Los preceptos del denominado Consenso de Washington se basan en una teoría de la economía de mercado que presupone la existencia de una información perfecta, una competencia perfecta y mercados perfectos. Esta es una idealización de la realidad que resulta especialmente poco creíble en los estados pobres (...) La información siempre es imperfecta y los mercados siempre son incompletos. Hoy en día (...) la cuestión es si el Estado puede mejorar las cosas”.
Sin embargo, reconoce que los países en vías de desarrollo han venido perdiendo soberanía, y ascendencia política en sus bases ciudadanas, como consecuencia de los estrictos requisitos exigidos por los organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial. Como buen economista neokeynesiano, el autor de Cómo hacer que funcione la globalización opina que el primer compromiso del Estado no puede ser con una política monetaria restrictiva, en aras de una baja inflación, sino con la creación de un clima propicio para los negocios y la creación de puestos de trabajo. Además, el sector público debe construir la infraestructura necesaria para hacer viable y sostenible la política comercial, esto es, una red de autopistas, puertos y aeropuertos; una moderna plataforma tecnológica de comunicaciones; un esquema de mejoramiento profesional de la mano de obra, y un sistema de seguridad social.
“La globalización -en forma de crecimiento basado en la exportación- contribuyó a sacar a los países del Este asiático de la pobreza. Pero estos países gestionaron la globalización: fue su capacidad para sacar partido de la misma, sin que ésta se aprovechara de ellos, lo que explica su éxito (...) Es importante señalar que el Estado se encargó de que los beneficios del crecimiento no fueran para unos pocos, sino que se repartieran de manera amplia. No se centraron en la estabilidad de precios, sino en una verdadera estabilidad, asegurándose de que se crearan nuevos puestos de trabajo al mismo ritmo con que se incorporaban más personas al mercado de trabajo”.
En opinión de Stiglitz, el relato exitoso que ha tenido la globalización en el Este asiático se deriva de la habilidad de cada gobierno en identificar los sectores productivos más atractivos en sus territorios. “Todos estos países creían en la importancia de los mercados, pero se dieron cuenta de que estos se tenían que crear y gobernar, y de que a veces las empresas privadas no siempre hacen lo que sería necesario hacer. Si la banca privada no establece sucursales en el medio rural para depositar los ahorros, el Estado debe intervenir. Si la banca privada no ofrece créditos a largo plazo, el gobierno debe intervenir. Si el sector privado no proporciona las materias primas básicas para la producción -como acero y plástico- el Estado debería intervenir si es capaz de hacerlo de manera eficaz. Lo que importa, por supuesto, no es el peso que tenga el Estado sino lo que hace”.
Sin embargo, no basta con tener una visión particular de la globalización. Es necesario también crear una institucionalidad de carácter global, que permita atajar las imperfecciones que contribuyen, a partir de factores ajenos a la eficiencia económica y la justicia social, a perpetuar el predominio de un grupo de naciones. Por ello, se fija como un objetivo estratégico de primer orden la reformulación del comercio internacional. “El libre comercio no ha funcionado en parte porque no lo hemos intentado: los acuerdos comerciales del pasado no han sido ni libres ni justos. Han sido asimétricos, pues abrían los mercados de los países en vía de desarrollo a mercancías procedentes de los países industriales avanzados sin que se diera una plena reciprocidad. La teoría de la liberalización comercial sólo promete que se beneficiará el país en su conjunto. La teoría predice que habrá alguien que saldrá perdiendo. En principio, el número de ganadores podría compensar al de perdedores; pero, en la práctica, esto casi nunca ocurre. Si todos los beneficios van a parar a los que están arriba, entonces la liberalización comercial conduce a países ricos con población pobre, e incluso aquellos que se encuentren en una posición media sufrirán”.
Stiglitz demuestra que aunque la mayoría de los acuerdos internacionales tienden a eliminar las barreras aduaneras, dejan rendijas abiertas para que se cuelen otros mecanismos de obstrucción del libre flujo comercial: políticas de subsidios a sectores productivos (como por ejemplo, la agricultura), garantías o salvaguardas industriales, impuestos antidumping, restricciones técnicas y normas de origen (preferencia de determinados renglones y productores). Mención aparte le merecen las patentes y derechos de autor, figuras legales que crean monopolios temporales y trabas al surgimiento de políticas de innovación tecnológica.
Pero el autor no releva de responsabilidades a la clase gobernante de los países en vía de desarrollo, la cual, en su opinión, ha manejado de manera disoluta los niveles de endeudamiento, y ha observado una preocupante tendencia a la corrupción administrativa.
“Para que la globalización funcione necesitamos un sistema económico internacional que equilibre mejor el bienestar de los países desarrollados y de los países en desarrollo, un nuevo contrato social global (...) También hay que acometer las reformas necesarias para reducir el déficit democrático (...) Los problemas tienen mucho más que ver con el hecho de que la globalización económica está dejando atrás a la globalización política. Las consecuencias económicas de la globalización están dejando atrás nuestra capacidad para comprenderlas y manejarlas a través de procesos políticos. Reformar la globalización es cosa de la política”, concluye el Premio Nóbel.

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