jueves, julio 19, 2007

Gracias por existir

Debo confesar que, en mi dilatada trayectoria de escritor con vasta obra no escrita, jamás me he topado con un género literario más esquivo y trabajoso que el constituido por la elaboración de dedicatorias. Una limitación que me ha traído no pocos sinsabores con familiares y amigos, quienes no consiguen ocultar la frustración que les genera mi incomprensible bloqueo creativo ante tarjetas de cumpleaños, bautizos o de navidades.
Todavía reposa en mi escritorio la tarjeta de felicitaciones que debo entregar a mi hermana menor por motivo de su matrimonio. Cada día me levanto con la débil esperanza de que las musas se dignen escuchar mi angustioso llamado de una vez por todas; para así poder hilvanar, en arrebatado estro poético, unas hermosas líneas que me ayuden a expresar la mar de bendiciones que deseo para un ser tan entrañable. Pero ni modo. Mis ruegos son desoídos de manera sistemática. ¡Oh Dios, quién tuviera la prolífica pluma de los autores de correos electrónicos de cadena!
Ante las páginas en blanco de las benditas tarjeticas sólo acuden a mi mente gastadas frases del tipo “gracias por existir”, “gracias por ser como eres”, “júrame que nunca cambiarás” y “cuando me necesites siempre estaré allí”. Más que lugares comunes se me antojan como vulgares bisuterías que jamás reflejarán ese intenso destello que alumbra mi corazón cada vez que pienso en los seres que amo. Sólo pido al Supremo que mi gente comprenda lo que bien advirtió Alejandro Casona: “No hablar nunca de una cosa no quiere decir que no se sienta”. O como mejor lo resume el dramaturgo argentino Óscar Martínez, en el programa de mano de su obra Días Contados: “No saber amar no significa que no se ame (...) Amar no nos convierte ni en sabios ni en santos ni en inofensivos”.
Desgraciadamente soy parco en los halagos y parabienes, pero elocuente en el terreno de la observación y el comentario. Al escucharme muchos se preguntan si soy criticón porque me gradué de periodista o si soy periodista por mi condición de criticón. A menudo me tildan de pesimista y mala vibra, de mirar constantemente el vaso medio vacío. Siempre me piden opinión sobre instituciones y personas, para luego espetarme: ¿Pero para ti quién demonios es el que sirve?
Recuerdo una fiesta en la que sorpresivamente una muchacha se enamoró de mí a primera vista (soy un boxeador que no gana por knockout, sino por decisión). Y allí en la penumbra, donde sólo hay cabida para besos y caricias, me dio por compartir mis parámetros estéticos de aficionado a la danza. Fue el instante cuando dije que qué pena con aquel viejito que no paraba de bailar todas las canciones con el mismo pasito. Entonces mi indignada damisela sólo atinó a responderme: “Sí, ese es mi papá. Se pone así cada vez que se echa palos”. Demás está decir que esa noche terminó muy mal, y este humilde servidor, como señala la letra de una famosa lambada, “llorando se fue...”
Vivo pues en el tiempo equivocado. Soy un marciano atrapado en el mundo de la autoayuda y la programación neurolingüistica. Hablo la ininteligible y apestada lengua del fracaso y el escepticismo. Comparto atmósfera con seres urgidos de mensajes “positivistas” (en verdad que no me explico como algunos sujetos pretenden vestir al harapiento Carlos Fraga con los ropajes académicos de Augusto Comte); individuos convencidos de que la prosperidad se decreta a través de jaculatorias de metafísica y New Age.
No quieren amigos. Mucho menos críticos. Sólo anhelan contar con una suerte de Homero que relate en pomposo lenguaje la magnitud de su epopeya. Pero lo lamento. No finjo orgasmos (¡Oh, my God! ¡Give me more!). No puedo decir que la vinotinto remató una faena histórica en la Copa América al quedar como campeón del grupo A; o que Ly Jonaitis es la Miss Universo sentimental, a pesar de haber perdido con la representante de Miss Japón, sólo porque la maltrecha autoestima nacional exige que la candidata venezolana sea monarca a juro.
En fin, seré un criticón, pero pienso, como Albert Camus, que “no llamar a las cosas por su nombre agrava el mal en el mundo”.

Etiquetas: , ,

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Muy buen texto hermano vampiro.
Usted no es mas que el "ultimo de los sinceros"
Salud y a mentir solo para obtener sexo...para nada mas.
www.joaquinortegascripts.blogspot.com

1:25 a.m.  
Blogger Inos said...

No le pare, amigo vampiro. Las únicas réplicas que valen la pena son provocadas por las palabras sinceras y directas. Las otras, las complacientes, tienen la misma finalidad onanista que la famosa manzana de Henry Miller, aquella a la que se agujereaba quitándole el "hueso" para untarla interiormente con vaselina... "Se siente igualito", opinaba el bueno de Henry.

Dispare verbalmente a todo lo que se mueva, que nada es perfecto y es bueno recordarlo a viva voz.

Saludos.

10:37 a.m.  
Blogger Fer said...

esta padre encontrar en la red algo mas que solo aburridos diarios,

la lectura esta muy bien, bueno tambien no podria dar una buena critica ya que soy un novato.
saludos desde mexico.

8:56 a.m.  

Publicar un comentario

<< Home