viernes, abril 13, 2012

Guillén

Sostiene la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi que la libertad de expresión implica también la libertad de ignorancia. Tal vez Oswaldo Guillén ejerció ambos derechos cuando, entrevistado por un reportero de la revista Time, reveló su admiración por el dictador cubano Fidel Castro y su capacidad luciferina para mantenerse en el poder por más de cinco décadas (no hay que olvidar que el pobre Ozzie apenas estuvo ocho años al frente de las Media Blancas de Chicago).
El revuelo causado por las declaraciones del pelotero venezolano arroja luz sobre algunos fenómenos dignos de ser analizados. El primero de ellos, el destino fatídico de aquellas víctimas que terminan por parecerse a sus victimarios, debido al fomento de una memoria del resentimiento (« ¡Ni perdón ni olvido! ») que sólo consigue aplacarse mediante los placeres de la retaliación. Aunque una mayoría de los miembros de la comunidad cubana residente en los Estados Unidos se vanaglorie ruidosamente de sus convicciones democráticas, lo cierto es que la magnitud del fanatismo anticastrista es tal que los lleva a reproducir, en sus reacciones y comportamientos, algunos de los mecanismos de coerción y supuesta censura moral empleados por las dictaduras de cualquier signo político.
La ira de la comunidad cubana sólo amainó cuando el antiguo campocorto Oswaldo Guillén acudió de «manera voluntaria» al paredón de la opinión pública para confesar, con los gestos adustos de un dirigente repudiado por la cúpula de la revolución comunista, la magnitud de su culpa, la atrocidad de la falta cometida. Este reconocimiento del castigo necesario fue el comienzo de una expiación que culminaría más tarde con una declaración que nadie le había solicitado al mánager de los Marlins: «Chávez está haciendo, poquito a poco, el mismo daño que Fidel le está haciendo a los cubanos. No coincido con su ideología ni comparto lo que está haciendo con nuestro país». ¡Tarde piaste pajarito!
Sorprende la comparecencia de este hombre tan sumiso y apocado, sobre todo cuando siempre se ha mostrado como una persona vehemente en la defensa de sus opiniones. De hecho, recientemente los usuarios de las redes sociales leyeron asombrados las groseras respuestas de Ozzie por las críticas hechas a su deficiente ortografía en los mensajes de Twitter («Yo escribo como quiera, no estoy dando clases de castellano» / «Prefiero ser burro con plata que inteligente pelando, lo digo por experiencia»). Es por ello que nos cuesta entender el extraño sortilegio que convierte al energúmeno de ayer en el policía-como-jobo de hoy. Una razón que pudiese explicar la radical transformación de Guillén es la posibilidad real de perder un contrato multianual de cuarenta millones de dólares firmado con la directiva de los Marlins. Sin embargo, el factor monetario no necesariamente sea la respuesta última del acertijo. Quizá se trate, en el fondo, del temor a padecer las consecuencias asociadas al hecho de perseverar en una opinión contraria al criterio de la mayoría, ese vestiglo tan dado a improvisar su tiranía en los confines del sistema democrático. No olvidemos la observación del filósofo Arthur Schopenhauer: «El instinto social del hombre no se basa en el amor a la vida en sociedad sino en el miedo a la soledad».
Pero el grandeligas no está solo en su hora nona. En torno a su demudado semblante se arremolinan, como fieles escuderos, las plumas más prestigiosas de cierta prensa deportiva, las cuales, en lugar de limitarse a la cobertura objetiva de la noticia llegada desde Miami, se precipitaron a solidarizarse con el «compañero», el «amigo», el «hombre». Olvidan los tales reporteros que, como consecuencia de las pautas deontológicas de su profesión, deben renunciar a la tentación del amiguismo y el compadrazgo para limitarse exclusivamente al cultivo de la fuente periodística.
Capítulo aparte merecen aquellas personalidades de la vida nacional que, en aras de un guabineo ontológico, tienen a bien deshumanizar a los deportistas, incluso hasta el punto de negarles el ejercicio de los derechos ciudadanos. Según ellos, los deportistas de hogaño no se diferencian mucho de los gladiadores de antaño. «Pelotero no es gente» y únicamente sirve para jonronear o poncharse, no mucho más. No son nadie para albergar y manifestar una idea política. Por eso, el presidente de la Liga Profesional de Béisbol Venezolano, @josegrasso, le aconseja muy elegantemente a Guillén que domine a la sinhueso, porque «no se debe ligar el deporte con la política», a menos que la revolución te meta la mano en los bolsillos (como en el caso del Reglamento de la Ley del Deporte). Entonces en ese caso, sí se justifica proceder a romper el vidrio del guabineo y el silencio oportunista.
Porque esa, y no otra, es la aspiración de los guabinosos y pasteleros: disipar la controversia que emplaza a las personas a formalizar sus opiniones y las distrae del perfeccionamiento de nuevos y decadentes métodos de contemporización y pervivencia.
Triste remedo del famoso verso de la Balada de la Cárcel de Reading: todo hombre intenta sobrevivir a lo que ama (otra forma de la traición), el valiente con la lucha y el cobarde con un mea culpa insincero y a destiempo; ¿el más infructuoso? Tal vez el recitado por el general Arnaldo Ochoa ante un tribunal de la revolución cubana:

«En cuanto a las acusaciones que se me hacen quiero además decir que no sólo esto que hoy se ha leído aquí, sino que todo lo que ha salido por la prensa, por la televisión, o sea todo lo que se ha dicho, se ajusta exactamente a la verdad. Y creo que este relato que acaba de dar el ministro es mucho más explícito que lo que yo mismo pudiera decir. Y yo le diría que no es fácil, dentro de los tormentos por los que yo he pasado y paso, de una traición a la patria, centrarse en cuáles fueron los motivos que poco a poco me llevaron a mí a este estado de degradación. Sí creo, a priori, que uno empieza por algo y empieza por detalles en la vida. Y yo diría que empieza desde gruñir cuando le dan una orden hasta terminar pensando que todo lo que viene del mando superior está mal ordenado. Y por ese camino uno se hace de un pensar independiente y llega a creer que uno es el que tiene la razón y uno mismo, inmoralmente, se justifica las barbaridades que hace. ¿Qué puede sentir aquel ser humano que su pueblo lo desprecia por culpa de él mismo? Creo que hoy el tribunal de mi propia conciencia es más duro que cualquiera. Dondequiera que yo me pare, el tiempo que viva, asumiré esta actitud y esta responsabilidad, y, aunque no lo crean, ya hoy he empezado a ser otro ser humano. Hasta yo mismo me desprecio. Ya no hay razón de vida. No espero más nada (…) Pero sí quiero decirle a los compañeros que creo que traicioné a la patria y, se los digo con toda honradez, la traición se paga con la vida».
Como reza el famoso quiasmo atribuido a Pascal: «Cuando no se vive como se piensa se termina pensando como se vive».

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