domingo, noviembre 21, 2010

La verdadera casa

Fidel Castro tiene 51 años en el palacio de gobierno y Omar Bongo suma cuatro décadas al frente de sus regios aposentos; mientras, en Libia, el siempre revolucionario Muammar Gaddafi suma ya 39 años en los mismos espacios. Y yo, el más modesto de los soldados, acabo de cumplir, el pasado 6 de noviembre, 39 años de permanencia en mi cuarto; un cuarto que, visto bien, semeja una suerte de estado independiente enclavado en el apartamento de mis padres.
Durante parte de estos casi ocho lustros, debí sufrir la invasión de los espacios íntimos por parte de mis hermanas, quienes resignadas ante mi invariable presencia decidieron huir y abandonar el asedio. Ambas, en su desesperación, prefirieron casarse antes que seguir perdiendo el tiempo en infructuosos planes para sacarme de mi madriguera. Cuervo de Allan Poe, dinosaurio de Monterroso, el Vampiro Jiménez todavía continúa allí
La verdad es que si no abandoné mi cuarto cuando estaba repleto de catres y colchonetas, todo ello ambientado por una dudosa decoración de tono rosa, mucho menos lo haré hoy, que la habitación tiene una completa biblioteca de literatura contemporánea, un televisor plasma, una suscripción Direct TV Hig Definition, un DVD, un home teather, un WiFi, una conexión banda ancha, un fax, una impresora escáner y una cama King. Cuando repaso esta lista de artículos básicos de la canasta de consumo contemporánea, me siento como un damnificado de la quinta república. Un arrimado al sabor. No me hace falta, pues, que me lleven a otro lugar. Este cuarto es mi refugio, aunque no esté en mi casa sino en la de mis padres.
Por supuesto, que esto no significa que mi mamá sea mi cachifa. Yo contribuyo con las labores domésticas de la casa, y hago totalmente las tareas atinentes a mi persona (lavo, cocino, plancho, doblo ropa, pero eso sí, no tengo la letra bonita, porque hace dos meses comencé a escribir con la mano izquierda para evitar crecientes malentendidos). Cuando el día despunta celebro con mi papá conversaciones y debates diarios sobre temas de interés general. Y en las tardes, al volver del trabajo, meto la mano en el cuidado de mis sobrinos, quienes llegan a la casa luego de la escuela.
Al ser consultados sobre mi condición de hijo mayor que aún permanece en casa, mis padres oscilan entre el deseo de que me quede (cuando intuyen que estoy en condiciones de abandonar el hogar) o de que me vaya a otro sitio (cuando me oyen jactarme de la comodidad de mi cuarto). Ellos se angustian por mi estilo de vida, propio de una edad más joven. Me consideran un ser solitario que opina en la prensa. Quisieran más bien verme con pareja y un par de tripochos, en trance de comprar la lista de los útiles escolares.
En parte tienen razón, cultivo un instinto suicida, que me hace preocuparme más por cosas intelectuales que por asuntos materiales. Cuando empecé a trabajar me ocupé de cancelar deudas contraídas durante el tiempo inactivo, y destiné mi dinero a comprar libros, películas y tecnología para dar rienda suelta a mi vocación de escritor y humorista. No me obsesiona poseer una camioneta ni comprar una mansión. Me agrada la idea de alquilar un pequeño apartamento para usarlo como estudio. Todavía no he pensado en mudarme, pero sé que lo haré. No tengo vocación de invasor. Como buen liberal, creo en la propiedad privada.
Abunda quien «zamurea» los cincuenta metros cuadrados de mi cuarto. Son los entrometidos que ven en mi persona un problema de salud pública. No me causaría sorpresa que, un día de estos, tales sujetos se animen a fundar una ONG para recabar fondos que hagan viable mi desalojo.
Vivo mi vida bajo las directrices de un sencillo mandato: convertir en risa lo malo que me ocurre. Lo hago para sanar el espíritu, recobrar fuerzas y seguir adelante. En Venezuela, pero también en otras partes del mundo, algunas personas se van, pero otras se quedan, no digo ya en el país natal sino incluso en sus cuartos de infancia que luego lo fueron de adolescencia y hoy lo son de adultez temprana.
Siempre he creído que la verdadera casa son los afectos.

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1 Comments:

Blogger Unknown said...

Amigo Piro:
No le eche la culpa a Brígida y muchísimos menos al Anima. Sólo usted cree que ellos tienen sentimientos encontrados en cuanto a su permanencia en su casa. Está clarísimo que no es casual la constante escoba detrás de la puerta.
Igualmente, ninguna fémina va a caer en eso de que usted se autosostiene solito. Que lava, plancha, cocina, friega...bueno friega sí, la paciencia de sus padres.
Se le aprecia mucho, aunque no parezca, y que este año 2011 se lance a la aventura neoliberal salvaje de su propio apartaco.
La amiga Elizabeth.

11:11 a.m.  

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