jueves, enero 03, 2008

A ciegas



Cada día que pasa la agitada realidad venezolana nos confirma como galeotes de una embarcación de pomposo nombre. Una generación de cansados remeros que se distribuyen a lo largo de una crujía que deja ver, por un lado, el éxtasis místico de los sujetos convencidos del épico destino de sus labores de sumisión; y, por el otro, la ira contenida de seres refugiados en sueños de plantes y motines. Mitológica tripulación de hostiles siameses, que no consiguen ponerse de acuerdo en la singladura propicia para llevar a buen puerto ese buque, cuatro veces centenario, llamado revolución.
El italiano Claudio Magris, hombre de mar y de letras, nos revela una verdad forjada al calor de las fraguas del desengaño: la ideología es el barco que se hunde (¿Magallanes una ideología?). “Es como viajar por el mar en busca del sentido de la vida y de la historia, en un barco que no puede llegar”. Palabras que nos sugieren que las páginas de su imponente novela A ciegas (Anagrama, 2006) no son más que la narración de los hechos acontecidos durante esa navegación tan fascinante como infructuosa.
Obra inquietante que nos plantea desde el principio el destino dramático de todo proyecto revolucionario: portar civilización y destrozar civilización. Paradoja del progresismo que sirve para resumir la vida de dos infatigables antihéroes -personajes complejos y visionarios, nobles y ruines- que no dejan de demostrar, en sus diarias vivencias, que a veces el futuro no solamente lleva adelantos, sino también muerte, depredación y engaño.
Salvatore Cippico es un esperanzado revolucionario italiano que viaja a Yugolasvia a fungir como partero del paraíso comunista. Sin embargo, la ruptura del mariscal Tito con el bloque soviético marca su transmutación de vanguardia del cambio a enemigo del sistema, y sella también su condena a los campos de concentración de Dachau y Goli Otok. Castigado por sus excamaradas eslavos y olvidado por sus compañeros comunistas, Cippico acopia la voluntad necesaria para, pasado un tiempo, volver a su tierra natal; pero allí ya no será bien recibido, pues se le verá como un agitador. Todo un apasionante itinerario del fracaso contado por un hombre trastornado, que, en su delirio, jura haber vivido, unos cuantos siglos atrás, la epopeya del guerrero danés Jorgen Jorgensen, fundador de Hobart Town (capital de Tasmania); un famoso rey deportado que luego será recibido por sus vasallos como un peligroso reo del imperio británico.
Los revolucionarios Cippico y Jorgensen, héroes y traidores en diferentes tiempos y geografías -ellos que son tantos- aportan el fondo humano que actualiza el mito del vellocino de oro. Sus parábolas vitales repiten la tragedia cainita del viaje a la Cólquide: Los argonautas se detienen en una isla habitada por un pueblo amigo, los dolionos, con quienes comparten una fraterna tarde de fiesta; al término de la celebración, optan por marcharse, pero una tempestad nocturna los hace retroceder, a ciegas, hacia la misma isla. Ninguno de los amigos se percata del incidente. Los argonautas creen haber sido arrojados a una isla rival; mientras que los dolionos están convencidos, a su vez, de que son atacados por sus enemigos. En la noche, estos dos pueblos hermanos, se degüellan recíprocamente...
“¿Qué se hace para ver en la oscuridad? (...) ¿Cómo se hace para reconocer a los hermanos, a uno mismo, en la noche?”, se pregunta Magris para más adelante colocar en labios de Salvatore: “Bessie trabaja en la cocina, inventa recetas y platos apetitosos. Me siento delante de ella y como, pero sobre todo la miro: esas manos que no tienen necesidad de defenderse y pueden hacer la pasta en paz, extender y rizar la masa, esparcir la sal, amasar, picar, mezclar, dosificar, servir en el plato. Eso es, a lo mejor es ésa la revolución, liberar las manos de la necesidad de pelear y restituirlas a la ternura”.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

que bella forma de darse carajazos tienen los tercos artísticos!!! ¿verdad?

bueno, al fín y al cabo, arte y sentido de la realidad no van mucho de la mano, por eso será que tanto artista se comió el cuento de la bondad natural del colectivismo...

y tal vez, será por eso, que otros tantos disfrazan su mediocridad poniéndole antifaces de "compromiso" a sus muecas calcadas y a sus frases hechas...

excelente reflexión broder

11:00 p.m.  

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