miércoles, marzo 28, 2007

La tentación del reencuentro

Hay personas que cuando se deprimen les da por organizar un reencuentro. Y entonces, como nostálgicos médiums de apagadas facultades, desempolvan antiguos directorios de teléfonos, o listas de correos electrónicos no del todo actualizadas, para llevar a cabo la ardua tarea de convocar aquellos nombres perdidos en la bruma de los tiempos.
Sin embargo, es justo reconocer que no todos los promotores del pavoso flagelo de la reencontradera actúan bajo el influjo de las telarañas y las naftalinas. Muchos de ellos exigen la presencia de sus queridos ex compañeros en ameno y frugal bonche, con el propósito de restregarles, sin previo aviso, la buenota y elegante pareja que se gastan, la altísima posición gerencial que ocupan en una reconocida empresa transnacional o la relación personal -rayana casi en el “panaburdismo”-, no con la mano que mece la cuna -que con esa señora cualquiera-, sino con la mismísima encargada de poner a caminar la famosa petrochequera por América Latina.
Nada nuevo bajo el sol. Ya en 1561 Thomas Hobbes escribía en su obra De Cive: “Con qué objeto se agrupan los hombres se deduce de lo que hacen una vez agrupados (...) Si se reúnen para divertirse, entre las cosas que provocan la risa, y dada la naturaleza de lo ridículo, cada uno se complace más en aquellas en las que, al compararse con la deformidad o con la debilidad ajena, puede salir mejorado en la opinión que tiene de sí mismo. Y aunque a veces esto sucede de forma inocente y sin daño para nadie, es sin embargo manifiesto que los hombres se complacen más con su vanagloria que con la compañía de los demás”.
El pensador inglés culminaba sus observaciones con la siguiente descripción: “Además, en semejante reuniones, con frecuencia se ofende a los ausentes, se examinan, se juzgan, se condenan y se ridiculizan sus dichos, sus hechos y toda su vida. Y no se ahorra ni a los mismos contertulios el que les suceda lo mismo en cuanto se vayan de la reunión; de tal forma que no era absurda la decisión de aquel que solía salir de último del lugar de la tertulia”.
Existen muchos tipos de reencuentro. Los hay, por ejemplo, del tipo íntimo, como el protagonizado por los viejos amantes que, a espaldas de sus actuales parejas, conciertan una cita para dilucidar, de su antigua pasión, cuántas cenizas quedan. Lo más amargo del trance sobreviene para ambos cuando, inevitablemente, llega el momento del intercambio de fotos familiares.
Aunque los más despreciables son los reencuentros institucionales de egresados. Suelen celebrarse cada cinco años, bajo el patrocinio de alguna Alma Mater. Lo cierto es que uno no acaba de pisar el salón de fiesta cuando una caterva de promotores te cierra el paso para investigar tu estatus laboral, el saldo de las cuentas bancarias, tu tipo de sangre, el grado de disponibilidad para un programa de mecenazgo educativo y tu autorización para la donación de córneas.
Los grandes beneficiarios de estas citas históricas son, sin duda, los fotógrafos, quienes no dejan de apretar el disparador en busca de la gráfica que mejor inmortalice los restos del naufragio. En cambio, la máxima cuota de sufrimiento recae en los jóvenes “diyei”, pobres chicos que no logran encontrar ninguna de las canciones solicitadas por los carcamales bailantes. ¡Pero es que a quién se le ocurre andar pidiendo a Juana la cubana cuando tenemos a la musa de Yasuri Yamileth!

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1 Comments:

Blogger Inos said...

Hombre, ¡y tan cuchi que lucían esas reuniones en aquella película de Kasdan "The Big Chill"!

Realmente tiene arte para diseccionar las más profundas motivaciones del animal humano, amigo Felo...

¡Propongo un reencuentro para celebrarlo! XD

Saludos.

9:24 a.m.  

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