viernes, junio 07, 2013

Nocturno de Chile

Como buenos hijos del mal, los tiranos no se hunden solos. A veces también se despeñan con ellos los denominados intelectuales del régimen, esas personalidades secundarias dotadas de la habilidad para disfrazar con extrañas teorías y disquisiciones el nefasto inventario de crímenes cometidos por el gran señor.
La novela Nocturno de Chile (Anagrama, 2000), del escritor fallecido Roberto Bolaño, nos demuestra como el silencio de los cortesanos está lleno de palabras, de flatulencias vocales perfumadas de cinismo. El protagonista de la novela, Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote y crítico literario, miembro del Opus Dei y poeta mediocre, decide repasar su vida en una larga noche de delirios. Acosado por las mortificaciones de la mala conciencia, el viejo moribundo intenta rendir cuentas, por las injusticias cohonestadas, al fantasma del joven idealista que en un tiempo fue.
El relato biográfico nos lleva a los inicios del cura Ibacache, el seudónimo de Sebastián Urrutia. En estas primeras páginas presenciamos uno de los fenómenos más llamativos de las sociedades cerradas o de castas: la lucha subrepticia por escalar posiciones en el sistema y colarse en la clase dirigente. Lo logra bajo el padrinazgo de Farewell, padre de la crítica literaria chilena, quien le facilita el acceso a los grandes salones de las clases conservadoras de Santiago. Sin embargo, la felicidad dura poco: el pueblo «inculto» acude masivamente a las urnas electorales y convierte a Salvador Allende en su presidente. La intelectualidad de derecha se sume en el luto. Sebastián Urrutia comienza la lectura de los clásicos griegos.
La conspiración contra el gobierno electo popularmente está montada. Los rumores se materializan y el 11 de septiembre de 1973 ocurre un golpe de Estado. Muere Salvador Allende y una junta militar toma el poder. Ibacache deja atrás la melancolía y retoma las lecturas de los nuevos novelistas chilenos. En tales menesteres andaba cuando es llamado para atender el más alocado de los encargos: dictar clases clandestinas de marxismo a Augusto Pinochet. El ego desbordado del maestro le impide honrar el pacto de confidencialidad y, a los pocos días de saberse la noticia, Ibacache concita la envidia de los intelectuales del régimen.
Sebastián Urrutia Lacroix se convierte en la nueva vaca sagrada del sector cultural. Su presencia es requerida en las grandes veladas literarias. Pero él prefiere las organizadas por María Canales, rapsoda sin méritos y esposa del misterioso James Thompson. Sin embargo, es justo allí, en el sótano de la opulenta casona, debajo de quienes se extasían con declamaciones y lecturas de poemarios, donde sucede el horror. Roberto Bolaño consigna así una magistral metáfora de un país ciego y dividido.
«Uno tiene la obligación moral de ser responsable de sus actos y también de sus palabras e incluso de sus silencios, sí, de sus silencios, porque también los silencios ascienden al cielo y los oye Dios y sólo Dios los comprende y los juzga, así que mucho cuidado con los silencios», dice Sebastián Urrutia Lacroix antes de que se desate la tormenta de mierda…

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