lunes, junio 20, 2011

La enfermedad

El bochornoso hecho de que el presidente venezolano gobierne y apruebe leyes desde La Habana viene a confirmar la curiosa frase propagandística que nos alerta que, doscientos años después, la lucha por nuestra independencia continúa.
Seguramente abundará quien piense que, desde el punto de vista jurídico, no existe problema alguno, porque la soberana e independiente Asamblea Nacional autorizó la permanencia indefinida del jefe del Estado en Cuba, y ratificó, de paso, el carácter constitucional de los actos de gobierno consumados por Chávez en el exterior, a pesar del detalle, si se quiere anecdótico, de que el texto promulgado —el de la Ley Especial de Endeudamiento Complementario para el Ejercicio Fiscal 2001— no viene acompañado de las firmas de los miembros del gabinete ministerial, tal como lo exige la tan venerada Carta Magna.
No puede uno dejar de preguntarse cómo reaccionarían los parlamentarios chavistas si quien debiera gobernar a Venezuela desde el extranjero —por ejemplo, desde la ciudad de Washington— fuese un presidente o presidenta de signo político opositor. Entonces quizás abandonarían su relajada hermenéutica constitucional para plantear las implicaciones geopolíticas y militares de la ausencia indefinida del primer mandatario, e incluso alertarían acerca del peligroso carácter extraterritorial de las decisiones gubernamentales. Se trataría, qué duda cabe, de una nueva reedición de la jurisprudencia bolivariana de criterio sui generis: el golpe de Estado es bueno cuando lo da Chávez, pero criminal y violatorio de los derechos humanos cuando lo ejecuta otro factor de la política nacional.
Mucho lamentamos que el absceso pélvico, curado ya por milagrosos médicos antillanos, haya hecho metástasis en el tejido institucional venezolano. La muerte de treinta reclusos del recinto penitenciario El Rodeo, la oscurana de fin semana que afectó la vida productiva de los zulianos y las denuncias acerca de 178 ejecuciones policiales y secuestros en Barinas, nos hablan de un país asolado por la indolencia y la corrupción, de una nación enferma y sin dolientes…
Suerte muy contraria a la del revolucionario convaleciente en La Habana. Allí la salud de Chávez es cuidada con esmero, dado que es el hombre que pone a disposición de Cuba cien mil barriles de petróleo diarios para que los hermanos Castro puedan revenderlos en el exterior y quedarse, para decirlo con un arcaico malandrismo caraqueño, con algo de fuerza. Pero Chávez es también la figura providencial que promueve la firma de un convenio binacional que sienta las bases de una peculiar «relación comercial» por 1.300 millones de dólares.
En tres palabras: un amigo poderoso, como bien lo define la bloguera Yoani Sánchez en un artículo publicado en el diario madrileño El País: «Una vez instalado el teniente coronel en el palacio de Miraflores y con el sustento material que comenzó a enviar hacia esta isla, el gobernante Fidel Castro encontró un modo más centralizado y menos peligroso de aliviar las arcas nacionales (…) Chávez no sólo pasó a ser el más fuerte aliado político en la región, sino que apoyados en sus petrodólares los dirigentes cubanos dieron otra vuelta de tuerca al rigor ideológico. Los vimos renacer de sus cenizas, literalmente, volver a la carga con convocatorias multitudinarias en todas las provincias y con costoso actos de reafirmación revolucionaria».
Nada distinto a lo vivido en la tierra de Bolívar, donde, en el año 2010, según la memoria y cuenta del Ministerio de Comunicación e Información (Minci), los venezolanos tuvieron que calarse, en vivo y directo, un promedio de tres apariciones diarias del caudillo iluminado en la red de medios del Estado. Un afán propagandístico, un malsano endiosamiento de la personalidad del líder, que costó la bicoca de 35 millones 223 mil 274 bolívares (no son millardos de bolívares gracias a la pícara y caribeña corrección monetaria de tres ceros aplicada por el Banco Central de Venezuela); cifra que debe sumarse a los 27 millones 143 mil 200 bolívares gastados por concepto de «socialización comunicacional de la gestión presidencial». Adicionalmente, el Ministerio para las Comunas y Protección Social menciona en su informe anual 2010 una erogación de 8 millones 227 mil 232 bolívares para financiar la formación socialista (adoctrinamiento) en el marco del programa «Escuelas del Poder Popular», con la participación estratégica de profesores cubanos.
El pasado 5 de junio, en medio del boato revolucionario, Chávez y una comitiva de 150 acompañantes emprendieron una gira de ocho días por tres países aliados (Brasil, Ecuador y Cuba). Según cifras reveladas por el diputado Carlos Berrizbeitia, este viaje de «negocios» le costó al Estado venezolano 1.400.00 dólares. El 8 de junio, en medio de la visita número 57 a La Habana, el presidente fue operado de emergencia de un absceso pélvico (semanas atrás el primer mandatario debió suspender una gira diplomática por problemas en una de las rodillas). El canciller Nicolás Maduro se limitó a informar que Hugo Chávez había presentado «una dolencia de salud» y, que luego «de exámenes diagnósticos», había sido «sometido de manera inmediata a un procedimiento quirúrgico correctivo».
Luego de este primer anuncio, la enfermedad y la convalecencia de Chávez han transcurrido en absoluto misterio. El vicepresidente Elías Jaua sólo ha considerado conveniente reafirmar ante la opinión pública su absoluta fidelidad, no al sistema democrático venezolano (con esas fastidiosas leyes e instituciones que siempre pueden burlarse), sino al líder máximo (cuya presencia física encarna y determina la revolución bolivariana). Un razonamiento que viene a corroborar el hecho de que en Venezuela hace años que pereció la democracia, porque, en estos casi trece años de oscuridad y autoritarismo fascista, el país ha retomado la antigua noción del gobernante como personaje escindido: hombre y semidiós; cuerpo e institución; esa ficción medieval de los dos cuerpos del rey, estudiada a fondo por el erudito Ernst Kantorowicz (existe una versión española del libro, publicada por Alianza).
En el ensayo La imagen del cuerpo y el totalitarismo, publicado en la revista mexicana Letras Libres, el filósofo francés Claude Lefort reflexiona: «Lo que más me importa es poner en evidencia, someter a la interrogación de ustedes la imagen del cuerpo político en el totalitarismo. Esta imagen que, por una parte, exige la exclusión del otro maléfico (el extraño, el enemigo, el traidor) y simultáneamente, se descompone en la de un todo y en la de una parte que va en lugar del todo, de una parte que reintroduce paradójicamente la figura del otro, del otro omnisciente, todopoderoso, benéfico: el militante, el dirigente, el Ególatra. Este otro, ofrece él mismo, su cuerpo individual, mortal, ataviado con todas las virtudes, cuando se llama Stalin o Mao o Fidel. Se trata de un cuerpo mortal que es percibido como invulnerable, que condensa en él todas las fuerzas, todos los talentos, desafía las leyes de la naturaleza por su energía de supermacho (…) La mejor manera que tenemos de reconocer la revolución democrática moderna es una mutación: nada de poder ligado al cuerpo. El poder aparece como un lugar vacío y aquellos que lo ejercen como simples mortales que no lo ocupan sino temporalmente».
Pero alguien tiene muy claro la necesidad de desacralizar el cuerpo de Hugo Chávez Frías: su amigo personal Raúl Castro. Para entender el fenómeno volvemos a la prosa de Yoani Sánchez: «Muchos analistas coinciden en que la nueva apertura al trabajo por cuenta propia en Cuba está dada en parte por la convicción de Raúl Castro de que Chávez no permanecerá mucho tiempo más en el poder. Pero mientras esté sentado en la silla presidencial le colgará —como peso casi muerto— una nación de once millones de habitantes y una sola ideología permitida (…) El riesgo de despertar un día y comprobar que Chávez no está, como una vez le ocurrió al Muro de Berlín, flota como una sombra sobre esta nueva dependencia. Pero el temor inmediato parte de algo que ya vivimos, un déjà vu que por estos días nos alarma. Mientras el socio poderoso y externo nos sostenga, cuán poco podrán desarrollarse nuestras frágiles piernas de nación, cuánto más se retrasará la necesaria independencia».
Vivimos tiempos oscuros...

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