miércoles, octubre 08, 2008

Sueños de fuga


Mis amigos no crecen en número, pero sí se expanden geográficamente. Coordenadas entrañables de un mundo afectivo que este año descubrió un quinto continente. Algunos se fueron tras un proyecto esperanzador; otros, en cambio, se limitaron a liar maletas, acuciados por los violentos derrotes de ese indomeñable miura que llaman miedo.
Como aquellos antepasados que a principios del siglo diecinueve salieron de la ciudad de Caracas amedrentados por el impresentable espantajo de José Tomás Boves, en la actualidad miles de venezolanos abandonan el país asustados por la supuesta perennidad en Miraflores del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Espesura del tiempo que me hace recordar la famosa frase de la novela Requiem for a Nun de William Faulkner: “El pasado nunca está muerto. Ni tan siquiera ha pasado”. Sin embargo, desconocen los muchos ausentes la sabia advertencia del escritor argentino Alan Paul: “El poder es la condición de la máxima debilidad”; acaso por aquello que un día apuntó el bueno de Séneca: “Ser temido equivale a temer, Nadie ha podido generar terror en los demás y conservar la paz interior”.
Mientras la voluntad que se quiere omnímoda se regodea en fantasiosos ataques magnicidas, más de un ciudadano de a pie comienza sus pesquisas particulares acerca de las frondosidades «del árbol que ninguna botánica menciona»: el genealógico. El objetivo de tan afanosa búsqueda no es otro que dar de bruces con un tatarabuelo teutón, gallego o lombardo; poco importa si en las investigaciones se registra la circunstancia menor, y si se quiere anecdótica, de develar la identidad de un contumaz violador de doncellas incautas. Lo verdaderamente importante siempre será encontrar la carambola que nos permita acertar la tan ansiada buchaca del pasaporte comunitario.
Pero aquellos que pretenden conocer las entrañas del monstruo imperialista tampoco la tienen fácil. Conseguir una visa en Venezuela es cosa de jugadores de grandes ligas, astros de la farándula o reinas de certámenes de belleza. Y es que basta que a un balsero del aire se le ocurra la genial idea de comentar que viajará a Miami para conocer a sus ídolos de la infancia, el perro Pluto y el pato Donald, para que los draconianos funcionarios de la Embajada americana terminen recomendándole que mejor siga divirtiéndose aquí con su pana Tribilín (Fidel how are you?).
Hace algunas semanas me enteré de que mi abuela de noventa y dos años también posee un Plan B. Lo malo de estos sueños de fuga es que precipitan directamente a las personas a las teratológicas fauces de la Onidex. En el caso de la familia Jiménez Moreno, debo precisar que fui yo el desafortunado sujeto que se caló la madrugadora cola de repartición de números. Lo cual, aquí entre nosotros, constituye un abuso de grandes dimensiones, ya que, dada la pronunciada edad de mi abuelita, resulta obvio que en su próximo viaje no precisará de un pasaporte...
Cansado de tantos reclamos, el gobierno bolivariano no ha conseguido mejor solución que ensayar la prestación del servicio vía internet. Pero ahora el problema consiste en la extrema dificultad que supone abrir la página de la Onidex, siempre colapsada por un supuesto atasco en el tráfico de internautas. Toca entonces salir a echarse una pea y regresar a casa a golpe de cinco de la madrugada, para así tener algún tipo de chance de consultar el bendito portal. Aunque para ser sinceros, la colocación del login no implica mayor drama. El suplicio informático se presenta cuando el sistema ejecuta el trámite de la contraseña: la clave, que no puedes escoger, está conformada por caracteres de imposible recordación, los cuales parecen tomados de los alfabetos chino, griego y cirílico. Todo eso para no mencionar a los jeroglíficos de comprobación -signos borrosos y retorcidos- que sólo pueden ser descifrados por el espíritu previsor que tuvo a bien tirarse una pea hasta las cinco de la madrugada. Ante tamaña desgracia, sólo cabe rezar para no tener que acudir al dichoso apartado de preguntas de seguridad, el cual, conociendo a mis talibanes, debería incluir las siguientes interrogantes: ¿Cuáles son las tres R? ¿Cómo se llaman los cinco motores de la revolución? ¿En qué año se irá el-que-te-conté?
Sin embargo, no todos quieren marcharse de Venezuela por la amenaza totalitaria del chavismo. Hay quienes anhelan irse simplemente porque jamás han sentido que pertenezcan a esta tierra llamada de gracia. No se «jallan» entre tanta comedera de arepa, entre tanta bailadera de joropo. Y es que de repente, así como existe el sentimiento de la transexualidad -que hace que un hombre se reclame mujer a pesar de la presencia notable del apéndice fálico-, acaso también exista la transnacionalidad, fenómeno psicosocial que explicaría el porqué un sujeto nacido en uno de los tantos palafitos de la laguna de Sinamaica se esfuerce en presentarse como otro de los dilectos hijos de la histórica Rótterdam.
No sólo la patria es un misterio. Ya lo dijo el excelso escritor argentino Juan José Saer: “No se sabe nunca cuando se nace: el parto es una simple convención. Muchos mueren sin haber nacido; otros nacen apenas, otros mal, como abortados. Algunos, por nacimientos sucesivos, van pasando de vida en vida, y si la muerte no viniese a interrumpirlos, serían capaces de agotar el ramillete de mundos posibles a fuerza de nacer una y otra vez, como si poseyesen una reserva inagotable de inocencia y de abandono”.

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Excelente... muy buen artículo

7:52 a.m.  

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