jueves, agosto 17, 2006

Sociología de las colas

Pocas cosas tan difíciles de analizar como la relación de amor y odio que une a los venezolanos con las colas. Algunos compatriotas las detestan porque sólo las relacionan con el interminable embotellamiento del tránsito propio de nuestras ciudades.
Otros muchos las toleran porque, llevadas al plano de la vida cotidiana, las colas resultan el mecanismo más efectivo de asignación de recursos y de tiempos de atención. Y es que allí, en la situación extrema donde todos somos verdaderamente iguales, el único mérito que en justicia podremos siempre esgrimir será el orden de llegada. Es pues la meritocracia de los “sin palanca”.
En una sociedad sitiada por el caos y la violencia, la posibilidad de improvisar hileras de pacientes individuos representa la renovación del diario compromiso ciudadano con las formas pacíficas de convivencia. Sin embargo, hay que reconocer que en toda experiencia humana donde existen asimetrías –y las colas son una de ellas- están planteadas situaciones de injusticia, conflicto de intereses y abusos de poder. Y si acaso tienen dudas sobre la pertinencia de estas reflexiones, hagan una visita a una agencia bancaria.
La primera sorpresa que usted se lleva es que el moderno dispensador de tickets, se encuentra dañado, obligándole a sufrir los rigores del método tradicional de atención. Echa una mirada al local y detalla que aunque más de diez taquillas se encuentran numeradas, sólo dos prestan servicio. En cuanto a la rapidez de los cajeros, es harto sabido que este factor se encuentra en función de un elemento científico: Si hay dos colas, el cajero más lento estará ubicado en la hilera donde usted se encuentra; y si hay una sola, igualmente estará empavado, ya que ambos serán igual de incompetentes.
Llega así el momento de hacer su depósito o retiro. Sin embargo se da cuenta de que ninguna de las planillas se divisa por todo aquello. Acude al cajero, y éste, malencarado, le da un solo formulario. Y aquí entre nosotros, basta que a uno le entreguen una única planilla para sacar a flote todo el idiota que se lleva adentro. Después de varias equivocaciones, se entra por fin a la bendita cola. Y es allí donde la cosa se pone buena.
El primero en arremeter es ese infaltable sujeto a quien siempre se le olvida llevar consigo un bolígrafo para rellenar la planilla. A los pocos segundos, la persona que se encuentra por delante de usted se volteará para solicitarle que le guarde el puesto, porque teme que las várices le exploten en aquel lugar.
Ya con plomo en el ala, llega a su oído el reclamo susurrante del agitador de cola, espécimen que no vacila en recitar su conocida letanía: “Es que este pueblo es una partida de bolsas. Aquí nadie reclama. Como es posible que nadie diga nada. Por eso estamos como estamos”.
Enterado del porqué de nuestro desastre como nación, deberá usted hacer gala de sus nervios de acero para no caer en la emboscada del famoso “jodedor” venezolano, el mismísimo que escogió como repique de su celular la frase: “Esto es un atraco, y se me tiran todos para el piso cuerda de chigüires”.
Pasada la emergencia, la gente sonríe al ver que quedan muy pocos. Pero no cuentan con el motorizado que encabeza la cola, y que guarda dentro de su maletín una remesa de dinero y cerca de veinte planillas de depósito. Y es que todo parece indicar que se ha caído la línea que algunas veces mantenemos con el cielo.

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3 Comments:

Blogger José Pulido said...

Por haber llegado primero (gracias al RSS, que por cierto no se qué significa pero me avisa cuando usted publica algo), me tomo el atrevimiento de abrir esta línea de comentarios, amigo Rafael. Le cuento que para mí usted ha dado en el clavo: el orden de llegada es el único patrón aceptado por la mayoría de los habitantes de este país; semáforos, señales de parada y las direcciones de los fiscales son de seguimiento opcional; previas citas para visitas al médico terminan siendo un chiste; no se puede confiar en los numeritos que dan para sacarse la cédula y/o el pasaporte, y uno termina no durmiendo la noche anterior a la gestión. A lo único que podemos confiar es al impepinable orden de aparición. Eso si, nunca falta el imbécil que utiliza a su abuelita para colearse.
Disfruto mucho sus escritos, amigo mío. Ojalá que El Tiempo lo comience a publicar semanalmente para leerlo con mayor frecuencia.

11:02 p.m.  
Blogger Inos said...

Por lo menos la mitad del tránsito vital de un venezolano debe pasarlo en una cola, según mis calculos (in situ()... Reciba mis saludos, amigo Rafael, mientras esperamos por una nueva entrega de sus impagables textos.

2:35 p.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Gracias totales, queridos amigos

7:01 p.m.  

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