El italiano Claudio Magris, en sus palabras de
recepción del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, expuso ante los presentes
en el auditorio «Juan Rulfo» las razones por las que un novelista se deja
seducir por la escritura.
«¿Por qué se escribe? Por tantas razones: por amor, por miedo, como protesta, para distraerse ante la
imposibilidad de vivir, para exorcizar un vacío, para buscarle un sentido a la
vida. A veces para establecer un orden, otras para deshacer un orden
preestablecido; para defender a alguien, para agredir a alguien. Para luchar
contra el olvido, con el deseo —tal vez patético pero grande y apasionado— de
proteger, de salvar las cosas y sobre todo los rostros amados, de la abrasión
del tiempo, de la muerte. Escribir es también un intento de construir un Arca
de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar —deseo vano e imposible,
quijotesco pero inextirpable— cada vida», confiesa Magris en su discurso.
Con
esta reflexión como fondo, podemos aventurar que entre todos los escritos
firmados por Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), el más reciente ganador
del Premio Nobel de Literatura, sólo hay uno donde los lectores pueden subirse
como polizones al arca diseñada durante tanto años por el afamado novelista
francés; un único texto donde pueden recorrerse los pasillos interiores de la
embarcación y posar la mirada en los seres fantasmales acomodados en los
espacios más precarios.
En
Un pedigrí (Anagrama, 2007) Patrick
Modiano cumple con justicia las exigencias planteadas a los autores de obras de
carácter autobiográfico. El narrador se detiene tanto en los momentos de fugaz
felicidad como en los instantes de miseria; aquellos que, a pesar de su
finitud, son sentidos como eternos. Los párrafos se suceden para arrojar luz
sobre el origen y las oscuras circunstancias que lo hicieron posible. Todo ello potenciado con los rasgos más prominentes del estilo Modiano: tendencia al relato
directo, adopción de un tono impasible —a ratos distante—, sobriedad en el uso de los recursos
estéticos, rigor obsesivo por la ubicación exacta de las calles donde suceden
las acciones y, por último, esmero en la recreación del espíritu de la época
(los tiempos decadentes de la ocupación de Francia por los nazis).
Puestos
a testimoniar la limpia ejecución del quehacer literario, un solo factor arruina
la catalogación de Un pedigrí como una
solvente novela corta: en sus páginas no se suspende el juicio moral. Patrick
Modiano no se abstiene de sentenciar quiénes son los buenos y quiénes son los
malos, quienes se alegraban por su compañía y quienes se afanaban en mantenerlo
alejado de París.
«Vacaciones
de Todos los Santos de 1961. La calle Royale de Annecy bajo la lluvia y la
nieve derretida. En el escaparate de la librería la novela de Moravia El tedio con aquella faja: “Y su
diversión: el erotismo”. Durante estas vacaciones grises de Todos los Santos
leo Crimen y castigo y eso es lo
único que me reconforta. Cojo la sarna y voy a ver a una doctora cuyo nombre he
encontrado en la guía de teléfonos de Annecy. El estado de debilidad en que me
hallo parece asombrarla. Me pregunta: “¿Tiene usted padres?”. Ante esa
solicitud y esa ternura maternal tengo que contenerme para no echarme a
llorar», evoca la voz autobiográfica de Un
pedigrí.
En
la Francia de la ocupación nazi dos almas con sueños de grandeza se conocen y
se casan. Ella, una actriz de medio pelo («una chica bonita de corazón seco»), nacida
en Bélgica, que jamás conseguirá un papel de importancia. Él, un sujeto enigmático,
de origen judío, dado a mantener amistades extrañas e incursionar en el mercado
negro con negocios de suerte varia («mis pobres padres, que no me aportaban el
menor apoyo moral y me ponían entre la espada y la pared»). Se mudan al sexto
distrito de París, en el Muelle de Ponti, donde ocupan dos habitaciones de un
viejo edificio. Tienen dos hijos: Patrick y su hermano Rudy Modiano, quien
fallece en 1957.
«Dejando
aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que nada de cuanto cuente aquí me
afecta muy hondo. Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta
un currículum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una
vez una vida que no era la mía. Sólo es una simple y fina capa de hechos y
gestos. No tengo nada que confesar y no
siento afición alguna por la introspección ni por los exámenes de conciencia.
Antes bien, cuanto más oscuras y misteriosas seguían siendo las cosas, más me
interesaban. E intentaba incluso hallarle un misterio a aquello que no tenía
ninguno. Los acontecimientos que rememoraré hasta mis veintiún años los he
vivido en proyección trasera, ese procedimiento que consiste en hacer que vayan
pasando en segundo plano paisajes mientras los actores se quedan quietos en el
plató del estudio. Querría describir esa impresión que otros muchos sintieron
antes que yo: todo desfilaba en proyección trasera y no podía aún vivir mi
vida», escribe Modiano.
El
joven Patrick estudia la primaria y parte de la secundaria en el colegio de
orientación militar Le Montcel. Lo hace bajo la modalidad de internado. Allí
conoce el rigor de la disciplina marcial: toque de diana al amanecer, enseñanza
del orden cerrado, inspecciones nocturnas en la cuadra e imposición arbitraria
de sanciones. En 1960 se escapa de la institución para buscar una chica de la
que está enamorado: Kiki Daragane. La encuentra en un café de la calle
Bonaparte. En lugar de un beso, recibe un consejo: devuélvete. Al llegar a Le
Montcel el director le abre la puerta, pero lo expulsa al finalizar el año
lectivo. Entonces, el padre lo mantiene alejado de París y lo interna en el
colegio Saint-Joseph de Thônes, en la Alta Saboya.
Patrick
abomina la disciplina por sus resonancias castrenses; circunstancia que explica
como meses después de aprobar la secundaria, y a pesar de una temprana pasión
por la lectura (Verne, Dumas, Peyré, Conan Doyle, Lagerlöf, Stevenson, London,
Twain, Kafka, Hemingway, Pavese, Dostoievski), decide abandonar el internado
del liceo Henri-IV, donde estudiaba el curso preuniversitario de letras.
«En
los meses siguientes, mi padre tiene que resignarse a que yo deje
definitivamente los dormitorios de internado en los que ando metido desde los
once años. Queda conmigo en cafés. Y rumia los agravios que tiene contra mi
madre y contra mí. No consigo crear una intimidad entre nosotros. En todas esas
ocasiones, no me queda más remedio que mendigarle un billete de cincuenta
francos, que acaba por darme de muy mala gana y que le llevo a mi madre. A
veces llego sin nada y mi madre monta en cólera. No tardé en esforzarme
—alrededor de los dieciocho años y en los años siguientes— por traerle por mis
propios medios esos malditos billetes de cincuenta francos, que llevan la efigie de Jean Racine, pero sin
conseguir desactivar esa agresividad y esa falta de benignidad que me había
mostrado siempre. Nunca pude hacerle confidencias ni pedirle ayuda alguna. A
veces, como un perro sin pedigrí y muy dejado de la mano de Dios, siento la
tentación de escribir negro sobre blanco y con todo detalle cuanto me hizo
padecer con su dureza y su inconsecuencia. Me callo. Y se lo perdono. Todo
queda tan lejos ya…», anota Modiano.
La
angustia por el vencimiento del alquiler no cesa. El joven Patrick roba libros
en bibliotecas y en casas de particulares. Los vende, ayuda con los gastos y se
guarda una calderilla para sentarse en cualquiera de los cafés de Montmartre. Lo
incierto de su futuro despierta la preocupación del padre.
En
una carta fechada el 3 de agosto de 1966 el enigmático Albert Modiano, padre
del futuro nobel, escribe: «Querido Patrick: en caso de que decidieses hacer lo
que te parezca y no atender mis decisiones, la situación sería la siguiente: tienes
21 años y, por lo tanto, eres mayor de edad. No soy ya responsable de ti. En
consecuencia, no podrás esperar de mí ayuda alguna ni apoyo de ninguna clase,
ni en lo material ni en lo espiritual. Las decisiones que he tomado en lo que a ti se refiere son
sencillas. Las aceptas o no las aceptas. No hay discusión posible. Renuncias a
la prórroga antes del 10 de agosto para incorporarte al ejército el próximo mes
de noviembre. Habíamos quedado en ir el miércoles por la mañana al cuartel de
Reuilly para que renunciaras a la prórroga. Teníamos que encontrarnos allí a
las doce y media. Te esperé hasta la una y cuarto y, siguiendo con tu habitual
comportamiento de muchacho hipócrita y mal educado, no viniste a la cita y ni
siquiera te tomaste la molestia de llamar por teléfono para disculparte. Puedo
decirte que es la última vez que vas a tener la oportunidad de mostrarte así de
cobarde conmigo. Así que puedes elegir entre vivir como quieras y renunciar por
completo y de forma definitiva a mi apoyo o atenerte a mis decisiones. Tú
decides. Puedo asegurarte, con total certidumbre, que, elijas lo que elijas, la
vida te enseñará una vez más cuánta razón tenía tu padre».
Un
mes antes de esta oscura profecía, Patrick Modiano había comenzado, en una
terraza de un café en Lyon, la redacción de su primera novela.
Etiquetas: Lecturas, Literatura, Modiano
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