lunes, diciembre 27, 2010

Faltan cinco pa’las doce

En el fondo, la culpa de todo la tiene la canción, porque es su estribillo el que nos ordena que cuando falten cinco minutos para las doce abandonemos la fiesta y no paremos de correr hasta llegar a esa casa donde una linda viejecita nos espera en las noches de una eterna navidad. Queda pues descartada la tesis de la mamitis aguda.
Recibir el nuevo año con la madre es un mandato social, cultural y genético cuyo cumplimiento no comporta mayores inconvenientes en los felices tiempos de la soltería, cuando todos nosotros gozamos de cierta libertad de acción y movimiento, cuando no tenemos que negociar con otra persona los destinos del itinerario festivo o la duración de las visitas. Nadie nos emplaza a decidirnos entre dos amores.
Durante el noviazgo existe una especie de acuerdo diplomático entre las mujeres que habitan en nuestro corazón. A la medianoche del 31 de diciembre cada quien está en la casa de su mamá y se mantiene en contacto a través del teléfono móvil. En este sentido, la momentánea separación de los amantes no da lugar a segundas interpretaciones. ¿Quién puede sentir celos de una tradición, de una ceremonia? Pero este artificial clima de entendimiento queda disipado con la llegada del matrimonio; un hito civil y religioso que trastoca la dinámica de las relaciones femeninas, al introducir dos términos de poderosas implicaciones psicológicas: suegra y nuera, las eternas rivales (olvídense ustedes de Caracas y Magallanes).
Todos sabemos que hay quien se toma muy en serio la parte del juramento nupcial que señala: «Hasta que la muerte los separe». Nos referimos, por supuesto, a esa mujer que aspira a que su pareja esté siempre a su lado en las ocasiones especiales, que, según su ella, son todas. La gran sensibilidad de esta dama no le permite entender como dos seres que se prometieron amor eterno luego anden separados por allí, realengos, aunque sea por escasos momentos. Aprovecha entonces la situación para criticar a su pareja por el enfermizo apego al hogar materno («mi suegra te mal acostumbró») y le pide, en términos perentorios, que sea coherente con su actual estado civil y acabe de aceptar el carácter prioritario de su nuevo núcleo familiar. En pocas palabras: «¡Que madures chico!». El mensaje, debido a su contundencia, no tarda en surtir efecto.
Sin embargo, tan pronto el hombre se hace a la idea de recibir el año con su esposa, solos los dos, en la calidez del nuevo hogar (expectante frente a la posibilidad de un desenlace erótico o al menos apasionado), es finalmente notificado de su verdadero destino: la casa de la suegra. «Pero tranquilo papi que tú sabes que eres como un hijo para mi mamá. Eres su consentido. Te apartó dos hallacas y un pedazote de torta negra. Y en cuanto a mi suegra bella, tranquilo. Podemos visitarla el dos de enero o la semana entrante o en carnaval. Total, la idea es no acosarla. Debemos respetar su espacio. Y anda pues cielito, que debemos pasar a retirar el pernil».
Minutos después de oído el monólogo, el desconcertado marido se encuentra rodeado de una multitud de familiares políticos (suegros, cuñados, primos políticos, vecinos y hasta antiguos enamorados de su mujer), escuchando todos aquellos cuentos y chistes malos de los que debió reírse, por obligación, durante el noviazgo, urgido como estaba del visto bueno de esa gente. El pobre hombre se siente como damnificado en refugio, a la espera de que se normalice su situación y alguna de las tantas autoridades (in)competentes se anime a trasladarlo nuevamente a la casa. Pero apenas son las nueve de la noche y todo se complica. Los familiares políticos, preocupados por la silenciosa actitud «del sujeto», se empecinan en integrarlo al grupo y hacerle partícipe de la diversión, de modo que termina cantando gaitas («Sin rencor ahora te digo que lo nuestro ha terminado»), montando patines, haciendo hallacas, encendiendo triquitraquis, jugando dominó.
Y entonces, con la cochina ahorcada y perdiendo por «zapato», el pobre hombre advierte con dolor filial que faltan cinco minutos pa’las doce y no puede salir corriendo a abrazar a su mamá...
¡Feliz 2011 para todos ustedes, amables lectores!

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2 Comments:

Blogger Señorita Cometa said...

jajajaj! a mi me tocó al revés! un abrazo desde Alemania y mis mejores deseos para tu 2011!

5:49 a.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Señorita Cometa, desde Caracas, recibe también un abrazo. Lo mejor del mundo en el 2011 para ti y los tuyos. Gracias por siempre volver.

7:28 p.m.  

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