jueves, octubre 25, 2007

Advenimiento de la yoyedad

"Son fríos, no tienen piedad,
están muertos (pensaba Silva),
son como cadáveres vivos
y sólo quieren saber a cuántos
pueden llevarse con ellos.
Son un ejército en miniatura".
RICARDO PIGLIA. Plata quemada

No deja de resultar curioso el comportamiento megalómano de aquel sujeto que confunde el declive de su trayectoria individual con el fin de la epopeya humana. Observador angustiado que detalla en el cielo un eclipse solar que la astronomía apenas interpreta como la débil luz de una estrella mortecina. No cabe duda de que es difícil avenirse con la idea de la muerte -sea ésta real o simbólica-, pero aún más complicado pareciera ser admitir el hecho de que el mundo no se detendrá con el último de nuestros latidos.
Sin embargo, sabido es que todo ahogado tiene derecho al pataleo. De allí la profusión de desahuciados que diariamente ponen en marcha tácticas y estrategias para evitar la siempre certera hoja de la guadaña. Al final, todos fracasan. Pero eso no quiere decir que el esfuerzo invertido haya sido en vano, ya que a menudo este precipitado andar “cuesta abajo en la rodada” produce una avalancha que termina por segar la vida de más de un inocente. Entonces se cumple con una de las premisas más importantes del código de honor de la delincuencia: no hundirse solo.
En este sentido, me llama mucho la atención la manera como el olor a formol con naftalina consigue suprimir el raciocinio en determinados hombres y mujeres. El efecto siniestro de la hipocondría, la depresión y la paranoia no resultan suficientes para explicar la conducta anómala del individuo que, repleto de salud, decide acompañar al cuasidifunto hacia las oscuridades de la cámara mortuoria, como si de un cortesano de un antiguo faraón se tratase.
Pienso en todo esto cuando escucho con desparpajo a la izquierda comunista y dizque antiimperialista, cadáver insepulto donde los haya, anunciar la inminente muerte del capitalismo, el libre mercado, la democracia representativa, la descentralización gubernativa, el principio de alternabilidad en el mando y la autonomía universitaria. Y todo ello en nombre de una libertad y autodeterminación de los pueblos que siempre han negado al trepar, con oscuras artes demagógicas, al poder. Aunque para ser sinceros lo verdaderamente increíble no es el cinismo de la tal postura profética; sino más bien la ingenuidad con la cual ciertos espíritus adultos incardinan en sus convicciones semejantes dislates.
El dominio psicológico que ejercen estos moribundos sepultureros en sus crédulas víctimas se resume magistralmente en la fábula relatada por el filósofo polaco Leszek Kolakowski: “Dos niñas emprenden una carrera en un parque; la que va atrás exclama continuamente, a grandes voces, ‘¡voy ganando!, ¡voy ganando!’, hasta que la que lleva la delantera abandona la carrera y se echa a llorar en brazos de su madre, diciendo: ‘No puedo con ella, siempre me gana’”.
La cosa no varía demasiado en el etéreo plano de las ideas. Así vemos como los teóricos viudos o damnificados del marxismo pretenden demorar su descenso a los sepulcros con la engañifa intelectual del postmodernismo. Como buenos sepultureros hablan del fin de Occidente, de la modernidad basada en la Ilustración, del laicismo y el progreso. Cuestionan el “pensamiento fuerte”, violento y absolutista, que habla en nombre de la verdad, la unidad y la totalidad; y proclaman en su lugar el ascenso del “pensamiento débil”, pacífico y tolerante, que recela de las categorizaciones y legitimaciones omnicomprensivas. Expresado en palabras de Gianni Vattimo, uno de los más reputados del movimiento posmodernista: “A los hombres no les queda más remedio que convivir con la nada. A existir sin neurosis en una situación donde no hay garantías ni certezas absolutas. A vivir en una sociedad babélica y desubicada”.
El explosivo cóctel posmoderno se completa con el apogeo de la denominada corriente multiculturalista, noble cruzada humana por el reconocimiento de la otredad, la “yoyedad” y cualquier otro término archisílabo, de acento sobresdrújulo y significación abstrusa (ejemplo: el descontruccionismo de los metarrelatos de dominación colonialista). Sin embargo, como el interés principal de estos “posmos” siempre ha sido prolongar su presencia en la escena pública, a la par de conservar sus jugosas sinecuras en prestigiosos think tanks (por favor no confundir con el inmortal comediante mexicano), ninguno de ellos para mientes en el banal y minúsculo detalle de que muchas de estas culturas, escuelas religiosas e identidades étnicas funcionan, intramuros, como verdaderos sistemas de opresión totalitaria, que asfixian y ahogan la libertad de sus miembros.
Con la practicidad de una ética elástica y acomodaticia profesan una suerte de determinismo biológico, según el cual existen determinadas comunidades que no están listas para reproducir los principios occidentales de organización social, política y económica que ellos, los intelectuales posmodernos, no se cansan de parasitar en el denominado primer mundo. Pero no nos pasemos de vitriolo con esta gente, ya que, a la chita callando, estos abnegados cruzados llevan adelante una misión rayana en lo suicida: combatir el monstruo desde sus propias entrañas. ¡Vaya cinismo!
Debo confesar que mi asombro se hace mayor cuando escucho al seudofilósofo Emeterio Gómez (Juan Nuño lo motejaba de economista descalzo) afirmar reiterativamente, sin que le tiemble el ojo, que el posmodernismo es la única opción viable para derrotar políticamente a Hugo Chávez Frías; y que el continuado fracaso opositor se explica por la renuencia de sus integrantes a deslastrarse de las falsas premisas lógicas de Platón y Aristóteles. Es decir, la tan ansiada solución no es otra que compartir la estrechez del féretro con el pestilente despojo de la utopía totalitaria. Empero, llegados a este punto, es justicia señalar, en descargo de Jean-François Lyotard, Gianni Vattimo, Jean Baudrillard, Jacques Derrida y Slavoj Zizek, que ellos por lo menos no cayeron en el patético y lambucio buhonerismo intelectual de promocionar sus charlas y talleres en artículos y ensayos de divulgación.
Sin querer erigirme en insufrible gurú ideológico, considero que el reto de la izquierda latinoamericana pasa por su modernización; y también por la renuncia sincera al uso de apariencias y terminologías engañosas que buscan maquillar un turbio pasado. Si el mercado no es la gente, también hay que reconocer que mucho menos lo son el Estado, el estamento militar o la vanguardia iluminada de un partido único.
Comparto plenamente la opinión emitida por el sociólogo británico Anthony Giddens: “La división entre derecha e izquierda sigue teniendo sentido. Una persona de izquierdas cree en el progresismo -que podemos influir en la historia para mejorarla-, la solidaridad -una sociedad en la que nadie se quede afuera-, la igualdad -reducir las desigualdades es beneficioso para la sociedad-, la necesidad de proteger a los más vulnerables y la idea de que para lograr esos objetivos son necesarios el Estado y otras instituciones públicas. Sin embargo, en un mundo en cambio constante, existe otra dimensión igual de importante, la de la modernización contra el conservadurismo (...) Me parece muy bien que las personas de izquierdas sigan llamándose a sí mismas socialistas, siempre que reconozcan que esa palabra, hoy, no es más que una etiqueta que significa ser de izquierdas. El socialismo es en sí un proyecto muerto, porque se basaba en la idea de que los mecanismos del mercado pueden sustituirse por una economía regulada, y en la tesis de que es posible superar al capitalismo con una sociedad muy distinta. El socialismo fue hijo de la sociedad industrial, mientras que ahora vivimos en una sociedad posindustrial (globalizadora), con una estructura de clases distinta y una dinámica diferente. Ya no podemos definir la izquierda en función de la lucha de la clase obrera; la clase obrera está desapareciendo. La izquierda de hoy tiene que ir mucho más allá de sus partidarios establecidos. La izquierda sólo puede prosperar como centroizquierda. Tenemos que convencer a las conservadores de izquierdas de que avancen hacia la modernidad”.
Lamentablemente, muchos de nuestros proclamados dirigentes e intelectuales de izquierda piensan, cuales personajes del famoso thriller de Alejandro Amenábar, que ellos y sus ideas todavía están vivos. Que los muertos son los otros. Ojalá, por su bien, que algún día vean la película para que sepan por dónde van los tiros. Mientras tanto, no nos queda más remedio que calarnos su soporífera perorata sobre el inexorable advenimiento de la yoyedad.

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