viernes, junio 28, 2013

La libertad, Sancho

Qué importante aporte ha hecho al país lector la editorial Lugar Común con la reciente publicación del libro La libertad, Sancho, una breve antología de textos fundamentales, tomados del corpus ensayístico del Diplomado de Estudios Liberales de la Fundación Valle de San Francisco.
El afamado docente y crítico literario Guillermo Sucre echa mano de su erudición para fungir de cicerone en un paseo fascinante por cinco siglos de ideas liberales. Su prosa antecede las reflexiones de autores como Etienne de la Boètie (1530-1563), Michel de Montaigne (1533-1592), Baruch Spinoza (1632-1677), Albert Camus (1913-1960), Mariano Picón Salas (1901-1965), Isaiah Berlin (1909-1997), Leszek Kolakowski (1927-2009) y Amos Oz (1.939). Una experiencia impagable.
El gobierno de uno solo, la peste del tirano, se convierte en el punto de partida para la tesis histórica que Etienne de la Boètie desarrolla sobre la servidumbre voluntaria, suerte de terrible vicio colectivo que la naturaleza desaprueba y la palabra cobardía no alcanza a significar. Agonía creciente que sólo culmina con el momento luminoso en que los hombres deciden no rendir más pleitesía a la autoridad despótica.
En palabras del joven filósofo: «¿Cómo es posible que tantos hombres, tantas ciudades, tantas naciones a veces soporten todo de un solo tirano, que no tiene más poder que el que le quieren dar, que no tiene capacidad de daño sino porque se lo permiten y que no podría hacer ningún mal si se le contradice y combate.  Es algo sorprendente ver millones y millones de hombres, miserablemente sojuzgados, con la cerviz bajo el yugo, y no porque una fuerza  mayor los obligue, sino porque están fascinados y, por así decirlo, embrujados por el nombre de uno solo, al que no se debería temer puesto que está solo, ni apreciar puesto que es inhumano y cruel (…) Hay una sola cosa que los hombres, no sé por qué, no tienen la fuerza de desear. Es la libertad: bien tan grande y dulce que desde que se pierde  sobrevienen todos los males, y que sin ella, todos los otros bienes, corrompidos por la servidumbre, pierden su gusto y sabor (…) Estad resueltos a no servir más y seréis libres. No es necesario  pulverizar al coloso sino dejar de sostenerlo y lo veréis caer por su propio peso y romperse en pedazos».
Páginas más adelante, Michel de Montaigne, padre del ensayo, comparte con los lectores de siglos posteriores su declaración de principios: «El más fructuoso y natural ejercicio de nuestro espíritu es, a mi entender, la conversación. Considero su práctica más dulce que ninguna otra actividad de nuestra vida (…) Cuando me contrarían, despiertan mi atención, no mi cólera; avanzo hacia quien me contradice, pues me enseña. La causa de la verdad debería ser la causa común al uno y al otro. Festejo y amo la verdad en cualquier mano que la encuentre y me rindo a ella con alegría (…) La obstinación y el fervor en la opinión son la prueba más segura de estupidez; ¿hay algo más seguro, decidido, desdeñoso, contemplativo, serio, grave, que un burro?».
Baruch Spinoza, enemigo de las almas sectarias y recalcitrantes, identifica a la libertad como el verdadero fin del Estado y reafirma que ningún individuo puede renunciar al derecho de mantener sus propios razonamientos y expresarlos de manera pública: «Nunca podrán lograr que los hombres no opinen, cada uno a su manera, sobre todo tipo de cosas y que no sientan, en consecuencia, tales o cuales afectos (…) Por consiguiente, si nadie puede renunciar a su libertad de opinar y pensar lo que quiera, sino que cada uno es, por el supremo derecho de la naturaleza, dueño de sus pensamientos, se sigue que nunca se puede intentar en un Estado, sin condenarse a un rotundo fracaso, que los hombres sólo hablen por prescripción de las supremas potestades, aunque tengan opiniones distintas y aun contrarias. Pues ni los más versados, por no aludir siquiera a la plebe, saben callar. Es éste un vicio común a los hombres: confiar a otros sus opiniones, aun cuando sería necesario el secreto. El Estado más violento será, pues, aquel en que se niega a cada uno la libertad de decir y enseñar lo que piensa; y será, en cambio, moderado aquel en que se concede a todos esa misma libertad».
Un alegato contundente a favor de la libertad de expresión secundando, tres siglos después, por Albert Camus quien advierte que cuando los hombres están demasiado persuadidos de sus razones, como para cerrar violentamente la boca de sus oponentes, la democracia ha dejado de existir. El escritor francés, cuyo quehacer intelectual siempre estuvo regido por dos sólidos principios éticos (no mentir sobre lo que sabía y resistir la opresión allí donde estuviese), sostiene que únicamente se puede considerar como un demócrata a la persona dispuesta a escuchar las argumentaciones contrarias a su pensamiento, puesto que reconoce la posibilidad de que su adversario político tenga la razón.
El capítulo correspondiente a las reflexiones de Isaiah Berlin nos informa de los peligros que acechan a una sociedad compuesta por sujetos nostálgicos de una supuesta edad dorada; leyenda que siempre termina por servir como piedra fundacional para gigantescas y deshumanizadoras utopías. Aunque hablen de futuro, las revoluciones anclan a los hombres en épocas pretéritas, en circunstancias de dudosa condición histórica, dado que ninguna de ellas ocurrió del modo exacto como pretenden ser fijadas en la memoria de los pueblos. Escribe Berlin: «La principal característica de la mayoría, o quizás de todas las utopías, es que son estáticas. Nada se altera en ellas, pues han alcanzado la perfección: no hay ninguna necesidad de novedad o cambio; nadie podría querer alterar esa condición en la que todos los deseos humanos naturales están colmados (...) La sujeción a una ideología, no importa qué tan razonable e imaginativa sea, roba a los hombres su libertad y su vitalidad».
El concepto político de «revolución» despierta el interés intelectual de Mariano Picón Salas, quien relaciona esta variante drástica del cambio social con la irrupción de dictadores desesperados por anunciar el advenimiento profético de su milenio de dominación. Nunca como ahora una palabra ha sido empleada tantas veces para ocultar el afán de violencia de «los endemoniados» y sus deseos de aniquilar la cultura de la libertad. Cuando llega a los oídos del maestro merideño la sonora y deificada palabra revolución, éste se apresura a recomendarnos: «Acaso no hay mito de la época que convenga someter a más escueto y esclarecedor balance”.
Leszek Kolakowski, supérstite de una revolución, deja escuchar su voz en las dunas del destierro y opone su testimonio personal a cualquier tentativa de exculpar a la utopía de los daños infligidos por los obsesionados con el poder total; una caterva de oscuros personajillos, siempre dispuestos a proclamar su inocencia y buena fe, su imperecedera alegría por la condición humana. Pero la historia nos enseña que a menudo aquello que despierta la risa de los gobiernos produce riza en las sociedades. El filósofo polaco, con agudo discernimiento, concluye que los dictadores del comunismo soviético no tuvieron que distorsionar los planteamientos del barbudo de Tréveris para dar con una ideología que justificara la aniquilación de la libertad. Según Kolakowski, en el pensamiento de Carlos Marx ya se encuentra  el tósigo que termina por baldar a la sociedad donde es inoculado.
Finalmente, en el diálogo de cinco siglos, tercia el escritor israelí Amos Oz para hablarnos del mellizo del revolucionario: el fanático, aquel sujeto que juzga al mundo según el prisma del maniqueísmo. El Premio Príncipe de Asturias nos asombra entonces con su definición del traidor: la persona que cambia a los ojos de quienes no pueden cambiar (y no cambiarán jamás): los fanáticos. «La conformidad y la uniformidad son formas morigeradas pero extendidas de fanatismo. A ellas tengo que añadir el culto a la personalidad, la idealización de los líderes políticos o religiosos, la adoración de individuos seductores (…) Es dura la elección entre convertirse en un fanático o convertirse en un traidor. No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, un traidor a ojos del fanático. Sin embargo, yo he hecho mi elección».
El autor de No digas noche, curtido en la lucha contra los intolerantes, comparte con los lectores la mejor vacuna para el fanatismo: «Me atrevería a asegurar que, al menos en principio, creo haber inventado la medicina contra el fanatismo. El sentido del humor es un gran remedio. Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor. Ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en un fanático, a menos que él o ella lo hubieran perdido. Con frecuencia, los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sarcasmo muy sagaz, pero nada de humor. Tener sentido del humor implica habilidad para reírse de uno mismo. Es relativismo, es la habilidad de verse a sí mismo como los otros te ven, de caer en la cuenta de que, por muy cargado de razón que uno se sienta y por muy terriblemente equivocados que estén los demás sobre uno, hay cierto aspecto del asunto que siempre tiene su pizca de gracia. Cuanta más razón tiene uno, más gracioso se vuelve. Uno puede ser un israelí cargado de razón, un palestino cargado de razón o cualquier cosa cargada de razón. Con sentido del humor, puede que además uno sea parcialmente inmune al fanatismo…».
Que atinado que un libro que termine exaltando las bondades sociales de la risa tome su título de un pasaje proveniente de la novela humorística más famosa del mundo, ésa que tiene el honor de ser considerada como la mayor obra literaria en lengua española. «La libertad, Sancho», le dice el ingenioso hidalgo a su fiel escudero, «es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida».

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4 Comments:

Blogger Almanavar said...

Saludos Vampiro... a lo mejor te acuerdas de mi... el profesor del pedagógico que era el "Catedrático" de la cátedra del humor... conseguí tu blog porque a veces oigo el programa Que se vayan todos... y así recuerdo con alegría a los amigos como Reuben y tu que siguen con la lucha intelectual para lograr una Venezuela mejor... (lo último es un sarcasmo) pero tu blog me parece muy interesante... se nota que aún no consigues trabajo... jajaja
Saludo y espero estar en contacto... un abrazo...
También hago blog MI AMIGA JAPONESA... pero aunque tengo trabajo lo hago porque por aquí hablo poco en español y de mis ideas...
Un abrazo desde Japón...

11:56 p.m.  
Blogger Almanavar said...

http://almanavar.blogspot.jp/

11:57 p.m.  
Blogger Fer said...

Hola!

Quisiera utilizar la reseña para una aplicación de recomendación de libros ¿Nos ponemos en contacto por correo electrónico? toro.maria.fernanda@gmail.com

11:32 a.m.  
Blogger Isaafc said...

Buen día, espero se encuentre bien.
Le escribo porque me gustó muchísimo su reseña de La libertad, Sancho para incluirla en un proyecto de una app que ofrece la compra o descarga de libros a través de recomendaciones. ¿Nos permitiría incluirla bajo su autoría? Por favor, escríbame a isabel.fernandez@educatablet.com y podemos conversar más al respecto

11:28 a.m.  

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