jueves, febrero 26, 2009

Wenyerli



Quizás estaba divirtiéndose en los amplios jardines de un palacio fantástico cuando los gritos de sus hermanitos interrumpieron la felicidad de su sueño infantil. Debió enfrentase entonces, con las pupilas dilatadas y los músculos adormecidos, a las llamaradas crecientes de una pesadilla tan verdadera como la infame pobreza que la había hacinado junto con su familia en los reducidos espacios del cuartucho situado en el barrio Oropeza Castillo de Gramovén.
Wenyerli Chirinos sólo convino morirse tras rescatar del humo y del fuego a los tres seres cuyo afecto y compañía alimentaban su corazón: Raúl (6 años), Oswal (7 años) y Wendymar (9 años). Una vez que los supo a todos liberados, este hermoso ángel, sin alas nacido, se permitió la humana flaqueza de ceder a la fragilidad de su cuerpo, y cayó desmayada en medio de cuatro paredes que aún ardían.
Varios minutos después su tío consiguió echar abajo la puerta que encerraba los últimos alientos de una vida que mereció más, mucho más. Franklin Duerto, más nervios que hombre, aguzó su mirada hasta conseguir el contorno de la niña asfixiada en un rincón. La tomó entre sus brazos tan rápido como le fue posible -tampoco es que era un bombero-, y al apretar contra sí la carne lastimada tuvo tiempo de escuchar, no un gemido, no la angustiosa resonancia de una respiración entrecortada, sino la insistencia de una cuantas preguntas: “Mis hermanos, ¿cómo están mis hermanos? ¿Qué les pasó a ellos? ¿Verdad que están bien?”.
La valiente Wenyerli llegó con vida al hospital Periférico de Catia. Sin embargo, las graves quemaduras habían tatuado en su piel la tragedia de su destino. A las pocas horas cesó su dolor, y se eternizó, en cambio, el de su madre, María Militza Duerto, operadora de limpieza del Metro de Caracas.
Unos testigos afirman que fue un cortocircuito. Otros dicen que fue uno de los niños que se puso a jugar con una caja de fósforos. Todos coinciden en que se trató de una lamentable imprudencia de una mujer que bien podía haberle solicitado el favor a cualquiera de sus vecinos para que le cuidasen a los pequeños. Una mujer sola abatida por la desgracia. Y no afirmamos que por el abandono porque todavía no sabemos si el padre que se echa de menos en este doloroso relato se encuentra ausente por desatención de sus responsabilidades conyugales o porque más bien le tocó ser otra de las víctimas de la sanguinaria lotería que celebra sus sorteos de violencia e impunidad en los barrios de Caracas.
Reviso nuevamente la información del fallecimiento de Wenyerli y no puedo evitar incomodarme con el empeño del autor de la nota en clasificar como residencia a lo que todas luces no pasa de ser un irrespirable tabuco, donde sólo caben, a juzgar por la gráfica, una cama matrimonial -donde dormían la madre y sus cuatro hijos - y una mesa, con pocas gavetas, que sostiene en su tope el peso de un televisor pantalla negra de veinte pulgadas. Al fondo, unos cuantos estantes se encuentran ordenados en lo que parece ser, mediante un uso generoso de la imaginación, una suerte de clóset o armario. Por lo demás, en ningún lado puedo avistar el dintel y las jambas que anuncien la presencia de un baño en fase de construcción. Únicamente hay tres paredes. Tan juntas que parecen una trampa “que no mata pero no libera”.
¿Dónde está la supuesta riqueza que bendice a Venezuela?, me pregunto. ¿Cómo es posible que aquí se hable de proyectos grandilocuentes y glorias supracontinentales mientras una parte enorme de nuestra población ve consumirse sus sueños y años productivos en míseras ratoneras? ¿Cómo alguien puede atreverse a sugerir lo eterno, lo perpetuo, en medio de tanta precariedad, de tanta fugacidad? Y es que ante las cenizas del modesto cuartucho de Wenyerli resulta verdaderamente un insulto, una afrenta imperdonable, fatigar los oídos que sólo desean silencio con los trajinados espantajos del fascismo, el magnicidio o el imperialismo.
En una tierra donde tan alegremente se habla de enfrentamientos y guerras civiles, en un país donde de modo cainita se ofrece la sangre del otro para derramarla en batallas absurdas contra enemigos imaginarios, una desafortunada estudiante que no acudirá más a su curso de tercer grado en la escuela Pedro Manuel Ruiz en los Magallanes de Catia, una niña de ocho años, una heroína de esta hora menguada, nos recuerda con su existencia lo único que toca hacer por nuestros hermanos una vez llegada la hora de la verdad.
Por eso, amigo lector, cuando la voz insolente del poder vuelva con su cinismo a querer postergar tus necesidades vitales -seguridad personal, alimentación, trabajo, vivienda, educación- en nombre de una cuarta, quinta, sexta, séptima u octava fase de la revolución -que todo vendrá-; cuando intente, irresponsablemente, incendiar la vida en sociedad, hazte las mismas preguntas que se hizo Wenyerli justo antes de abandonarnos: “Mis hermanos, ¿cómo están mis hermanos? ¿Qué les pasó a ellos? ¿Es cierto que están bien?”.

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jueves, febrero 19, 2009

Ya somos cinco millones



Como eterno militante de sueños imposibles debo admitir que siempre he deseado determinar el instante preciso en que la victoria altera su fisonomía para convertirse en una derrota; fenómeno muy parecido, creo yo, al justo momento en que el honroso revés cambia su condición para transmutarse en la semilla de un triunfo imponente.
La eterna feminista Simone de Beauvoir tuvo la agudeza de advertirnos que si llegamos a vivir lo suficiente podremos constatar, más temprano que tarde, que toda victoria se convierte en derrota. Reflexión muy parecida a la realizada por su compañero sentimental, el premio Nobel Jean-Paul Sartre: “Una vez que escuchas los detalles de la victoria es difícil distinguirla de la derrota”.
El pasado 15 de diciembre los venezolanos fuimos nuevamente emplazados a acudir a las urnas comiciales para sancionar una enmienda constitucional que legitima la reelección indefinida de los funcionarios públicos de elección popular. Concluida la jornada, pudimos conocer que la mayoría de los votantes -6.319.636 ciudadanos, según datos oficiales del CNE (organismo que todavía guarda un sospechoso silencio sobre el destino de un millón ochocientos sufragios emitidos en el referendo del 2 de diciembre de 2007)- decidió apoyar la propuesta formulada por el presidente Hugo Rafael Chávez Frías.
No hizo falta la cadena de radio y televisión de la rectora Tibisay Lucena para enterarnos del resultado refrendario, debido a que la televisora del Estado venezolano tuvo a bien facilitar sus cámaras y micrófonos a conocidos dirigentes de la revolución bolivariana para que violasen por enésima vez la normativa electoral. Fue así como, minutos después, la figura del líder supremo se apoderó de las pantallas para vanagloriarse de su victoria. Tras la patriotera y maquinal cantaleta del himno nacional, Chávez, el perpetuo, pronunció las palabras que hacía tiempo le quemaban la boca -no olviden ese viejo refrán húngaro que alerta que «el hambre entra comiendo»-: “Hemos abierto de par en par las puertas del futuro. Ustedes han escrito hoy mi destino político, el destino de mi vida y yo quiero decirles que lo asumo con plenitud”. Declaración verdaderamente curiosa; sobre todo porque de seguro no faltaba el ingenuo que estuviese convencido de que más bien era el pueblo el que había decidido en las urnas su destino político...
Paralelo al triunfalismo continuista y militarista surgió el derrotismo de ciertos sectores de la oposición, que, como indignados comentaristas de transmisiones deportivas, se afanaban en determinar los culpables de la goleada. Y fue allí cuando hubo lugar para todo tipo de análisis y explicaciones: que si la oposición perdió el juego porque Ramos Allup salió en una rueda de prensa con la bragueta abierta, que si el NO se cayó de un cocotero porque no supo expresar su posición en un reggaeton contundente y pegajoso, que si el SI ganó porque medio país está comprado y se encuentra metido en la lista de las misiones gubernamentales.
Por supuesto que es muy fácil achacar el supuesto estropicio a la ignorancia del populacho, o a la inexorabilidad de su naturaleza venal. Sin embargo, todos sabemos que resulta muy complicado que el insulto soltado a bocajarro no se devuelva contra quién lo arrojó. ¿Y es qué si esta gente es verdaderamente tan básica, ingenua y manipulable, como supuestamente es, por qué demonios los estrategas de la oposición no han conseguido persuadirla a través de técnicas populistas y de mercadeo político? ¿No será que la cosa no sólo la explica la falta de conocimientos o de valores?
Pienso que como sociedad somos simples en las respuestas y complejos en los enfoques. Nos sentimos modernos cuando alabamos el sistema democrático pero reaccionamos como fundamentalistas de antaño cuando topamos con sus clásicos defectos (la tiranía de la mayoría, el clientelismo y el secuestro del mando por parte de sicofantes y demagogos). Palabras más, palabras menos, repetimos el razonamiento del sabio persa Megabiyzo (siglo VI AC) citado por Heródoto en su libro Historias: “Conferir el poder al pueblo siempre se ha apartado de la mejor opinión, pues nada hay más obtuso y prepotente que una multitud inepta. Y ciertamente de ninguna manera es aceptable que unos hombres, huyendo de la insolencia de un tirano, caigan en la insolencia de un irresponsable populacho”. Presuntuosa diatriba contra los más humildes, esgrimida por parte de la élite intelectual, en un intento postrero de crear un colectivo cargo de conciencia: “Hágannos el favor y no chillen más, ya que tienen el gobierno que se merecen”. Sin embargo, este comportamiento se revela infantil y poco práctico. De nada sirve dicha condena moral, puesto que como dijo el afamado escritor Sándor Márai: “Los pueblos nunca se muestran dispuestos a demostrar un sentimiento de culpa: eso es algo que sólo puede ocurrir en el ámbito de cada individuo”. Y en todo caso, puestos en ese trance ¿no tendrían también las élites desplazadas de los centros de poder político y gerencial que hacer un sincero y descarnado mea culpa? Los chavistas no son marcianos, no llegaron a Venezuela en un desembarco masivo de naves espaciales. Más que un ADN alienígena presentan un comportamiento similar al observado por los miembros más conspicuos de la clase dirigente que rigió la dominación adecocopeyana en su período decadente; una actitud sectaria que nos recuerda a aquellos ejecutivos petroleros que permitieron la conversión del modelo meritocrático en dinastías familiares “expertas” en el negocio de los hidrocarburos.
La democracia nunca ha sido una forma perfecta de gobierno. De hecho, muchos de los grandes filósofos la han tenido por negativa. Temerosos de tan antigua demonología los padres fundadores de los Estados Unidos optaron por definir su sistema político como una república (división de poderes y sujeción a los mandatos constitucionales) y no como una democracia. Cicerón, el reputado senador romano, escribió: “El imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y nombre de pueblo”. Immanuel Kant llegó a decir: “La democracia constituye necesariamente un despotismo, por cuanto establece un poder contrario a la voluntad general. Siendo posible que todos decidan contra uno cuya opinión pueda diferir, la voluntad de todos no es por tanto la de todos, lo cual es contradictorio y opuesto a la verdad”. Benjamín Constant señaló: “Los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que viole esos derechos se hace ilegítima (...) la voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”. Mientras que Giovanni Sartori, en su obra ¿Qué es la democracia?, nos entrega esta valiosa reflexión sobre el discurso pronunciado por Abraham Lincoln en Gettysburg en 1863: “Lincoln caracterizó la democracia con un aforismo que pareció expresar, mejor que cualquier otro, el espíritu del gobierno democrático: ‘government of the people, by the people, for the people’. Es sintomático que este aforismo no se deje nunca aprehender con precisión. En castellano, la fórmula de Lincoln se puede transcribir así: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. ¿Queda claro? A primera vista sí, pero sólo a primera vista. Del pueblo puede significar que el pueblo se gobierna a sí mismo, pero también significa lo contrario, que el pueblo es objeto de gobierno y, por lo tanto, es un gobierno sobre el pueblo, por encima del pueblo. Pasando a by the people, la expresión es ciertamente oscura: ¿por el pueblo en qué sentido? ¿En el sentido de mediante el pueblo? ¿En el sentido de parte del pueblo? ¿O bien en el sentido de con el pueblo? Finalmente, ¿para el pueblo? Aquí es claro que se entiende en el interés del pueblo, en su beneficio. Pero, ¿quién declara que gobierna en perjuicio del pueblo? La expresión es clara, pero no así la idea de “democracia” y el tirano es el primero en aprovecharse de esto. La verdad es que el aforismo de Lincoln significa democracia porque lo dijo Lincoln. Pero, pongámoslo, hipotéticamente, en manos de Stalin. ¿Hipótesis absurda? No, Stalin no hubiera tenido dificultad en firmarlo, entendiendo al gobierno del pueblo en el sentido de que el proletariado era el objeto de su gobierno, y que él gobernaba mediante el pueblo en el interés del proletariado, para el pueblo. En consecuencia, la fórmula de Lincoln se recomienda por su espíritu estilista, por su mensaje práctico. Pero el aforismo nunca se deja aprehender con precisión, no concluye”.
Los plumarios de Chávez enfilan sus baterías contra los baluartes de la democracia liberal y se mofan de los desarrollos doctrinarios modernos como, por ejemplo, la teoría de la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio. Se colocan las clámides de los helenos y aseveran que Chávez ha hecho de Venezuela una ágora rediviva gracias a sus repetidas elecciones. Pero la democracia no es solamente consultar al pueblo cada tres semanas. Ni siquiera lo fue en la más vieja y primitiva de las democracias. Para los antiguos ciudadanos griegos también tenía una suprema importancia la alternabilidad en el poder, un principio constitucional que más de seis millones de venezolanos, por distintas razones (ideológicas, afectivas, psicológicas, venales, estomacales, etc.) se pasaron por el forro en connivencia con los abstencionistas. En este sentido, es bueno recordar las palabras de Aristóteles en su obra Política: “El fundamento del régimen democrático es la libertad. Una característica de la libertad es el ser gobernado y gobernar por turno (...) Otra es vivir como se quiere, pues dicen que esto es resultado de la libertad, puesto que lo propio del esclavo es vivir como no quiere. Este es el segundo rasgo esencial de la democracia, y de aquí vino el no ser gobernado, si es posible por nadie, y si no, por turno. Esta característica contribuye a la libertad fundada en la igualdad (...) Ninguna magistratura democrática debe ser vitalicia, y si alguna sobrevive de un cambio antiguo debe despojársele de tal fuerza”.
La posibilidad de que una persona que ejerce el poder pueda reelegirse de manera continua o perpetua hiere de muerte al sistema democrático. Y pone de relieve, además, la grotesca pantomima igualitaria que el régimen exhibe como consigna ("todos somos iguales, pero unos más que otros"). Una nefasta noción de igualdad que nos recuerda la tesis expuesta por Roberto Calasso en su inclasificable libro Las bodas de Cadmo y Harmonía: “La igualdad es una cualidad producida por la iniciación. No se da en la naturaleza, y la sociedad no sabría concebirla sino estuviera nutrida por la iniciación (...) Fue Esparta el único lugar, tanto en Grecia como en la posterior historia europea, donde la totalidad de la ciudadanía -los hómoioi- constituye una secta iniciática”. En la Venezuela de nuestros días, ser un ciudadano efectivo de la República Bolivariana pasa por la aceptación sin objeciones del dominio continuo de Chávez. Aquel que se deje llevar por escrúpulos libertarios deberá prepararse para llevar la vida de un paria, para ser un nombre más en la oprobiosa lista de escuálidos elaborada por el diputado Luis Tascón. Que no goce de ninguna misión siempre será la misión...
De ahí, la enorme importancia histórica que supone el crecimiento constante, sostenido, del número de opositores a la presencia perpetua -aunque quizás no de la presencia limitada- del teniente coronel Hugo Chávez Frías en la presidencia de la República. Ya sumamos más de cinco millones los venezolanos que exigimos vivir en una república y no en una monarquía mal disimulada. Y en función de este inocultable logro debemos seguir luchando con el mismo arrojo. Resteados. Convencidos de que los civiles sólo conocen de métodos constitucionales. No de atajos ni soluciones insurgentes de medianoche, ya que, para bien o para mal (y yo creo personalmente que es para bien), como señala el escritor de Opiniones contundentes, el personaje central de la novela Diario de un mal año de JM Coetzee: “La democracia no permite una política fuera del sistema democrático. En este sentido, la democracia es totalitaria”.
Las armas que las empuñen quienes deseen y sepan empuñarlas. La tarea de los demócratas y republicanos es mucho más compleja y apasionante que apretar un gatillo: convencer a un sector importante de la población de que están siendo llevados por el camino equivocado. Que la trocha que actualmente transitan no los conducirá hacia una patria libre y soberana. Y es que sólo basta mirar con atención para darse cuenta de que el lema chavista no reza “patria y socialismo o muerte”, sino “patria, socialismo o muerte”. No se trata de tres opciones para escoger dos, sino de tres para seleccionar una. El lapsus del lenguaje oficialista, al seleccionar la conjunción disyuntiva “0” (que separa) en lugar de la conjunción copulativa “y” (que une) es, en este sentido, demasiado revelador. Pone al descubierto un socialismo que en su enunciación vital, en su génesis verbal, parida por su propio creador, niega de plano la existencia de la patria.
La oposición ha dado un paso importante, y no reconocerlo sería lamentable. Debemos seguir adelante. Por la oposición misma y por el país. Nos esperan jornadas de trabajo que se adivinan arduas y complejas, debido a que no sólo deberemos concentrarnos en hacernos de votos circunstanciales sino en cultivar convicciones ciudadanas duraderas. Pero ese, y no otro es el desafío que nos impone el presente venezolano. Ya lo dijo el periodista e historiador italiano Guglielmo Ferrero: “En las democracias la oposición es un órgano de la soberanía popular tan vital como el gobierno. Cancelar la oposición significa cancelar la soberanía del pueblo”.

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jueves, febrero 12, 2009

De nuevo NO


Este domingo los venezolanos tendremos que acudir de nuevo a las urnas comiciales para ratificar una decisión que ya habíamos tomado de manera soberana en la jornada cívica del 2 de diciembre de 2007. Y lo haremos no por un exceso de democracia participativa y protagónica, puesto que el pueblo ya habló, sino por el empeño enfermizo de un alma envilecida que se rehúsa a ver limitada sus ansias de poder.
El escritor Gustav Flaubert alertaba a sus contemporáneos sobre la peligrosa influencia de políticos demagogos y puritanos que se ponen la ética como las prostitutas se ponen el maquillaje. Y en este sentido, pienso, por ejemplo, en el desesperado guapetón de barrio que luego de insultar e intimidar a los hombres y mujeres de la comarca intenta de buenas a primeras, y en triste ardid de pelota “caribe y burdelera”, morigerar sus palabras y actos para revertir las tendencias declinantes de opinión pública. De suerte que nunca dijo lo que dijo ni pateó a quién pateó ni retiró al embajador que retiró. O sea: “Si te vienen a contar / cositas malas de mi / manda todos a volar / y diles que yo no fui / yo te aseguro que yo no fui / son puros cuentos de por ahí / tú me tienes que creer a mí / yo te lo juro que yo no fui / ¡Ay mamá que yo no fui!”. Pero, lamentablemente, cara de pirulí, así como no hay manera de ocultar un embarazo de nueve meses (ni siquiera la imaginación desaforada de Delia Fiallo llegó a tanto), no hay modo de disimular diez años de pura incompetencia y blablablá autocrático.
Pero sabido es que al líder supremo y continuo le importa un bledo el sentimiento de la gente, y por eso ha ordenado a un batallón de solícitos rábulas y cagatintas justificar una nueva violación a la Constitución Nacional. Para ello, los mencionados cerebros han alumbrado la "teoría” del buen gobierno. Y yo, modesto mortal, que no aspiro al poder eterno ni tampoco escalar las alturas jurídicas de un Hans Kelsen o de un Luigi Ferrajoli, no puedo negar que el término escogido resulta, al menos desde el punto de vista semántico, muy acertado; ya que el fenómeno del “buen gobierno” es cosa jamás vista en la práctica de la revolución bolivariana. Es pura teoría. Puro bembeo.
Como bien lo ha advertido el académico alemán Klaus Theweleit: “El fascismo es un modo de producción de realidad”. Y los modos de producción de “realidades” del chavismo son harto conocidos: montajes policiales (las imágenes del director de la policía Metropolitana preparando los cócteles molotov para inculpar a los dirigentes estudiantiles), láminas de power point con índices macroeconómicos más pinchados que güisqui de taguara (¡qué tristeza observar a un exñángara explicando el índice de Gini con la misma convicción de Moisés Naim y Ricardo Haussman, vituperados neoliberales!), exhibiciones de maquetas, inauguraciones de piedras fundacionales, proyecciones multimedia de animaciones 3D, entregas de cheques, y saturación comunicacional de frases y eslóganes. ¡Jamás el poder exhibió tanto descaro!
Creo, con Karl Kraus, que debemos aprender a ver los abismos allí donde están los lugares comunes. Y por eso, debemos salirle al paso, por ejemplo, a la mentira mil veces repetida de la victoria “pírrica” y en cambio exigirles a los cinco rectores del CNE que nos revelen el destino de un millón ochocientos votos que aún se mantienen en sospechoso secreto. Debemos también denunciar las reducciones de los aportes monetarios que la nueva PDVSA efectúa para programas sociales como Barrio Adentro, Mercal, Vivienda y Milagro (en verdad que no hizo falta que llegara ningún escuálido a la dirección de la petrolera estatal para que se registrara un descenso de 65,3 por ciento en las erogaciones). Debemos, de igual modo, rechazar el intento de culpar a los medios de comunicación por el asalto a la sinagoga (no todos los implicados eran escoltas del rabino. ¿Por qué se pretende ocultar el nombre del funcionario que dirige la Policía Metropolitana?), y alertar sobre el nuevo brulote comunista denominado pomposamente “guerra religiosa mediática”. Y en cuánto a la inseguridad ciudadana, qué podemos decir: que, aunque el teniente coronel Hugo Chávez insista en minimizar la tragedia de las familias venezolanas frente a la serena belleza de Patricia Janniot, “los muertos son tantos que ya no caben en la memoria. La superpoblación no es un problema exclusivo de los vivos; en el otro mundo también se apretujan las masas (Sándor Márai)”.
Resulta evidente que quien pide disfrutar del poder por lo que le queda de vida no merece retenerlo ni siquiera un día. No es digno de llevar las riendas de la patria quien carece de personalidad (insulta a Obama, pero luego se anima a darle un compás de espera dizque porque Fidel Castro lo alabó en una de sus reflexiones de ultratumba), quien irrespeta su palabra de honor (asustado por las encuestas, termina por invitar a los caciquitos regionales y locales a su orgía de poder), quien amenaza con gases tóxicos a los hijos y nietos de los venezolanos, quién facilita el robo de los dineros públicos, quien en cursis e interminables columnas periodísticas (los podridos de Chávez) sustituye el uso correcto y donoso del idioma castellano por una mediocre ortografía de mensaje de texto, quien traiciona tan vulgarmente el pensamiento republicano de su máximo referente ideológico, quien se desvincula a conveniencia de los grupos violentos alentados desde el poder para intimidar a la oposición democrática.
Comenta Claudio Magris, en ensayo Para una historia de la Risa: “El mundo moderno condena a la involuntaria comicidad a quien pretende individualizar el hilo de los hechos e incluso guiarlo y controlarlo. Si Marx decía que las vicisitudes históricas suceden una primera vez en forma de tragedia y luego se repiten en forma de comedia, ahora parece ser que los acontecimientos, de los cuales deberían depender nuestro destino, ya suceden la primera vez como parodias de ellos mismos. Una máscara cómica es hoy el político que no se da cuenta cómo las cosas se le escaparon de las manos. Infames, y sobre todo ridículos, son por ejemplo los políticos que, ante los delitos que todos los días registra la crónica periodística, no se ocupan de impedir o castigar el crimen, sino que tienen la ilusión de insertarse ventajosamente en el mecanismo puesto en movimiento por el delito, maniobrándolo para su propio provecho, explotándolo a los fines de nebulosos diseños incluso para los que idean dichos proyectos. Un poeta de la inadecuación, o sea un amargo humorista, podría ofrecernos un digno retrato del agitador político que cree dominar nuestras sangrientas tragedias cotidianas”.
No soy César González, “el amigo de todos”. No sufro la pulsión de decir lo que la gente quiere escuchar. Por eso, no puedo ocultar mi total desagrado con los llamados “Ni-Ni”. Y es que a estas alturas del partido -diez años son diez años- en Venezuela ya sabemos quién es quién. Qué no lo sepa Lula, no me importa; qué no lo sepa la directora de la CEPAL, me da igual; que no lo sepa el comprometido Eduardo Galeano, qué se le va a hacer; pero que no lo sepa otro ciudadano de a pie como yo, otro de esos venezolanos bolsas que si no los mata la inflación los mata la inseguridad, eso es algo verdaderamente sorprendente. Ante semejante fracaso de la racionalidad y la dignidad, no puedo evitar pensar en las duras palabras vertidas por Etienne de La Boétie en El Discurso de la Servidumbre Voluntaria: “Pero, ¡oh Dios mío!, ¿qué ocurre? ¿Cómo llamar a ese vicio, ese vicio tan horrible? ¿Acaso no es vergonzoso ver a tantas y tantas personas, no tan sólo obedecer, sino arrastrarse? No ser gobernados, sino tiranizados, sin bienes, ni parientes, ni mujeres, ni hijos, ni vida propia. Soportar saqueos, asaltos y crueldades, no de un ejército, no de una horda descontrolada de bárbaros contra la que cada uno podría defender su vida a costa de su sangre, sino únicamente de uno solo. No de un Hércules o de un Sansón sino de un único hombrecillo, la más de las veces el más cobarde y afeminado de la nación, que no ha husmeado la pólvora de los campos de batalla, sino apenas la arena de los torneos (...) Así pues, ¿qué es ese monstruoso vicio que no merece siquiera el nombre de cobardía, que carece de toda expresión hablada o escrita, del que reniega la naturaleza y que la lengua se niega a nombrar?”.
Lo dicho: El hombre rebelde es aquel que dice que no. Y no es no.

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