sábado, agosto 28, 2010

¡Feos y gordos contad con la muerte!

En las sociedades democráticas contemporáneas sólo hay un fenómeno con más mutaciones que el virus de la gripe: la antipolítica. En Rumania, Sanziana Buruiana, modelo y ex conejita Playboy, acaba de formalizar su candidatura al Parlamento con una contundente propuesta electoral: declararle la guerra absoluta a las personas feas y gordas.
«En Rumania, al igual que en la mayoría de los países occidentales, el problema de la obesidad adquiere ribetes de gravedad. En tiempos de necesaria austeridad presupuestaria, vemos con preocupación como se elevan los costos del sistema de salud público debido a la gran cantidad de personas con sobrepeso. Los obesos son los más expuestos a sufrir enfermedades cardiovasculares y cancerígenas. Los ciudadanos tenemos que pagar un dineral por los efectos degenerativos de sus pésimos hábitos de vida», indica Buruiana, fundadora del controversial Partido de la Gente Bella.
En su opinión, la solución del creciente problema de salud pública pasa por la creación de un gravamen especial para las personas con kilitos de más. Propone un pago de diez euros mensuales por cada unidad adicional que presenten las personas, en función del nivel promedio fijado para su índice de masa corporal. La aplicación de tan draconiana medida terminaría por engordar las arcas del Estado rumano, lo que paradójicamente supondría el reconocimiento de que no todo proceso de engorde es malo…
La bronca con los feos tiene otro origen. Está relacionada con el impacto negativo que las personas poco atractivas ejercen sobre las cifras nacionales de turismo. Nadie quiere tomar un avión y gastarse una fortuna para aterrizar en una tierra de amorfos y contrahechos. Buruiana sostiene que para ver al ogro Shrek y su familia la gente prefiere ir al cine. Es mucho más barato y reciben un combo de cotufas y unos lentes 3D.
«El desarrollo económico de Rumania pasa por mejorar la imagen del país y aumentar el flujo de visitantes internacionales. En este sentido, es necesario contratar sólo a modelos como guías turísticas y que su uniforme sea un bikini. De preferencia, estas mujeres deben ser rubias, dado que son más bellas e inteligentes», afirma Sanziana Buruiana, quien se confiesa catira natural, a pesar de sus pobladas cejas negras.
Amplios sectores de la sociedad rumana no comparten este curioso proyecto de país. Consideran a Buruiana una fascista anoréxica que predica en minifalda. Califican como burdo y simplista su intento de hacer pasar al colesterol, el ácido úrico y los triglicéridos como los grandes enemigos de la nación. Señalan que, según el fundamentalismo estético profesado por la ex conejita Playboy, los corruptos pueden seguir robando, siempre y cuando se mantengan bellos y esbeltos.
En la pérfida Albión, la ministra de Salud, Anne Milton (una señora que parece haber sido raptada por una tribu aborigen especializada en la reducción de cabezas), se apunta al movimiento global contra la celulitis. En su opinión ya es hora de abandonar tanto eufemismo, y llamar el problema por su nombre: «Si me miro en el espejo y pienso que estoy obesa me preocupo menos que si pienso que estoy gorda. Los profesionales de la salud deberían ser más honestos con los pacientes, aunque esto implique decirles algo que no quieren oír. Llamar gorda a una persona gorda puede motivarla a adelgazar», espetó Milton como argumento de peso.
De seguir esta escalada fascista (siempre será más fácil cargar contra los gordos que contra la industria de la comida chatarra), el extremismo estético no tardará en incluir en su programa de gobierno la instauración de la dieta de los puntos como solución final y la organización de campos de concentración para pícnicos y rollizos. Vistas bien las cosas, acaso haya llegado la hora de fundar organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales que tengan como norte defender el inalienable derecho humano a comer a dos carrillos, sin que por ello se albergue un sentimiento de culpa. No es justo que, a efectos del catálogo delictivo, se homologue la humilde ingesta de hamburguesa con la expansión del armamentismo nuclear o la protección a grupos terroristas.
En fin, mucho me gustaría decir que Venezuela se aleja de la antipolítica y sus bochornosas propuestas, pero con el reciente espectáculo de la profanación de los restos mortales del Libertador, a medianoche y con efusivos mensajitos de Twitter («La llamarada, la llamarada, ya sentí la llamarada»), no tenemos autoridad moral alguna para burlarnos de los rumanos ni de los ingleses.
Dice con razón el filósofo Fernando Savater: “A mí me molesta mucho esa contraposición según la cual los políticos son malos y el pueblo es bueno. Lo peor de los políticos es lo mucho que se parecen a la gente que los vota. Tengo la sensación de que mucha gente se considera público de la política: aplauden a unos, silban a otros, patean de vez en cuando. Pero esa actitud no remedia las cosas. El remedio es la intervención crítica: desplazar a los corruptos, aunque a veces el pueblo obtenga algunos beneficios de sus oscuros modos de gobernar”.

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