jueves, abril 27, 2006

El trabajo y los días

Aquí va mi teoría subversiva: Estoy convencido de que muchos de los males que ponen en vilo la convivencia del pueblo venezolano encuentran su explicación no tanto en las astronómicas cifras alcanzada por el desempleo, sino más bien por la expansión cada vez mayor de nuestros horarios de trabajo.
En una economía deprimida y con escasas fuentes de empleo, resulta una tarea verdaderamente titánica no dejarse embargar por la triste sensación de que en este país todos andamos de preaviso. Quizás sea por esta siniestra certeza que todos hemos tenido que hacernos de la vista gorda para no reclamar los abusos cometidos por unos empresarios que saben muy bien de cual lado se inclina la balanza.
Sin embargo, no sé si al mencionar exclusivamente a los dueños de empresa estoy incurriendo en una exageración imperdonable, puesto que dejo de lado lo que también considero una verdad del tamaño de un templo: el hecho de que muchos de los suplicios que alimentan nuestro diario estrés hallan su foco principal en la gestión despótica de gerentes y supervisores. No en balde algunos afirman que las personas no renuncian a las organizaciones, sino a sus jefes.
Y es que son ellos quienes nos inoculan un atormentante sentimiento de culpa si por casualidad no llegamos a nuestros puestos de trabajo a la siete de la mañana, con los ojos lagañosos y la sábana marcada en las mejillas. Sin embargo, esta escrupulosidad por el cumplimiento de los tiempos laborales desaparece por completo tan pronto se avista la cercanía de la hora de salida. Entonces la puntualidad cede su sitial como valor principal a la “proactividad”, o la disposición del empleado a realizarse una suerte de harakiri profesional mediante la ejecución de asignaciones fuera de su horario normal, sin exigirle por ello a la empresa la cancelación de horas extras.
Pero el compromiso organizacional, ominoso monstruo moderno, no se detiene aquí, y prosigue su avasallante marcha con el auxilio de otro famoso expediente: el “empoderamiento estratégico” (¿por qué será que en las empresas todo es estratégico?), mecanismo gerencial mediante el cual los jefes trasladan a sus subordinados el cumplimiento exhaustivo de las tareas previamente asignadas por sus superiores. En aquellos casos en los cuales el encargo resulte fatigoso, pues se procede a desempolvar rápidamente la clásica apelación al “trabajo en equipo”.
Pero todas las modas, incluso las gerenciales, tienen sus alcances, y el prurito delegatorio del empoderamiento cuenta inevitablemente con un límite natural e insoslayable: el sueldo de los jefes. Y es que para gastar el producto de sus agotadoras faenas gerenciales, ninguno de nuestros líderes necesita auxilio alguno. Ellos solos pueden bandearse.
Si usted se niega a colaborar, es delatado con la directiva de la empresa a través del sistema informático de “sapeo” denominado correo electrónico, versión actualizada de la subcultura del memo. En este sentido, debo señalar que no hay nada más frustrante que ser arrojado al lodo del desprestigio por personas que escriben sus mensajes en mayúsculas (dizque porque estas letras no se acentúan), y en flagrante violación de las normas de ortografía y sintaxis.
Ya lo dijo el filósofo francés Michael Onfray: “Actualmente el trabajo es la instancia que permite que la esclavitud perdure adquiriendo formas modernas y convenientes. ¡Es el colmo!”