miércoles, septiembre 01, 2010

Silencios

Las expectativas más funestas finalmente se han revelado ciertas: Franklin Brito acaba de fallecer tras prolongar en el tiempo una estricta huelga de hambre. Al silencio respetuoso que el nombre del productor agrícola despierta en los corazones de la Venezuela digna, se suma ahora el mutismo de un Estado inmoral, arbitrario y palabrero.
No se trata, en modo alguno, de dos silencios idénticos, porque mientras el primero de ellos encierra una atribulada cesación de voces y expresiones, el segundo deja retumbar, en el plano simbólico de la existencia, un ruido seco y atronador como el sonido de la bota que aplasta, como el estruendo de la edificación que colapsa, como la bulla de la turba que administra justicia con pillajes y linchamientos, como el sonsonete del individuo que no para de hablar de su grandeza y la supuesta inexorabilidad de su destino superior.
Pero a diferencia de los líderes más conspicuos del proceso, quienes hallan en la evasiva y el disimulo sus modos naturales de expresión, la carroña revolucionaria se mueve con premura rumbo a la escena del dolor. Los heraldos del totalitarismo proyectan su negra y alada sombra sobre el cadáver de Brito y sus deudos. La nación indignada ha tenido ya la oportunidad de escuchar el graznido de uno de los más siniestros miembros de la bandada: «La muerte de Franklin Brito es un caso aislado. El señor Brito lamentablemente nunca quiso entrar en razón. Ni él ni su familia. Es responsabilidad exclusiva de ellos, de una actitud terca, que no tiene nada que ver con una violación del gobierno».
¿Pero cuál es esa razón con la que el difunto Franklin Brito decidió no avenirse? ¿Será acaso la lógica aristotélica? ¿O tal vez la lógica cartesiana? ¿O de repente la lógica lingüística de la gramática degenerativa de Noam Chomsky? No. El señor Franklin Brito se negaba a transar con un Estado ladino que, con subterfugios y malas artes, dilataba el otorgamiento definitivo del titulo de propiedad sobre las extensiones del fundo Iguaraya, tierras que fueron invadidas el 23 de mayo de 2003 por unos belitres que enarbolaban como coartada una supuesta lucha contra el latifundismo. La verdad simple es que Franklin Brito largó su último aliento de vida en tajante oposición a los ilegales y caprichosos dictados de la razón totalitaria, que, en su embriaguez de poder, deshumaniza al individuo disidente y lo condena al exterminio físico y simbólico.
De la existencia de una lógica totalitaria en Venezuela nos dio buena cuenta el señor presidente de la República cuando, momentáneamente, dictó una pena de muerte de facto contra los habitantes de los barrios de Petare. Fue cuando se negó a aportar recursos financieros para el hospital Pérez de León (donde acuden los «oligarcas» petareños), bajo el surrealista argumento de que se trataba de una dependencia oficial adscrita a una alcaldía «escuálida». ¡Cómo si un hospital fuera una timba o una casa de lenocinio y no una institución donde se salvan vidas! Poco le faltó al jefe supremo para advertirle a su anonadada audiencia que lo mejor que podían hacer las víctimas de emergencia médicas en Petare era dirigirse directamente al cementerio, en lugar de malbaratar la escasa platica de la familia en un taxi para trasladarse a un hospital cerrado por imperialista y contrarrevolucionario.
En su columna A sangre fría, del pasado lunes 30 de agosto, el periodista editor Rafael Poleo apunta la siguiente reflexión: «Lo de Petare no es la primera muestra de insania que da Chávez, el hombre de quien acertadamente Aristóbulo Istúriz dijo una vez que parecía haberse fumado una lumpia. La variante es que esta vez Chávez se atrevió a sentar doctrina en cuanto a que no dará recursos financieros a las regiones donde gane la oposición, ni siquiera cuando se trate de vidas humanas. El horror que despertaron esas palabras, propias de un sátrapa de la antigüedad, le hizo reflexionar sobre las consecuencias electorales de semejante expresión de maldad. Por eso, remendó el capote, pero no sin advertir que le quitará los hospitales a las ciudades donde la oposición sea mayoría. Esto es una intolerable amenaza a los electores, propia de un cobarde acostumbrado a amedrentar porque le respaldan los fusiles». A todas aquellas almas cándidas que todavía confían en los gestos de rectificación del mandón no les haría mal el atender a uno de los muchos consejos escritos por el Cardenal Mazarino en su obra Breviario de los políticos: «Una señal de que un hombre es malvado es que se contradiga constantemente; alguien así puede llegar a cometer un robo».
Del documentado análisis de Poleo sólo discrepo en la parte en que el cronista confiesa su convicción acerca de la existencia de amplias reservas morales en algunos dirigentes del chavismo, como, por ejemplo, José Vicente Rangel («nacionalista auténtico, a quien le duele la nación que Chávez está destruyendo»), Aristóbulo Istúriz (poseedor de «una sincera sensibilidad social»), Iris Varela (mujer que «actúa movida por una tragedia personal que ella atribuye al Estado y no estoy seguro de que le falte razón») y Lina Ron («auténtica luchadora social, cuyo estilo corresponde a un estrato que la democracia olvidó»). Cuando leo estos testimonios, marcados por la alocada necesidad de creer en la buena fe de los chacales revolucionarios, no puedo evitar recordar un fragmento de La broma, del escritor checo Milan Kundera, cuando Ludvik, protagonista de la novela, conversa con Slovacek, su carcelero de pelo negro: «Por casualidad ese mismo día me quedé a solas con él y por hablar de algo le pregunté: “¿Cómo haces para disparar tan bien?”. El cabito me miró atentamente y luego dijo: “Yo tengo un sistema para acertar. Me imagino que el blanco no es un latón sino un imperialista. ¡Y me da tanta rabia que acierto!”. Le iba a preguntar cómo se lo imaginaba al imperialista en cuestión, pero se adelantó a mi pregunta y me dijo en tono serio y reflexivo: “No entiendo por qué me felicitáis todos ustedes. ¡Si hubiera una guerra yo dispararía contra vosotros”»
Por su parte, Teodoro Petkoff se niega a suscribir la tesis de que el bochornoso episodio del Pérez de León fue un inocuo lapsus linguae de Chávez. El editor del diario Tal Cual sostiene que la amenaza proferida no fue casual: «Fue la confirmación de un estilo de gobierno. Desde hace once años, Chacumbele [Chávez] gobierna sólo para una parte del país. Ignora y desprecia a la otra. No es el presidente de todos los venezolanos. Desde que asumió el mando dejó claro que se proponía dividir y polarizar al país y, para desgracia nuestra, lo ha cumplido. Lo de Petare fue un recordatorio que tiene también su piquete electoral. Quiere que la gente crea que quien no vote por sus candidatos no recibirá ni pan ni agua del gobierno central. Se trata de una gigantesca operación de chantaje. Chabumbele, simplemente, trata de extorsionar al país. Es la misma técnica del secuestro exprés»
Fue esta lógica de secuestro exprés, perversamente enmarcada dentro del totalitarismo chavista, la razón que Franklin Brito se negó a aceptar. Pero «el principio del honor» no le dice nada al chavismo. De ahí que diferentes turiferarios denuncien la politización de la tragedia del productor agropecuario. Despachan a Brito como un hombre obsedido por los bienes materiales, como una psique desequilibrada por una pulsión suicida, como una marioneta de oscuros intereses transnacionales. Poco faltó para anteponer a su concupiscente persona el ejemplo budista de Hugo Chávez, el espíritu elevado que se desprendió por siempre del sentido de propiedad. Sólo que estamos donde estamos porque el iluminado de Sabaneta no quiere abandonar la presidencia.
Tales y tan evidentes son los abusos cometidos desde el poder revolucionario que resulta sorprendente que abunden todavía entre nosotros personas que no digan nada ante la fatídica deriva del destino nacional. De la triste circunstancia de que el comunismo ya ha empezado a gangrenar el alma nacional nos da noticia la elevada cantidad de compatriotas que buscan acomodo entre las ruinas de la tiranía. Son esos venezolanos que por comodidad y calculado interés monetario han decidido abrazar el Ketman, variante del silencio que tuvo lugar en la civilización islámica del Oriente Medio, y que consiste en el conveniente ocultamiento de los pensamientos y sentimientos más íntimos.
Czeslaw Milosz, premio Nobel polaco, señala en su apasionante libro El pensamiento cautivo: «El hecho de representar en la vida diaria difiere de la representación teatral, dado que todo el mundo tiene que representar ante todo el mundo y que todo el mundo tiene plena conciencia de ello. El hecho de que un hombre represente no daña su reputación ni hace dudar de su ortodoxia. Pero, eso sí, debe saber actuar, porque su capacidad para representar su papel demuestra que su caracterización se funda en bases adecuadas (…) Lo que se observa en las democracias populares es una representación consciente en masa, más que una imitación automática. La representación consciente, si se le practica lo bastante, desarrolla los rasgos que cada uno usa más en su papel, del mismo modo que un hombre que se hace corredor de carreras porque tiene buenas piernas las desarrolla más en el curso de su entrenamiento. Tras larga familiarización con su papel, un hombre se identifica tanto con él que llega a hacérsele imposible diferenciar su “verdadero yo” del “yo que finge”, de tal modo que hasta los más íntimos amigos acaban por repetirse uno al otro los eslóganes del Partido. El hecho de identificarse con el papel que se está obligado a representar produce alivio y permite aminorar la vigilancia que uno ejerce sobre uno mismo. Los reflejos apropiados se tornan realmente automáticos en el momento oportuno (…) Una mascarada incesante y universal crea una atmósfera que es difícil soportar pero, al mismo tiempo, brinda a sus participantes ciertas satisfacciones nada desdeñables. Decir que una cosa es blanca cuando se piensa que es negra, reírse para sus adentros cuando se mantiene una apariencia de solemnidad, odiar mientras se manifiesta amor, saber algo y no estar enterado sobre ello; todo esto induce a sobreestimar la propia astucia. El éxito en el juego se convierte en un motivo de satisfacción».
Concluyo parafraseando un artículo del novelista alemán Thomas Brussig, en un número especial de El País Semanal, publicado en ocasión del vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín: «¿Cuánto comunismo llevo dentro? Es una pregunta que todo venezolano se debe plantear».

Etiquetas: , ,

1 Comments:

Blogger xx said...

Excelente Rafael...
Plasmas con gran maestría la impotencia y rabia que da el caso de Franklin Brito (Q.E.P.D)
De corazón espero que Dios nos permita a los venezolanos poder reconstruir nuestra sociedad y que este camino de reconstrucción se vislumbre como más cierto a partir del 26S.
Recibe un abrazo y mi aprecio...

10:11 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home