miércoles, mayo 25, 2011

El tributo

Asistimos a la proliferación de homenajes, tributos y reconocimientos a figuras y agrupaciones musicales fundamentales para la memoria sentimental de diferentes generaciones. Sin embargo, estos gestos que pudiesen interpretarse, a primera vista, como una demostración masiva de melancolía y agradecimiento, también deberían verse como una expresión del malestar social ante lo rápido y efímero que resulta todo en los tiempos modernos.
El presente, con su festinado ciclo de declives y encumbramientos, con su inmensa capacidad para producir angustia y olvido, tornó imperativo el rescate de los hitos constitutivos de la memoria musical. Antes que el nuevo desplante de Lady Gaga o la última saturnal de Pete Doherty, mejor volver a disfrutar las interpretaciones consagradas de los talentos indiscutidos.
La moda de los tributos se inició con los repertorios de Los Beatles, Queen, Metallica, Nirvana, Rolling Stone, Simon & Garfunkel, The Police, Santana. Tendencia que imitó, casi de inmediato, el mundo de la música bailable, donde se multiplicaron los conciertos en homenaje a los primeros moradores del olimpo caribeño. La cosa comenzó a empastelarse cuando las inmensas y desperdigadas audiencias reclamaron también su derecho a reverenciar y sublimar al star system de la cultura de masas.
Ya no bastaba entonces la firma inmortalizada en libros de colección o el paseo glamoroso por alfombras rojas o la inauguración de estrellas en bulevares de la fama. Las manos estampadas en cemento fresco carecían de la gracia requerida para invocar los melancólicos prodigios de la memoria afectiva. Sólo la melodía, la letra tarareada, activa el recuerdo y encarna el tributo.
La aparición del fenómeno discográfico conocido como La Serie 32 representó el anuncio profético de lo que vendría: si el artista daba para grabar un disco compacto con treinta y dos canciones, se hacía más que evidente que daba también para mantener el paroxismo de los asistentes a un espectáculo de dos horas.
La prevalencia de un ambiente «retro» favoreció un movimiento de reivindicación de cantautores venezolanos de las décadas de los ochenta y noventa, hijos, en cierta medida, de la maxidevaluación del signo monetario. De este modo, a los ojos del gran público, cobró sentido el amplio inventario de discos de oro, bronce y platino acumulado por las olvidadas estrellas de SonoRodven y Sonográfica. Se encontró arte, y no kitsch, en las faraónicas coreografías diseñadas por Joaquín Riviera para el concurso Miss Venezuela.
Locales y centros nocturnos apostaron por los tributos, suerte de guiños cómplices a un público avezado en la paleoestética de los primeros videoclips, en el aprendizaje de canciones y coreografías, en la contemplación de fotos de paparazzi, en la lectura de biografías no autorizadas.
Abundan las estrellas y personajes públicos que desconfían de los homenajes. Su profundo conocimiento de los intríngulis del espectáculo les permite advertir que, en muchas ocasiones, los tributos y gestos de reconocimiento terminan por ser las estelas funerarias de carreras en declive.
Para pillos y belitres los tributos simbolizan lucrativas oportunidades de emprendimiento. Es un hecho: cuando se está «mamando y loco» no hay mejor expediente, para salir de la crisis, que lucrarse de la nostalgia ajena. Basta con contratar a un conjunto de músicos al borde de la sobrevivencia para que juntos entonen las canciones más famosas de Phil Collins, Air Supply, Abba, Roberto Antonio, Natusha o el mismísimo Bebé Salsero («Soy un bebé salsero / un romántico cantante, juguetero / tengo un lego, tengo un piano / caballito y un vaquero / y también bailo, canto y soy salsero»).
También ha pasado que algunos cantantes o agrupaciones, cansados de ser ignorados por los productores de la industria del entretenimiento, se animan a organizar sus propios tributos. Nacen, de este modo, los denominados «reencuentros», tipo Menudo, Timbiriche, Chicas del Can, Guns N᾽Roses, Rage Against The Machine y Soda Stereo.
Hay tributos despreciables, como aquellos concebidos a partir del chantaje emocional, de la necesidad que tiene la sociedad de calmar su mala conciencia y reparar una supuesta injusticia perpetrada en contra de un genio maldito. Pero los peores homenajes son, sin duda, aquellos que se organizan en las salas de terapia intensiva o en los luctuosos consultorios donde los pacientes son diagnosticados de enfermedades terminales. El mejor eslogan para este tipo de eventos sería: «Véanlos antes de que se mueran». Si fuese por ellos —los empresarios del espectáculo— prometerían a las multitudes conciertos desconectados, pero resultaría demasiado elevado el riesgo de ser procesados por el delito de eutanasia.

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1 Comments:

Blogger HAGEN said...

Amigo, o alguien te leyó y te plagió, o la casualidad realmente existe.

Se está presentando una "obra" que reúne a Mirla Castellanos, a Mirta Perez (creo)y a otras más, que se llama, precisamente: Veanlas antes de que... se mueran.

Excelente el blog. Muchos exitos!!!

1:33 p.m.  

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