miércoles, febrero 09, 2011

Algo huele mal

Algo huele mal, pero no es en Dinamarca. El aire enrarecido, la brisa maluca, proviene en esta ocasión de Malawi, un modesto país del continente negro, cuya clase dirigente acaba de manifestar su intención de reactivar una legislación colonial que prohíbe a la población soltar flatulencias en público.
El promotor de la reforma parlamentaria es el ministro de Justicia y Asuntos Constitucionales de Malawi, George Chaponda, quien achacó al exceso de libertad y al multipartidismo el ambiente de total relajación —por lo menos de esfínteres— que aqueja a la nación africana (de más de catorce millones de habitantes) y amenaza con tornar irrespirable la vida en sociedad.
«El Gobierno tiene el derecho de garantizar la decencia pública. Tenemos que imponer el orden. ¿O acaso ustedes desean que la gente se tire pedos en cualquier lugar? Esto no ocurría durante el régimen de Kamuzu Banda (dictadura derrocada en 1994), porque la gente temía las consecuencias de sus imprudencias. Malawi tiene que regresar a los tiempos del respeto, y espero que los diputados tomen la decisión correcta en este sentido», señaló Chaponda al ser entrevistado en un programa informativo de la emisora Capital Radio.
El funcionario intenta acabar con la impunidad de los fumigadores callejeros, cuando propone que gases, aires, pedos, flatos, cuescos, follones y demás emanaciones mefíticas dejen de ser simples conductas inadecuadas para convertirse en delitos menores, susceptibles de acarrear sanciones morales y multas pecuniarias. A pesar de su condición de abogado, el ministro malawí se abstiene de ensayar doctrinas legales que puedan enriquecer la jurisprudencia relacionada con los delitos «gaseosos», esto es, desarrollos teóricos sobre la definición de la autoría material e intelectual (¡se han visto casos!), comisión culposa o alevosa, criterios para la calificación de gravedad, complicidad y vinculación con el terrorismo sustentado en armas químicas y biológicas.
En sus declaraciones, Chaponda llegó a afirmar, de un modo ciertamente temerario, que «sin duda se trata de un hecho de fácil comprobación que las necesidades de la naturaleza humana pueden ser controladas y, por tanto, mis compatriotas deben ir a los baños y servicios privados en lugar de tirarse pedos por las calles». Palabras polémicas que dejan ver que este señor no formó parte de las personas que pagaron con un brote de cólera su asistencia a un famoso matrimonio en República Dominicana; sarao macabro donde los invitados de chiripa dejan sus respectivos tractos digestivos por comer raciones de langostas y ceviches inconvenientemente manipuladas.
Este Torquemada africano no comparte las humoradas que sobre las flatulencias hizo el inmortal Francisco de Quevedo, quien en un largo poema de título ligeramente obsceno, Gracias y desgracias del ojo del culo, llegó a afirmar: «Se ha de advertir que el pedo antes hace al trasero digno de laudatoria que indigno de ella. Y, para prueba desta verdad, digo que de suyo es cosa alegre, pues donde quiera que se suelta anda la risa y la chacota, y se hunde la casa, poniendo los inocentes sus manos en figura de arrancarse las narices, y mirándose unos a otros, como matachines. Es tan importante su expulsión para la salud, que en soltarle está el tenerla. Y así, mandan los doctores que no les detengan, y por esto Claudio César, emperador romano, promulgó un edicto mandando a todos, pena de la vida, que (aunque estuviesen comiendo con él) no detuviesen el pedo, conociendo lo importante que era para la salud».
Tanto representaba la ventosidad para Quevedo que llegó incluso a tenerla por prueba de amor y amistad. De ahí que en uno de sus versos señale: «Hasta que dos se han peído en la cama, no tengo por acertado el amancebamiento; también declara amistad, pues los señores no cagan ni se peen, sino delante de los de casa y amigos».
A los venezolanos también nos acogotan los malos olores, aunque por circunstancias distintas a las que martirizan a los altos representantes del régimen malawí. Nuestra fetidez ambiental tiene que ver más bien con la aparición de conteiners con comida podrida y calles sepultadas en bolsas de basura, que el aseo urbano tiene semanas sin retirar. Ambas emanaciones (des)componen el olor de la revolución.

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