domingo, julio 18, 2010

En defensa del pulpo Paul

En un corto e imprescindible ensayo, el filósofo polaco Leszek Kolakowski definió al hombre como el animal que envidia. Un ser atormentado por el éxito ajeno; aciago acontecimiento que, con la rotundidad de su ocurrencia, le niega la fama y le impide el goce de las glorias deseadas.
Según Aristóteles, de siempre reverenciado criterio, la envidia es un sentimiento que suele acometer a los hombres cuando analizan los logros obtenidos por individuos que juzgan como iguales. El livor es moneda corriente entre personas con datos biográficos similares: edad, sexo, parentesco, círculo social o condición profesional («envidiamos al vecino más que al zar de toda la Rusia»). Los envidiosos, legítimos herederos del linaje de Ixión, Tántalo y Sísifo, sufren el mítico castigo de morir cada vez que el objeto de su envidia es aplaudido.
En lúcida e ingeniosa humorada, Fernando Savater calificó a la envidia como la virtud democrática por excelencia. Más que la republicana división de los poderes públicos, es la envidia ciudadana la encargada de vigilar la igualdad en el sistema político. Y si tienen dudas, allí está el testimonio histórico para corroborarlo: el reconcomio social por el boato y los privilegios de los reyes fue lo que dio al traste con la monarquía absoluta.
Pero he aquí que, en su imperturbable marcha hacia el abismo, algunos hombres han decidido ampliar los confines de la envidia: No perdonan ya el prestigio social de otras personas sino inclusive el éxito mediático de un pulpo, de un pobre cefalópodo encerrado en el estanque de un acuario alemán.
Entre los más acérrimos adversarios del pulpo Paul destacan por mucho los comentaristas deportivos de radio y televisión. Con su tono de pontífices indignados cuestionan acerbamente a la fanaticada futbolera, y tildan a sus integrantes de «ignaros» y «superfluos» por seguir, con lúdica expectación, la cadena de acertados vaticinios enhebrada por el molusco «estrella» del Seelife de Oberhausen.
Son estos ruidosos talibanes del deporte quienes nos revelan el carácter embaucador del divertimento multimedia. Nos machacan por enésima vez la perogrullada de que ningún animal posee el don de la profecía (¡Ahhhhhhhhhhhh!). Nos advierten que el abominable pulpo de marras no es otra cosa que un farsante, un abominable kraken que siempre se arroja a la caja dispuesta a su izquierda. Ni siquiera tienen la nobleza de reconocer que, al menos, se trata de un farsante con método…
Tal ha sido el ensañamiento de los expertos que el pobre Paul ha optado por retirarse. «Se jubila, les da las gracias a todos. Fue un mundial fantástico», comunicó una portavoz del acuario. Se retira, de este modo, un verdadero «duro» del pronóstico deportivo. Los hinchas de Paul no sólo recordaremos su récord casi perfecto, sino también esa valentía que derrochó cuando, jugándose el físico, arrostrando el riesgo de fenecer en una indigna cazuela, tuvo el valor de manifestarle «su verdad» al pueblo alemán, aquel que lo cobijó al irse de su natal Inglaterra: «Amigos teutones, ustedes son de pinga, me han tratado muy bien y me han dado comida. Pero, lamentablemente, mis panitas, ustedes no ganarán el Mundial». ¡Qué arrojo! ¡Qué coraje! Más que ocho tentáculos pareciera tener ocho corazones. Su inmenso valor contrasta, a más no poder, con el triste guabineo de los profesionales del micrófono, que se cuidaban, en cada una de sus transmisiones, de contrariar los pareceres de las distintas colonias residenciadas en Venezuela. Actuaban como si en lugar de entregar una copa, la FIFA tuviese proyectado entregar un trofeo para cada selección. ¡Toma la tuya España! ¡Toma la tuya Portugal! ¡Toma la tuya Italia! ¡Toma la tuya Maradona, pero eso sí, por favor, no te desnudes!
Lo cierto es que, a los ojos de la afición futbolística, la mayoría de estos insufribles guabinosos dio pena, cuando no vergüenza. Recuerdo que uno de ellos, consultado acerca de su vaticinio para el partido final, se atrevió a pronunciar estas aladas palabras: «España es España, pero, ojo, cuidado, porque Holanda es Holanda». ¡Pero no puede ser! ¡Y yo que juraba que España era Turquía y Holanda era Kuala Lumpur! No sigo con la ironía porque de seguro no faltará quien me señale que estas precisiones geográficas nunca están de más, sobre todo en momentos cuando uno alberga serias dudas sobre si Venezuela sea verdaderamente Venezuela, ya que cada día se parece más a Cuba.
En esta antología de acertados comentarios formulados por expertos deportivos no podemos dejar de lado al encorbatado que, en trance de iluminación, predijo que aquel equipo que tuviese la pelota y convirtiese más goles se alzaría con la copa del mundo. Digno de mención también resulta aquel experto que, puesto a escoger entre un planteamiento táctico defensivo y otro de carácter ofensivo, se quedó con el segundo, porque «para triunfar no basta con defender: también es necesario ofender». ¡Y después estos señorones se molestan porque la afición decidió prestarle mayor atención a los pronósticos del pulpo Paul!
Igualmente, resulta lamentable constatar como muchos de los comentaristas venezolanos se apropiaron acríticamente de modismos e inexactitudes lingüísticas puestas a rodar por locutores sureños. Un ejemplo notorio es el uso del verbo «venir» como pronominal, para así construir frases tan necesarias como: «Se viene el primer tiempo», «Se viene el cambio» o «Se viene la final». Para ellos, ya ningún jugador aprovecha o desperdicia un chance de gol, dado que todos tienen más bien «una bonita chance»; y la arcaica «antesala» ya ha sido licenciada por la utilísima «previa». De la constelación de futbolistas parece que sólo les interesa el pasado: «Allí vemos a Diego Forlán: el ex Villarreal, el ex Manchester United, el ex Independiente de Avellaneda, el ex adolescente, el ex niño, el ex párvulo, el ex neonato, el ex feto, el ex huevo cigoto, el ex espermatozoide». En fin, razón tenía Vadier Hernández, personaje de Blue Label / Etiqueta azul, de Eduardo Sánchez Rugeles, cuando señaló con vena filosófica: «Todos, Eugenia, incluso tú, hemos sido alguna vez un taco e’leche»…
En un alarde de erudición deportiva, cada treinta segundos los televidentes y radioescuchas eran sorprendidos con un nuevo como innecesario dato estadístico. No importaba mucho que el dato curioso tuviese alguna relevancia; lo importante era proyectar la sensación de conocimiento pleno del deporte y sus protagonistas: «Nuestro departamento de producción nos acaba de comentar que jamás en la historia un país que tiene como presidente a un zapatero se ha convertido en campeón del mundo. Esto quiere decir, sin lugar a dudas, que Holanda luce como principal favorito»…
¡Pero qué alejados del sentir popular se encuentran estos señorones! Desconocen, como bien apunta el amigo Luis Ernesto Blanco, insigne visitante de esta página, que los datos verdaderamente relevantes para el pueblo venezolano son: 1) donde se puede comprar leche, 2) donde se puede adquirir dólares, y 3) a qué sitios pueden salir a divertirse sin que les peguen un tiro.
Finalmente, cuando analizo en profundidad el contundente éxito del pulpo Paul, no puedo evitar pensar que en Venezuela faltó velocidad. Los revolucionarios bolivarianos pudieron haber monopolizado los cables internacionales. Bastaba solamente con colocar, al frente de sendos conteiners de comida podrida de Pudreval, las banderas de los países en justa. Entonces un zamuro saltarín, llamado «Zamurano», tocado con una coqueta boina roja, elegiría, con su carroñosa ingesta, el ganador del encuentro. ¡Qué lástima! ¡Hubiese sido un palo!

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Amigo Rafael, a pesar de lo añejo de este artículo es ahora cuando lo leo y constato la mención que me hace y la cual le agradezco. Un cordial saludo. Luis Ernesto

12:12 p.m.  

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