viernes, enero 18, 2008

Háblame sucio



Tengo un amigo que ha jurado no tener más sexo con mujeres de clase media. De ahora en adelante se ocupará más bien de cortejar y horizontalizar a las abnegadas féminas provenientes de los estratos E y F de la población. Y es que su espíritu sencillo y campechano le hace preferir, por encima de cualquier cosa, esa variante del juego amatorio definido con maestría por el fallecido humorista José Luis Coll como copulacho, esto es, “unión sexual mantenida con una hija del populacho”.
Este fanatizado encono hunde sus raíces en la supuesta incapacidad de la burguesía criolla para apropiarse de las formas expresivas más cónsonas con los intensos momentos del apareamiento salvaje:

-¡Qué rico mamita! Ahora háblame sucio...
-¿Perdón? ¿O sea...?
-¡Qué me digas morbosidades! ¡Qué dejes aflorar esa bicha que hay en ti...!
-Pero papi, ¡si yo no soy bicha! ¿Qué te pasa? ¿Se te volaron los tapones? Me extraña que me propongas eso. ¿O es que acaso tú me conociste recostada en la rockola de un burdel? ¿Ah?
-Yo lo sé cariño. Por supuesto que tú no eres una cualquiera. Tú eres toda una santa, y aquí tengo tu velón...
-¡Vulgar!
-¡Mentira, preciosa! ¡Es echando vaina! Es que no ves que se trata de un juego. Tú sabes: algo como para preparar el ambiente. ¡Anda pues! ¡Échale bola a lo que te digo! ¡Háblame sucio!
-Está bien. Allá voy...
-Hummm. ¡Qué rico mamita!
-(Con la voz gangosa de una operadora del Metro de Caracas) Por favor, gentil caballero, su merced sería tan amable de introducir su falo erecto en mi humedecida vulva, y desprender de mis pulmones una respiración acezante que me haga desear prolongar el concúbito. Permítame experimentar su frenético vaivén y luego, en extático estremecimiento, derrámese en mí como río en agitada mar.
-¡Coño pero qué bolas tienes tú vale! ¡No ves que me lo tumbaste chica! ¿Y esa letra de cual himno es? Habrase visto, definitivamente no se puede contigo...
-Pero papi...
-¡Pero qué papi y que ocho cuartos carajo! ¿Qué te costaba hablar como una locutora interna del bingo, o como una recepcionista de línea caliente, o como una traductora panameña de películas porno, de esas que no se cansan de pronunciar la palabra panocha? ¿Acaso eso era tan difícil? ¿Era muy complicado decir: “Anda desgraciado, reviéntame ese...”?

Son muchos los hombres y mujeres que no se sienten cómodos con la retórica de catre, ya que a menudo sus piezas oratorias suelen traspasar los linderos de la coprolalia; cenagoso territorio que toda persona de buenas costumbres y rectos procederes debiese evitar hollar. Las figuras discursivas que con mayor frecuencia apuntalan estos mensajes jadeantes, inflados de deseo, son: interjecciones (“ay”, “oh”, “ah”, “hummm”), onomatopeyas (“tukiti”, “chupulún”, “chuquichuqui”), símiles de corto vuelo (“dos cerros”, “una cabilla”, “un pozo”), oxímoros (“mi bendito pecado”), metáforas (“el azote de ese barrio”, “el encapuchado que infiltró esa manifestación”, “la mantequilla de esa arepa”) e hipérboles (“¡cosa más grande!”). Mientras que el siempre efectivo sentido común recomienda descartar el uso de figuras discursivas como digresiones (“yo creo que sería bueno pintar la sala y la cocina”), apóstrofes (“¿qué dirían mis padres de todo esto?”), ironías (“acércate hombre trípode”), litotes (“el nada pequeño”) y antonomasias (“¡Oh mi Penélope!”, “¡Oh mi Ulises!” -los celópatas desconfían de cualquier nombre-).
Sobre la naturaleza histérica de la clase media mucho se ha escrito: un estamento social al que le cuesta horrores procesar el estrés derivado de su condición híbrida. Fenómeno humano cuya particularísima psiquis grupal logra la antihazaña de cuestionar la validez de aquel viejo teorema que señala que dos negaciones -no somos pobres, no somos ricos- afirman...
Ayuna de barrio, deficitaria de jet set, la clase media llega a la cama ataviada de un largo babydoll de dudas y angustias: Si se menea es puta, pero si se paraliza es frígida; si pide por esa boca es zorra, pero si se calla es polvo triste. Olvidan sus integrantes que el coito, más que una experiencia de movilidad social, de pertenencia social, es por sobre todo el goce recíproco de la movilidad sexual; una movilidad oportunamente estimulada por la química de los cuerpos o la identificación de las almas. Tierrúos o con clase, lo importante es disfrutar.
“¿Es sucio el sexo?”, se preguntó una vez el bueno de Woody Allen, para luego responderse: “Únicamente sí se hace bien”.

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1 Comments:

Blogger Inos said...

Es que al llamado "lenguaje culto" siempre le ha faltado burdel, amigo Vampiro... a veces nos salen con el equivalente erótico de un artículo de Roberto Giusti cuando esperamos el estilo directo y sabroso de un titular de Últimas Noticias.

A la palabra que se empeña en ser pura no hay más remedio que salpicarla.

Saludos.

11:25 a.m.  

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