Más que un sentimiento, el amor eterno pareciera
ser la más vigente de las antiguas leyendas. Se cuentan por millones los
amantes que, seducidos por la promesa de una felicidad sin fin, abandonan el
apacible predio de la certeza para extraviarse en los senderos sinuosos de la
pasión. Todos ellos reproducen, de manera inconsciente, el mito de Psique en
busca de Cupido.
El hecho de que el amor eterno se asemeje a un
mito, no representa un dato desdeñable. Nos ayuda a comprender, por ejemplo, la
inveterada costumbre del ser humano de solicitar a sus pretendientes el
cumplimiento de determinadas pruebas de iniciación; pruebas que le ayuden a
comprobar la pureza de las intenciones, pero también a desenmascarar, de modo
oportuno, el juramento pronunciado por labios mentirosos, urgidos de ocultar la
efímera vida del deseo.
Si el amor eterno es una historia, no puede
sorprendernos que esté sometido a ciertas reglas y mecanismos narrativos. El lingüista
Vladimir Propp, al analizar cientos de relatos de la tradición oral rusa,
concluyó, en su libro Morfología del
cuento, que las leyendas populares no deben verse como una mera secuencia
de sonidos y palabras susceptibles de ser memorizados, sino más bien como una
estructura de sentido: un producto de la concatenación de treintaiún motores dramáticos
(motifemas, según Alan Dundes) que marcan las acciones de los personajes. Para
Propp el decimosegundo «detonante dramático» es el encuentro del protagonista
con un ser (un monstruo, una persona, una entidad espiritual) que lo somete a
una prueba; mientras que el vigesimocuarto «detonante dramático» consiste en la
prueba que hace posible la anagnórisis del protagonista y el descubrimiento de
la usurpación cometida por el malvado.
Sin embargo, los protagonistas de las historias
populares no son las únicas personas obligadas a superar una prueba de
iniciación. La dinámica lúdica y lúbrica del cortejo sexual compele al hombre
enamorado —adalid por excelencia del ideario romántico—, a repetir, durante el proceso
de seducción de la amada, el sino del héroe griego, quien siempre encontró en
la superación de pruebas la fase favorita de la aventura mítica, según apunta el
erudito Joseph Campbell en el estudio clásico El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito.
La obsesión de hombres y mujeres por las pruebas puede también explicarse porque en las tareas impuestas se mezclan, como en pocas
cosas en la vida, lo divino con lo mefistofélico, la afirmación de la fe con la
desconfianza velada. En el libro de Génesis, Dios apela a este expediente cuando
ordena al fiel Abraham sacrificar a su hijo primogénito, Isaac, para
testimoniar la intensidad de su devoción. En la Biblia también leemos como
Satanás emplea la fijación de pruebas como un medio no santo para comprobar la
autenticidad del amor y la fe proclamados por Job. La utilización
de pruebas por parte de la religión desembocaría, con los años, en la historia
negra de las ordalías y la inquisición.
Muchos espíritus de la noche, en particular aquellos
de vocación mesiánica, han tomado debida nota de las repercusiones que en la
psiquis humana tiene la imposición de pruebas. Saben muy bien que quien logre
cumplir con la serie de incómodas exigencias habrá transmutado en admiración algo tan vulgar
como la difidencia; además de
encontrarse en capacidad, gracias al nimbo de heroicidad que rodea a su imagen,
de publicitar su condición de ser predestinado, de hombre superior que logró cumplir
lo dispuesto por la profecía. Y esto es así, porque, como recuerda el
historiador de las religiones Walter Burkert, la superación de pruebas y ritos
es una de las maneras de creación de lo sagrado.
La sociedad imbuida de romanticismo representa,
en sí misma, la versión colectiva del mito del amor eterno. El recelo y el
cinismo contaminan de cutio el venero de los sentimientos. Los ideales se
marchitan. La rijosidad y el cinismo vulgarizan los afectos e imponen pruebas
procaces y rocambolescas como prendas de amor: el sátiro pide sexo, el promiscuo demanda
muestras de castidad, la querida exige bienes a su nombre y el padre renuente
solicita una prueba de ADN para responsabilizarse de su descendencia.
En la actualidad son demasiados los factores que
enajenan la confianza de los amantes: la exaltación del deseo, la dificultad de
diferir las gratificaciones, el fomento del exhibicionismo en las redes
sociales (un caso extremo: el sexting,
la difusión de autorretratos con contenidos sexuales implícitos o explícitos),
la posibilidad de experimentar «vida paralelas» gracias a los avatares
virtuales, la crisis institucional de la monogamia, el desprestigio de la
fidelidad como forma de relacionamiento sexual, la pérdida de influencia de las
religiones, la presencia universal de cámaras de vigilancia y la capacidad de reconstruir vidas enteras a partir de los registros informáticos de los internautas. Nunca como ahora las personas están en capacidad de comprobar, mediante mecanismos
clandestinos de auditoría, la veracidad de las promesas de amor lanzadas al
calor del deseo.
Las circunstancias históricas que cambian la
concepción tradicional del amor también renuevan el elenco de las pruebas diseñadas
para demostrar la sinceridad de lo prometido. A diferencia de Hércules, Teseo y
Perseo, ya no es necesario batirse contra el león de Nemea, el minotauro de
Creta, la hidra de Lerna, el jabalí de Erimanto o el temible dragón Ladón, que con sus cien cabezas custodiaba las manzanas doradas del jardín de las
Hespérides. Tampoco es suficiente con bajar la luna, llevar serenatas o regalar
el mar de las Antillas. La cosa, en verdad, es mucho más compleja...
A continuación describimos las doce nuevas
pruebas de amor (los doce nuevos trabajos de Heracles) que los galanes
venezolanos deben superar si realmente aspiran tener un «juntamiento con fembra
placentera» (Arcipreste de Hita, dixit) en mullido tálamo:
Prueba 1: Entregar
las claves de acceso a Facebook, Twitter y los correos electrónicos
«Muros vemos, mensajes privados no sabemos», tal
es la máxima de las mujeres celópatas que no están dispuestas a perder a sus
machos por el ataque informático de unas cuantas ciberbichas que decidieron hacer caso omiso del juramento de amor debidamente notariado
en los perfiles de Facebook. Los cuernos por internet, aunque virtuales, también duelen,
porque facilitan el advenimiento del estadio superior de la jodedera, a saber,
el chalequeo 2.0, con emoticón de cachitos y hashtag de burlas (#elvenado).
La infidelidad comienza a gestarse con un toque virtual y un ícono de jarra de
cerveza, para luego concretarse en el reservado de uno de los tantos mataderos
de la calle de los hoteles. Lo dicho: ¡Dame esas claves ya, desgraciado!
Prueba 2: Donar el cupo Cadivi para compras en internet y viajes al exterior
«Lo malo de tu amor es que no se divisa, papá»,
se queja amargamente la dulcinea con dinero denominado en moneda nacional. Actitud
femenina que revela la dificultad de experimentar estremecimientos orgásmicos a
la vista de billetes venezolanos, supuestamente fuertes, pero que se tornan
ridículos al ser comparados con los valores de referencia del mercado negro de
la economía. La caída sostenida del signo monetario comporta la devaluación de
las expresiones de cariño y de lujuria. La superación de la anafrodisia pasa por el acceso de la mujer venezolana a una mayor dotación de divisas subsidiadas
por el petroestado chavista; un peculio necesario a la hora de importar, o
comprar en el exterior, los dispositivos electrónicos (gadget) que hacen posible el amor del siglo veintiuno: el ipad, el ipod, el iphone y el ilove (vibrador inteligente, con
tecnología touch, conexión
inalámbrica a internet y carpeta online
de «mis favoritos»)
Prueba 3: Compartir,
mediante enlace nupcial, las bondades jurídicas y socioeconómicas del pedigrí
europeo o estadounidense
La genética es una ciencia respetable sólo en
tierras prósperas y desarrolladas, porque en países bananeros carcomidos por la
pobreza, la inflación, el caudillismo y la corrupción, la genética es a lo sumo
otro barrote más de la prisión nacionalista, una tara cromosómica que impide al
alma universal establecerse en el mundo. La única posibilidad de que una mujer
criollita de pura cepa pueda «irse demasiado» a vivir a Estados Unidos o a
Europa es que su príncipe azul resarza con su pasaporte los daños y perjuicios ocasionados por el ácido desoxirribonucleico. Ya no basta con sacar a
la amada por las puertas de una iglesia; ahora es requisito sine qua non sacarla también de Venezuela por las rampas de
Maiquetía.
Prueba 4: Entregar las claves de los cajeros automáticos y las claves de acceso
a la banca electrónica
En rigor, este nuevo pedimento femenino no se
diferencia mucho del modus operandi
de los secuestradores exprés (la única diferencia digna de mencionar es que los
malhechores, a la hora de consumar «el paseo millonario», tienen la cortesía de
no montar a tu suegra en la parte trasera del carro). La tortura psicológica,
causada por la situación de rehén, prosigue con la solicitud de las respuestas al
conjunto de preguntas de seguridad planteadas por la plataforma de banca
electrónica. No cabe duda de que se trata de una de las exigencias más
difíciles de satisfacer.
Prueba 5: Hacer acto de presencia solidaria en una marcha del gobierno
Esta durísima prueba, también conocida como la «ordalía
de la marea roja», debe ser acometida por todo aquel varón «escuálido»,
«apátrida» y «pitiyanqui» enamorado de
una empleada pública. El esfuerzo heroico consiste en asistir como acompañante
a una marcha proselitista del presidente Chávez y soportar de pie un discurso
de cuatro horas sobre su revolución pacífica pero armada (legal pero criminal).
También es obligatorio que el sujeto se calce la franela roja y entone, en todo
momento, el popurrí de cánticos a favor del continuismo y el culto a la
personalidad. ¡Uh, ah, Chávez no se va!
Prueba 6: Conseguir los productos desaparecidos de los anaqueles de abastos y
supermercados
Como si acaso la prueba anterior fuese moco de
pavo, nuestro héroe socialista deberá emprender un viaje de proporciones míticas,
no a Ítaca, no a la Cólquide, no al Valhalla, sino a cuanto establecimiento o
taguara de mala muerte expenda los diecinueve productos regulados y
desaparecidos (en 204 presentaciones y en 29 categorías) por la
Superintendencia Nacional de Costos y Precios. Al momento de cerrar esta
crónica, pudimos conocer que el Ministerio de Industria Ligeras y Comercio de
la Revolución Bolivariana espera que con la ingente cantidad de suéteres
tejidos manualmente por las diferentes «penélopes» la industria manufacturera venezolana consiga,
por fin, reactivarse.
Prueba 7: Patrocinar la colocación de prótesis mamarias e implantes de glúteos,
así como también una operación de rinoplastia
En este apartado, sólo precisamos hacer una aclaratoria:
estas correcciones estéticas obedecen única y exclusivamente a la epidemia de
nódulos mamarios, tabiques desviados y abscesos pélvicos que azotan actualmente
a las mujeres venezolanas. Nunca jamás deben relacionarse con crecientes
problemas de autoestima...
Prueba 8: Obsequiar un decodificador adicional de televisión satelital con un
paquete de programación premium y en alta definición
Otra temporada de «Aló, Presidente» sería, con
el perdón de Rimbaud, otra temporada más en el infierno. Que vengan, entonces,
las nuevas y mejores temporadas de series como Mad men, Game of Thrones,
Doctor House, The Big Bang Theory o Breaking Bad.
Prueba 9: Financiar el seguro del vehículo
El héroe se salvará de esta erogación siempre y
cuando el carro que haya comprado para su amada haya sido el vehículo
descapotable de la Barbie. Del resto, sólo algo será seguro: tendrá que
pagar el seguro.
Prueba 10: Facilitar el rastreo satelital gracias a las aplicaciones
de Google Maps y el uso autorizado de la información del GPS de los teléfonos
inteligentes
Sorprende comprobar como con cada nuevo avance tecnológico somos más marginales...
Prueba 11: Dejarse extraer las espinillas en plazas y parques públicos
Para que no digan que todas las pruebas tienen
que ver con el cochino dinero, nos llega este extraño hábito sociocultural de
las mujeres venezolanas. Una costumbre marginalosa que no encuentra réplica en
ninguna sociedad del mundo civilizado ni tampoco ha sido documentada en tribus
y etnias de regiones atrasadas. Lo asqueroso y ocioso de este ritual vernáculo nos desaconseja cualquier tentativa teórica por tratar de explicarlo
y mucho menos justificarlo. Sólo aventuramos una palabra: ¡Guácala! ¿Una segunda?
Recontraguácala.
Prueba 12: Grabar en el ipad las canciones de Ricardo Arjona para
escucharlas durante el viaje de vacaciones
No sabemos si inventariarla como una prueba de
amor o más bien como lo que parece ser: una condenable variante de la tortura
medieval (no en vano el personaje de marras intenta hacerse pasar por juglar).
Desde esta modesta atalaya virtual, no podemos menos que deplorar el acto de
terrorismo acústico que supone obligar a varones bien nacidos almacenar en su ipad un cancionero lleno de versos
efectistas y comerciales, alumbrados en mala hora por un salsero erótico con
ínfulas de juglar.
En fin, como dijo Jacinto Benavente: «El
verdadero amor no se conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece».
Etiquetas: amor, Mujeres, Seducción