miércoles, marzo 19, 2008

Literatura para sicarios


La sacrílega noticia fue divulgada por el director del Penitenciario Apostólico del Vaticano, monseñor Gianfranco Girotti: el cuarenta por ciento de la feligresía católica no acude a las iglesias a confesar sus pecados.
“Con el paso del tiempo hemos notado en las personas una preocupante disminución del sentido de culpa. Cada día son muchos más los fieles que comulgan que los que entran al confesionario. Una preocupante tendencia de nuestra realidad espiritual, que pone en evidencia que muchos católicos toman la divina hostia sin antes haberse purificado en la penitencia y en la absolución. No albergamos ninguna duda de que estamos en presencia de un pecado muy grave”, alertó el prelado en el diario L'Osservatore Romano.
Para el obispo Girotti resulta imperativo “relanzar” el sacramento de la confesión, a través de una estrategia que combine el incremento del número de pecados, y la toma de conciencia acerca de los efectos negativos que implican las transgresiones religiosas para la vida social.
“Uno no ofende a Dios sólo al robar, al blasfemar o al desear la mujer del prójimo. Han surgido nuevos y graves pecados en el horizonte de la Humanidad, como consecuencia de este proceso imparable llamado globalización. De allí que los sacerdotes tengan la obligación de tener en cuenta la multiplicación de pecados tan dañinos como el consumo o tráfico de drogas, la acumulación excesiva de riquezas, la indiferencia ante la pobreza, la exclusión social, la contaminación del medio ambiente y los proyectos científicos de manipulación genética”, indicó el funcionario de la Santa Sede.
Ya algunas décadas atrás, algunas personalidades de talla internacional se habían animado a reflexionar sobre las nuevas modalidades de lo impío. Una de las más recordadas fue el líder indio Mahatma Gandhi, quien en su oportunidad identificó su particularísima lista de pecados capitales: riqueza sin trabajo, placer sin conciencia, conocimiento sin carácter, comercio sin moral, ciencia sin humanidad, culto sin sacrificio y política sin principios. En cambio, el zoólogo austriaco Konrad Lorenz, Premio Nóbel de Medicina, prefirió hablar en su momento de ocho grandes pecados: superpoblación, devastación del espacio vital, competencia salvaje entre los hombres, extinción de los sentimientos, deterioro del patrimonio genético, tradiciones culturales demolidas, adoctrinamiento fundamentalista y proliferación de armas nucleares.
Por supuesto que compartimos la preocupación vaticana por el rápido avance de la injusticia y la indiferencia. A la luz de tantos acontecimientos actuales, pareciera una verdad del tamaño de un templo el agudo aforismo -autoría de Karl Kraus- que define al demonio como el ser más optimista de la creación, por creer que su maldad supera la practicada por los hombres. Aunque llegados a este punto, debemos precisar que no compartimos del todo el tono mercadotécnico asumido por el obispo Girotti. No consideramos conveniente el “relanzamiento” del concepto de culpa. Nos parece una palabra peligrosa. En la exacerbación de su búsqueda, las sociedades sólo encontraron oscurantismo y represión. Sabido es que en los pupitres de la pedagogía del terror el rendimiento escolar jamás encontró buen acomodo.
Sin embargo, así como criticamos un extremo, tenemos la obligación de cuestionar el otro; el extremo representado por los vocingleros profetas de una nueva religión laica: la Santa Iglesia de la Autoayuda de los Últimos Días. Sus textos evangélicos bien pudiesen catalogarse como literatura para sicarios. Quien se ha paseado por sus eufóricas páginas puede preciarse de conocer el más importante e innegociable de sus mandamientos: amarse a uno mismo por sobre todas las cosas (por sobre el bien, por sobre la justicia, por sobre la lealtad, por sobre el honor).
Resulta increíble que tanto se critique el individualismo contenido en la doctrina liberal burguesa, pero se muestre tanta condescendencia con el individualismo de autoayuda, ese potenciador de la buena conciencia que le susurra al victimario que nunca piense que daña a su víctima, porque más bien le brinda una retadora oportunidad de aprendizaje. Por ejemplo, el enriquecedor aprendizaje que siempre implicará el tratar de mantener a todo un grupo familiar sin el auxilio del salario y los beneficios sociolaborales.
Dicen que mentir es un pecado. Qué lástima que ocultar la verdad aún no lo sea.

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2 Comments:

Blogger Inos said...

Pues sigamos culpando a la vaca, que como sabe cualquier curioso sobre el hinduísmo, es sagrada.

Saludos, vampiro.

1:12 p.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Que la carga de la prueba pese sobre el referido rumiante siempre será mejor a que martirice el castigado cuerpo de los hermanos quirópteros. Sería el colmo que, al final de todo, se compruebe que la culpa es del Vampiro.

Gracias amigo Inocencio por su ilustre visita. Reciba un abrazo

12:28 p.m.  

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