miércoles, octubre 22, 2008

Una especie en extinción

El buen conversador tiene todas las trazas de constituir una especie en extinción. Tan escasamente promisorio se nos antoja su futuro, que juzgamos por buena cosa la rápida conformación de una oenegé que propugne la utopía de su supervivencia.
A diario observamos como un vocinglero alud de combatientes se declara en permanente rebeldía frente a las tiránicas realidades de la fealdad, la gordura o la muerte; sin embargo, rara vez somos testigos de un pugilato cuerpo a cuerpo con las no menos nocivas huestes de la mediocridad y la ignorancia.
Ya ni siquiera podemos decir que la conversación de salón es tierra yerma donde campea el eco monocorde del discurso egocéntrico. La triste verdad es que el venezolano de nuestros días apenas habla de sí mismo. Sólo utiliza su voz para presentarnos el pormenorizado relato de todo aquello que le aconteció a su pareja, suerte de alfa y omega de un mundo microscópico.
Los ceremoniosos rapsodas de épicas y aretalogías de antaño han sido sustituidos por infatigables y acuciosos cronistas de vidas anodinas. “Al pícaro de mi Pepe le encanta ponerse interiores de cebra”, “Al loco de Manolo le fascina quedarse empelotado los sábados y los domingos” “A la amargada de Marisela le molesta que la llame mi cuaimita”. En fin, todo un temario estructurado al calor de la más ramplona intimidad; anécdotas insulsas que luego serán vertidas en los turbios sumideros de la discusión pública por voluntad expresa de una personalidad exhibicionista.
Yo me resisto a tan injusto destino. Me niego rotundamente a dialogar con mis amigas acerca de las virtudes y resabios de sus adorados novios o esposos. Tampoco me avengo a platicar con mis amigos sobre las pequeñas miserias de sus dulces tormentos. ¡Está bien, no hablemos, de pronto, de los laureados escritores de la generación Granta ni de los versos excelsos de Ana Ajmatova ni de las posibilidades de humanización de la economía de mercado; pero tampoco hablemos, os suplico en verdad queridos compañeros, de las marchas y contramarchas de sujetos que invariablemente serán imprecados en encarnizados procesos de divorcio! Renuncien al improductivo oficio de vicarios de lo ausente. Abandonen la cháchara fútil de los interiores de cebra y las pantaletas cuello de tortuga; confórmense, más bien, con saber aquello que un día escribió Enrique Vila-Matas, en su novela El viaje vertical: a los hombres y a las mujeres sólo los conocemos realmente cuando los tenemos en contra.
No puedo evitar relacionar la mengua que padece la conversación culta, graciosa e inteligente con el crónico declive del hábito de la lectura. Basta con revisar una revista de entretenimiento para tener noticias de insólitas declaraciones: un llevado y traído zar de la belleza nacional señala con orgullo que en la actualidad no lee ni un solo libro ni le interesa hacerlo; una exótica actriz, perteneciente al elenco de la versión televisiva de la famosa “La trepadora”, confiesa sin pudor que no piensa hojear el texto original de la novela galleguiana, dizque para no predisponerse en el plató; una carismática reportera multimedia, que aún mantiene la belleza de sus años mozos, hace pública su negativa a engolfarse en mamotretos superiores a doscientas páginas.
Cuesta reconocer que hoy las personas más eruditas son aquellas que observan por mayor cantidad de horas la televisión por cable. El constante avance de la cultura audiovisual por lo menos les garantiza un buen tema a desarrollar. El resto de la población se encuentra bastante satisfecha con esa modalidad de conversación que a ratos se asemeja a un chateo sin teclado ni messenger, pero, eso sí, con abundantes emoticones.
En cuanto a la lectura, me quedo con las palabras que Amos Oz expresó en su discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007: “Creo que la literatura es un puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad puede ser una cualidad moral. Creo que imaginar al otro puede ser un antídoto contra el fanatismo. Imaginar al otro hará de ustedes no sólo mejores empresarios o mejores amantes, sino incluso mejores personas”.

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miércoles, octubre 15, 2008

De cómo parecer cultos sin leer en el intento

Al contrario de lo que sostienen algunos profetas del desastre, cada vez estoy más convencido del profundo cariño que siente nuestro pueblo por el noble hábito de la lectura; cariño que se expresa en la pasión con que cada día tantos compatriotas se entregan a largas horas de lectura de la borra del café, de las cartas del tarot, de las volutas del tabaco y hasta de los caracoles. Pareciera que cualquier material se antoja apropiado a la hora de evitar las páginas de un libro.
Y es que a la cultura a menudo se suele llegar de la mano de la fealdad, y en Venezuela, el país de la belleza, la creciente demanda social de los hombres y mujeres que “están buenos” les impone una agitada agenda de actividades, que les impide contar con los minutos de reposo y soledad necesarios para concentrarse en la plácida y cultivadora lectura de textos inmortales de la literatura universal. Únicamente son los feos, los eternos excomulgados de la rumba y el guateque, quienes cuentan con el tiempo requerido para entrarle como se debe a las aventuras de Don Quijote y su escudero.
Es triste admitirlo, pero nadie en su cama reclama la presencia de un agudo conferencista ni mucho menos de un erudito en pintura medieval; tan sólo se solicita una pareja medianamente instruida en las artes del rascabucheo y la labia graciosa.
Sin embargo, por más bueno que se esté, reconocerse iletrado y analfabeta funcional siempre supondrá un alto costo social para el individuo, y un motivo de vergüenza para sus familiares y amigos. El idealismo propio de toda sociedad le exige a sus hijos que se esmeren en ser algo más que simples amasijos de músculos o monumentos vivientes de curvas y turgencias. También les exige que piensen y acumulen cierta cultura para el adorno de su expresión oral y escrita, de manera que el verbo se muestre en consonancia con la hermosura exterior.
Existen varios truquitos para simular el don de la inteligencia y la cultura sin necesidad de acudir a los temidos libros. A continuación les indicamos algunas de las estrategias utilizadas por algunos simuladores para aparentar que nacieron con un exceso de sustancia gris:

USE LENTESEs muy antiguo el razonamiento que tiende a relacionar el uso de lentes con el hábito del estudio. Basta abrir la crónica roja de cualquier diario para notar que ninguno de los malandros fotografiados usa anteojos. Todo choro con problemas visuales lo matan chiquito. Nadie que porte un “culo de botella” se embarca en el acto suicida de robar un banco. Ningún delincuente desea correr el riesgo de que, en pleno atraco, su ceguera le juegue una mala pasada y termine encañonando a un cajero automático; máquina que sólo le entregará el dinero si previamente el antisocial ha ingresado los dos últimos dígitos de su cédula de identidad.
Nos hemos acostumbrado a que llevar lentes y ser apodado “cerebrito” sea la misma cosa. Pareciera que la miradera de pornografía en internet no tiene efectos degenerativos en la vista. Según la cultura popular, sólo podemos llegar a la miopía y el astigmatismo a través de los tortuosos caminos de la lectura de ensayos y novelas. Sin embargo, no todos los espejuelos son iguales. Las gafas oscuras transmiten una imagen reñida con la inteligencia. Detrás de unos lentes de sol se ocultan los ojos vidriosos del amanecido, el párpado moreteado de la víctima o la amenaza endémica de la conjuntivitis.
En el caso de los anteojos grandes y transparentes al estilo Paulina Rubio los resultados no son mejores, ya que son asociados con conceptos frívolos y mundanos como la rumba y el fashion emergency. Por eso sugerimos el uso de lentes de esferas pequeñas al estilo del Harry Potter. Finalmente, recomendamos siempre mantener la pose intelectual, y no ceder a la tentación de abrir la bocota. Recuerde que la magia está en la varita, no en los lentes.

CARGUE SIEMPRE UN LIBRO CONSIGOEs un error muy frecuente el pensar que sólo nos comunicamos con los demás cuando hablamos y escribimos. A menudo se olvida que nuestros cuerpos también expresan mensajes. Basta ver la Gaceta Hípica doblada en el bolsillo trasero de un pantalón para inferir que esa persona es amante del juego de caballos. Basta ver un diario de formato tabloide aprisionado en una axila para concluir que ese sujeto es aficionado a los sorteos de lotería.
El que lleva un libro consigo siempre está en una vaina. Es un sujeto superior, que no se detiene en el bajo mundo del chisme o en la socialización forzada de las colas de espera. De ahí la importancia de siempre llevar en la mano una obra que “delate” lo más íntimo de nuestra personalidad. No hay que alarmarse: No hace falta leerla, con mostrarla es suficiente. Lo mejor del caso es que podemos ser todo lo camaleónico que deseemos. Ahí están los comunistas que se la pasan con libros de Marx que jamás han leído (a juzgar por sus declaraciones). Ahí están los neoliberales que se la pasan con libros de Adan Smith y Milton Friedman que nunca han revisado. Anímese usted también: métase a postmoderno sin achicharrarse las neuronas con Noam Chomski.

LLEVE FOLLETOS DE CHARLAS Y EXPOSICIONES
Esta opción es ideal para personas con problemas de hernia discal, que no pueden darse el lujo de cargar todo el día con los dos tomos de Los Miserables o Los Hermanos Karamazov bajo el brazo.
La idea es ir recopilando todo tipo de catálogo artístico que llegue a nuestras manos. Un valioso universo de material P.O.P que revelará nuestra presencia comprometida en exposiciones, muestras pictóricas, talleres literarios, presentaciones de libros, declamaciones y conciertos. Nadie osará poner en duda el carácter profundamente intelectual de un ser que, más que una persona, asemeja una nutrida y muy colorida cartelera cultural.
Eso sí, ándese siempre con cuidado -ojo pelao-, ya que en todo momento corre el riesgo de tropezar con un volante arteramente espolvoreado de burrundanga. En verdad que sería una calamidad que usted termine desnudo, maniatado y sin papeles en un hotelucho de cuarta categoría.

HABLE PLANTEANDO INTERROGANTES
La pregunta es el primer peldaño en la escalera del saber. Sócrates construyó toda una filosofía sólo con preguntas (el denominado método de la mayéutica, versión griega del criollo “¿y tú que le dijiste? y ¿el qué te dijo? y ¿tú que le dijiste? y ¿el qué te dijo?”).
A menudo el conocimiento nace de una angustiosa interrogante. Quién se pregunta se comporta como un ser reflexivo. Y donde hay reflexión -¡eureka!- hay inteligencia. Anímese y haga la prueba, reúna a un grupo de amigos y diga: “¿Pero qué es el amor? ¡Pudiésemos preguntarnos!” (en este punto, usted hace una pausa para crear la denominada atmósfera narrativa, y de paso para pensar sobre la continuidad de su conversa) “¿Acaso la unión física y espiritual de dos seres humanos? ¿Pero pueden dos soledades hacer una compañía?...”
Lo dicho: sólo hay que preguntar con clase y estilo. Ya saldrá un sabiondo desesperado por aportar las respuestas...

ADMINISTRE LOS SILENCIOS
Recuerde la profecía de camionetica: el bruto grita, el inteligente habla y el sabio calla. Gerencie sus silencios. Haga como el personaje del famoso cuento El diente roto, que de vaina llegó a presidente de la República.

ESCUCHE ACTIVAMENTE
Otro expediente, que por manoseado no debemos despreciar, es el gesto instintivo de frotarse la barbilla mientras se dirige una profunda mirada a la persona que nos habla; todo ello con esporádicos y alternativos movimientos de asentimiento, duda o asombro. Hay quienes redoblan la apuesta: fruncen el ceño y se aventuran a repetir las tres últimas palabras de su interlocutor, aunque sin abusar.
Lo más importante para destacar es que, aunque parezca contraintuitivo, el mejor conversador es el que habla menos. Quién lo diría: Basta con no interrumpir para pasar por culto y educado.

LEA CONTRAPORTADAS Y RESÚMENES DE OBRASSe ha sabido de personas que sólo necesitaron leer y caletrearse unas cuantas contraportadas de libros famosos para llegar a la presidencia de la República, la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia o la animación de un programa de televisión. Se trata de una excelente estrategia, que sólo entra en crisis cuando la persona se anima a tirar flechas sobre otras partes de la obra, como por ejemplo, el índice, el prólogo o la conclusión.

VOLTEE PALABRAS PARA CONSTRUIR FRASES INGENIOSASEn oportunidades sólo hay que cambiar el orden de dos palabras en una oración (quiasmo) para dar con líneas verdaderamente brillantes. Sino que lo diga el señor Ricardo Arjona, un salsero erótico que ha logrado pasar por trovador postmoderno a punta de frases con términos intercambiados. ¿Un ejemplo? Por supuesto: “Señora, no le dé años a su vida, déle más vida a sus años, que es mejor”.

APELE A LA CITA CULTUROSA
Y, finalmente, siempre contamos con la opción de aprovecharnos de la inteligencia ajena, gracias a pensamientos famosos sacados de agendas y calendarios de taco. Citar, es como dice el mexicano Gabriel Zaid, una forma presuntuosa de callar, de ceder la voz propia. Yo no puedo evitar caer ante esta tentación, y hago mías las palabras del famoso novelista Oscar Wilde: “La gente no quiere que se le eduque; sólo quiere que se le tenga por educada”.

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miércoles, octubre 08, 2008

Sueños de fuga


Mis amigos no crecen en número, pero sí se expanden geográficamente. Coordenadas entrañables de un mundo afectivo que este año descubrió un quinto continente. Algunos se fueron tras un proyecto esperanzador; otros, en cambio, se limitaron a liar maletas, acuciados por los violentos derrotes de ese indomeñable miura que llaman miedo.
Como aquellos antepasados que a principios del siglo diecinueve salieron de la ciudad de Caracas amedrentados por el impresentable espantajo de José Tomás Boves, en la actualidad miles de venezolanos abandonan el país asustados por la supuesta perennidad en Miraflores del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Espesura del tiempo que me hace recordar la famosa frase de la novela Requiem for a Nun de William Faulkner: “El pasado nunca está muerto. Ni tan siquiera ha pasado”. Sin embargo, desconocen los muchos ausentes la sabia advertencia del escritor argentino Alan Paul: “El poder es la condición de la máxima debilidad”; acaso por aquello que un día apuntó el bueno de Séneca: “Ser temido equivale a temer, Nadie ha podido generar terror en los demás y conservar la paz interior”.
Mientras la voluntad que se quiere omnímoda se regodea en fantasiosos ataques magnicidas, más de un ciudadano de a pie comienza sus pesquisas particulares acerca de las frondosidades «del árbol que ninguna botánica menciona»: el genealógico. El objetivo de tan afanosa búsqueda no es otro que dar de bruces con un tatarabuelo teutón, gallego o lombardo; poco importa si en las investigaciones se registra la circunstancia menor, y si se quiere anecdótica, de develar la identidad de un contumaz violador de doncellas incautas. Lo verdaderamente importante siempre será encontrar la carambola que nos permita acertar la tan ansiada buchaca del pasaporte comunitario.
Pero aquellos que pretenden conocer las entrañas del monstruo imperialista tampoco la tienen fácil. Conseguir una visa en Venezuela es cosa de jugadores de grandes ligas, astros de la farándula o reinas de certámenes de belleza. Y es que basta que a un balsero del aire se le ocurra la genial idea de comentar que viajará a Miami para conocer a sus ídolos de la infancia, el perro Pluto y el pato Donald, para que los draconianos funcionarios de la Embajada americana terminen recomendándole que mejor siga divirtiéndose aquí con su pana Tribilín (Fidel how are you?).
Hace algunas semanas me enteré de que mi abuela de noventa y dos años también posee un Plan B. Lo malo de estos sueños de fuga es que precipitan directamente a las personas a las teratológicas fauces de la Onidex. En el caso de la familia Jiménez Moreno, debo precisar que fui yo el desafortunado sujeto que se caló la madrugadora cola de repartición de números. Lo cual, aquí entre nosotros, constituye un abuso de grandes dimensiones, ya que, dada la pronunciada edad de mi abuelita, resulta obvio que en su próximo viaje no precisará de un pasaporte...
Cansado de tantos reclamos, el gobierno bolivariano no ha conseguido mejor solución que ensayar la prestación del servicio vía internet. Pero ahora el problema consiste en la extrema dificultad que supone abrir la página de la Onidex, siempre colapsada por un supuesto atasco en el tráfico de internautas. Toca entonces salir a echarse una pea y regresar a casa a golpe de cinco de la madrugada, para así tener algún tipo de chance de consultar el bendito portal. Aunque para ser sinceros, la colocación del login no implica mayor drama. El suplicio informático se presenta cuando el sistema ejecuta el trámite de la contraseña: la clave, que no puedes escoger, está conformada por caracteres de imposible recordación, los cuales parecen tomados de los alfabetos chino, griego y cirílico. Todo eso para no mencionar a los jeroglíficos de comprobación -signos borrosos y retorcidos- que sólo pueden ser descifrados por el espíritu previsor que tuvo a bien tirarse una pea hasta las cinco de la madrugada. Ante tamaña desgracia, sólo cabe rezar para no tener que acudir al dichoso apartado de preguntas de seguridad, el cual, conociendo a mis talibanes, debería incluir las siguientes interrogantes: ¿Cuáles son las tres R? ¿Cómo se llaman los cinco motores de la revolución? ¿En qué año se irá el-que-te-conté?
Sin embargo, no todos quieren marcharse de Venezuela por la amenaza totalitaria del chavismo. Hay quienes anhelan irse simplemente porque jamás han sentido que pertenezcan a esta tierra llamada de gracia. No se «jallan» entre tanta comedera de arepa, entre tanta bailadera de joropo. Y es que de repente, así como existe el sentimiento de la transexualidad -que hace que un hombre se reclame mujer a pesar de la presencia notable del apéndice fálico-, acaso también exista la transnacionalidad, fenómeno psicosocial que explicaría el porqué un sujeto nacido en uno de los tantos palafitos de la laguna de Sinamaica se esfuerce en presentarse como otro de los dilectos hijos de la histórica Rótterdam.
No sólo la patria es un misterio. Ya lo dijo el excelso escritor argentino Juan José Saer: “No se sabe nunca cuando se nace: el parto es una simple convención. Muchos mueren sin haber nacido; otros nacen apenas, otros mal, como abortados. Algunos, por nacimientos sucesivos, van pasando de vida en vida, y si la muerte no viniese a interrumpirlos, serían capaces de agotar el ramillete de mundos posibles a fuerza de nacer una y otra vez, como si poseyesen una reserva inagotable de inocencia y de abandono”.

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miércoles, octubre 01, 2008

En el cine

A veces me pregunto cuánto tiempo de mi vida he perdido en la espera infinita de una cola; preso en la ilusión de llegar a un lugar, culminar un trámite, plantear una queja o asistir a un nuevo enfrentamiento de la rivalidad Caracas-Magallanes.
Afirman que en la vida sólo hay una cosa segura: la muerte. Pero yo me atrevería a decir que aquí en Caracas, donde todo es inseguridad, nos damos el lujo de tener dos cosas por apodícticas: la denominada pelona y las ubicuas colas. Por ello, no resulta exagerado afirmar que en cualquier lugar donde uno se meta, sea una calle, sea una agencia bancaria o sea el diminuto acuario del Sambil (misterioso reino del cazón que se sueña tiburón blanco) lo incuestionablemente cierto es el funesto designio que nos condena a padecer un sofocante amontonamiento de gente.
No hay que ser griego para convencerse de la intrínseca inutilidad de toda rebelión contra el destino y sus abstrusos caprichos. Pienso por ejemplo, en la desventurada decisión de evitarnos una cola a través de una reservación telefónica. Llamas entonces al bendito número ochocientos y en mala hora te tropiezas con el primer robot discapacitado de que se tenga memoria:

-Gracias por llamarnos. Diga el título de la película de su preferencia.
-(Con voz normal) Kung Fu Panda.
-Por favor, diga el título de la película de su preferencia.
-(Con unos cuantos decibeles adicionales) Kung Fu Panda.
-Insistimos, por favor diga la película de su preferencia.
-(Ya con un megáfono pegado a la bocina) ¡Coño, que Kung Fu Panda!
-No grite salvaje, que no soy sorda, y además puede estropear mis delicados circuitos de última generación...

Lo peor de este cuento surrealista es cuando finalmente el sistema computarizado, en un acto de autonómico arrebato, termina asignándote dos boletos para la función de medianoche de Garganta Profunda en tercera dimensión.
Una vez en el cine, tenemos que abandonar toda esperanza de no calarnos una cola frente a la cotufería. Aunque para ser justos debemos precisar que los cajeros de testudíneos movimientos no son los únicos culpables de esta tragedia. Y es que la gente también aporta lo suyo. Pienso por ejemplo en esos infelices sujetos que, una vez llegado su turno, tienen a bien lanzarse el siguiente pedido:

-A mí me das, por favor, una cotufa extragrande, dos perros calientes, una pizza, unos tequeños, unos nachos, un falafe, un risotto, unos patacones bien mollejúos, una sopa cantonesa y, por supuesto, un mondongo molecular ¿Porque esto es una sala VIP o no?
-Sí señor, como no. ¿Y para beber?
-Pues como andamos de dieta, dame una Pepsi diet y una agüita mineral.

¿Pero para qué van al cine estos anormales?, pregunto yo. ¿A comer o a ver una película? Dios se apiade de esos pobres estómagos, porque ante tamaño abuso -y que me perdone la profesora Marta Colomina por lo que voy a decir- muy poco puede hacer el siempre bien ponderado Pankreon Compositum con principio activo «dispeidebilisdibuey».
Lo malo de estas dilaciones es que nos impiden llegar a tiempo a las esporádicas y rarísimas proyecciones de la pieza publicitaria del Plan Siembra Petrolera y la de la campaña de concientización ciudadana intitulada “Las películas piratas se ven mal, pero tú como padre te ves mucho peor ¿Qué le estás enseñando a tus hijos?” Debo confesar que en más de una ocasión he escuchado a una anónima voz responder en tono zumbón: “A ahorrar. Les estoy enseñando a ahorrar”. Humorada que invariablemente despierta las carcajadas del público.
Los escucho, y en la oscuridad recuerdo aquella frase de Ermund Burke que reza: "Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud". Aunque también pienso, acaso consciente de que la vida es sobre todo compleja, en el sincero testimonio del escritor bosnio Emir Suljagic: “Puedo escribir sobre ello, pero nunca voy a juzgar a una persona por lo que hizo para evitar morir. Y es que no se puede pedir a nadie que renuncie a su instinto de supervivencia”.

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