domingo, julio 08, 2012

Las nuevas pruebas de amor


Más que un sentimiento, el amor eterno pareciera ser la más vigente de las antiguas leyendas. Se cuentan por millones los amantes que, seducidos por la promesa de una felicidad sin fin, abandonan el apacible predio de la certeza para extraviarse en los senderos sinuosos de la pasión. Todos ellos reproducen, de manera inconsciente, el mito de Psique en busca de Cupido.
El hecho de que el amor eterno se asemeje a un mito, no representa un dato desdeñable. Nos ayuda a comprender, por ejemplo, la inveterada costumbre del ser humano de solicitar a sus pretendientes el cumplimiento de determinadas pruebas de iniciación; pruebas que le ayuden a comprobar la pureza de las intenciones, pero también a desenmascarar, de modo oportuno, el juramento pronunciado por labios mentirosos, urgidos de ocultar la efímera vida del deseo.
Si el amor eterno es una historia, no puede sorprendernos que esté sometido a ciertas reglas y mecanismos narrativos. El lingüista Vladimir Propp, al analizar cientos de relatos de la tradición oral rusa, concluyó, en su libro Morfología del cuento, que las leyendas populares no deben verse como una mera secuencia de sonidos y palabras susceptibles de ser memorizados, sino más bien como una estructura de sentido: un producto de la concatenación de treintaiún motores dramáticos (motifemas, según Alan Dundes) que marcan las acciones de los personajes. Para Propp el decimosegundo «detonante dramático» es el encuentro del protagonista con un ser (un monstruo, una persona, una entidad espiritual) que lo somete a una prueba; mientras que el vigesimocuarto «detonante dramático» consiste en la prueba que hace posible la anagnórisis del protagonista y el descubrimiento de la usurpación cometida por el malvado.
Sin embargo, los protagonistas de las historias populares no son las únicas personas obligadas a superar una prueba de iniciación. La dinámica lúdica y lúbrica del cortejo sexual compele al hombre enamorado —adalid por excelencia del ideario romántico—, a repetir, durante el proceso de seducción de la amada, el sino del héroe griego, quien siempre encontró en la superación de pruebas la fase favorita de la aventura mítica, según apunta el erudito Joseph Campbell en el estudio clásico El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito.
La obsesión de hombres y mujeres por las pruebas puede también explicarse porque en las tareas impuestas se mezclan, como en pocas cosas en la vida, lo divino con lo mefistofélico, la afirmación de la fe con la desconfianza velada. En el libro de Génesis, Dios apela a este expediente cuando ordena al fiel Abraham sacrificar a su hijo primogénito, Isaac, para testimoniar la intensidad de su devoción. En la Biblia también leemos como Satanás emplea la fijación de pruebas como un medio no santo para comprobar la autenticidad del amor y la fe proclamados por Job. La utilización de pruebas por parte de la religión desembocaría, con los años, en la historia negra de las ordalías y la inquisición.
Muchos espíritus de la noche, en particular aquellos de vocación mesiánica, han tomado debida nota de las repercusiones que en la psiquis humana tiene la imposición de pruebas. Saben muy bien que quien logre cumplir con la serie de incómodas exigencias habrá transmutado en admiración algo tan vulgar como la difidencia; además de encontrarse en capacidad, gracias al nimbo de heroicidad que rodea a su imagen, de publicitar su condición de ser predestinado, de hombre superior que logró cumplir lo dispuesto por la profecía. Y esto es así, porque, como recuerda el historiador de las religiones Walter Burkert, la superación de pruebas y ritos es una de las maneras de creación de lo sagrado.
La sociedad imbuida de romanticismo representa, en sí misma, la versión colectiva del mito del amor eterno. El recelo y el cinismo contaminan de cutio el venero de los sentimientos. Los ideales se marchitan. La rijosidad y el cinismo vulgarizan los afectos e imponen pruebas procaces y rocambolescas como prendas de amor: el sátiro pide sexo, el promiscuo demanda muestras de castidad, la querida exige bienes a su nombre y el padre renuente solicita una prueba de ADN para responsabilizarse de su descendencia.
En la actualidad son demasiados los factores que enajenan la confianza de los amantes: la exaltación del deseo, la dificultad de diferir las gratificaciones, el fomento del exhibicionismo en las redes sociales (un caso extremo: el sexting, la difusión de autorretratos con contenidos sexuales implícitos o explícitos), la posibilidad de experimentar «vida paralelas» gracias a los avatares virtuales, la crisis institucional de la monogamia, el desprestigio de la fidelidad como forma de relacionamiento sexual, la pérdida de influencia de las religiones, la presencia universal de cámaras de vigilancia y la capacidad de reconstruir vidas enteras a partir de los registros informáticos de los internautas. Nunca como ahora las personas están en capacidad de comprobar, mediante mecanismos clandestinos de auditoría, la veracidad de las promesas de amor lanzadas al calor del deseo.
Las circunstancias históricas que cambian la concepción tradicional del amor también renuevan el elenco de las pruebas diseñadas para demostrar la sinceridad de lo prometido. A diferencia de Hércules, Teseo y Perseo, ya no es necesario batirse contra el león de Nemea, el minotauro de Creta, la hidra de Lerna, el jabalí de Erimanto o el temible dragón Ladón, que con sus cien cabezas custodiaba las manzanas doradas del jardín de las Hespérides. Tampoco es suficiente con bajar la luna, llevar serenatas o regalar el mar de las Antillas. La cosa, en verdad, es mucho más compleja...
A continuación describimos las doce nuevas pruebas de amor (los doce nuevos trabajos de Heracles) que los galanes venezolanos deben superar si realmente aspiran tener un  «juntamiento con fembra placentera» (Arcipreste de Hita, dixit) en mullido tálamo:

Prueba 1: Entregar las claves de acceso a Facebook, Twitter y los correos electrónicos

«Muros vemos, mensajes privados no sabemos», tal es la máxima de las mujeres celópatas que no están dispuestas a perder a sus machos por el ataque informático de unas cuantas ciberbichas que decidieron hacer caso omiso del juramento de amor debidamente notariado en los perfiles de Facebook. Los cuernos por internet, aunque virtuales, también duelen, porque facilitan el advenimiento del estadio superior de la jodedera, a saber, el chalequeo 2.0, con emoticón de cachitos y hashtag de burlas (#elvenado). La infidelidad comienza a gestarse con un toque virtual y un ícono de jarra de cerveza, para luego concretarse en el reservado de uno de los tantos mataderos de la calle de los hoteles. Lo dicho: ¡Dame esas claves ya, desgraciado!
Prueba 2: Donar el cupo Cadivi para compras en internet y viajes al exterior

«Lo malo de tu amor es que no se divisa, papá», se queja amargamente la dulcinea con dinero denominado en moneda nacional. Actitud femenina que revela la dificultad de experimentar estremecimientos orgásmicos a la vista de billetes venezolanos, supuestamente fuertes, pero que se tornan ridículos al ser comparados con los valores de referencia del mercado negro de la economía. La caída sostenida del signo monetario comporta la devaluación de las expresiones de cariño y de lujuria. La superación de la anafrodisia pasa por el acceso de la mujer venezolana a una mayor dotación de divisas subsidiadas por el petroestado chavista; un peculio necesario a la hora de importar, o comprar en el exterior, los dispositivos electrónicos (gadget) que hacen posible el amor del siglo veintiuno: el ipad, el ipod, el iphone y el ilove (vibrador inteligente, con tecnología touch, conexión inalámbrica a internet y carpeta online de «mis favoritos»)
Prueba 3: Compartir, mediante enlace nupcial, las bondades jurídicas y socioeconómicas del pedigrí europeo o estadounidense

La genética es una ciencia respetable sólo en tierras prósperas y desarrolladas, porque en países bananeros carcomidos por la pobreza, la inflación, el caudillismo y la corrupción, la genética es a lo sumo otro barrote más de la prisión nacionalista, una tara cromosómica que impide al alma universal establecerse en el mundo. La única posibilidad de que una mujer criollita de pura cepa pueda «irse demasiado» a vivir a Estados Unidos o a Europa es que su príncipe azul resarza con su pasaporte los daños y perjuicios ocasionados por el ácido desoxirribonucleico. Ya no basta con sacar a la amada por las puertas de una iglesia; ahora es requisito sine qua non sacarla también  de Venezuela por las rampas de Maiquetía.
Prueba 4: Entregar las claves de los cajeros automáticos y las claves de acceso a la banca electrónica

En rigor, este nuevo pedimento femenino no se diferencia mucho del modus operandi de los secuestradores exprés (la única diferencia digna de mencionar es que los malhechores, a la hora de consumar «el paseo millonario», tienen la cortesía de no montar a tu suegra en la parte trasera del carro). La tortura psicológica, causada por la situación de rehén, prosigue con la solicitud de las respuestas al conjunto de preguntas de seguridad planteadas por la plataforma de banca electrónica. No cabe duda de que se trata de una de las exigencias más difíciles de satisfacer.
Prueba 5: Hacer acto de presencia solidaria en una marcha del gobierno

Esta durísima prueba, también conocida como la «ordalía de la marea roja», debe ser acometida por todo aquel varón «escuálido», «apátrida» y «pitiyanqui»  enamorado de una empleada pública. El esfuerzo heroico consiste en asistir como acompañante a una marcha proselitista del presidente Chávez y soportar de pie un discurso de cuatro horas sobre su revolución pacífica pero armada (legal pero criminal). También es obligatorio que el sujeto se calce la franela roja y entone, en todo momento, el popurrí de cánticos a favor del continuismo y el culto a la personalidad. ¡Uh, ah, Chávez no se va!
Prueba 6: Conseguir los productos desaparecidos de los anaqueles de abastos y supermercados
Como si acaso la prueba anterior fuese moco de pavo, nuestro héroe socialista deberá emprender un viaje de proporciones míticas, no a Ítaca, no a la Cólquide, no al Valhalla, sino a cuanto establecimiento o taguara de mala muerte expenda los diecinueve productos regulados y desaparecidos (en 204 presentaciones y en 29 categorías) por la Superintendencia Nacional de Costos y Precios. Al momento de cerrar esta crónica, pudimos conocer que el Ministerio de Industria Ligeras y Comercio de la Revolución Bolivariana espera que con la ingente cantidad de suéteres tejidos manualmente por las diferentes «penélopes» la industria manufacturera venezolana consiga, por fin, reactivarse.
Prueba 7: Patrocinar la colocación de prótesis mamarias e implantes de glúteos, así como también una operación de rinoplastia
En este apartado, sólo precisamos hacer una aclaratoria: estas correcciones estéticas obedecen única y exclusivamente a la epidemia de nódulos mamarios, tabiques desviados y abscesos pélvicos que azotan actualmente a las mujeres venezolanas. Nunca jamás deben relacionarse con crecientes problemas de autoestima...
Prueba 8: Obsequiar un decodificador adicional de televisión satelital con un paquete de programación premium y en alta definición
Otra temporada de «Aló, Presidente» sería, con el perdón de Rimbaud, otra temporada más en el infierno. Que vengan, entonces, las nuevas y mejores temporadas de series como Mad men, Game of Thrones, Doctor House, The Big Bang Theory o Breaking Bad.
Prueba 9: Financiar el seguro del vehículo

El héroe se salvará de esta erogación siempre y cuando el carro que haya comprado para su amada haya sido el vehículo descapotable de la Barbie. Del resto, sólo algo será seguro: tendrá que pagar el seguro.
Prueba 10: Facilitar el rastreo satelital gracias a las aplicaciones de Google Maps y el uso autorizado de la información del GPS de los teléfonos inteligentes
Sorprende comprobar como con cada nuevo avance tecnológico somos más marginales...
Prueba 11: Dejarse extraer las espinillas en plazas y parques públicos
Para que no digan que todas las pruebas tienen que ver con el cochino dinero, nos llega este extraño hábito sociocultural de las mujeres venezolanas. Una costumbre marginalosa que no encuentra réplica en ninguna sociedad del mundo civilizado ni tampoco ha sido documentada en tribus y etnias de regiones atrasadas. Lo asqueroso y ocioso de este ritual vernáculo nos desaconseja cualquier tentativa teórica por tratar de explicarlo y mucho menos justificarlo. Sólo aventuramos una palabra: ¡Guácala! ¿Una segunda? Recontraguácala.
Prueba 12: Grabar en el ipad las canciones de Ricardo Arjona para escucharlas durante el viaje de vacaciones
No sabemos si inventariarla como una prueba de amor o más bien como lo que parece ser: una condenable variante de la tortura medieval (no en vano el personaje de marras intenta hacerse pasar por juglar). Desde esta modesta atalaya virtual, no podemos menos que deplorar el acto de terrorismo acústico que supone obligar a varones bien nacidos almacenar en su ipad un cancionero lleno de versos efectistas y comerciales, alumbrados en mala hora por un salsero erótico con ínfulas de juglar.
En fin, como dijo Jacinto Benavente: «El verdadero amor no se conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece».

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