viernes, abril 13, 2007

¿Y esta fiesta es seca?

Mientras el mundo moderno discute los desafíos planteados por el crecimiento de la sociedad líquida (popular tesis elaborada por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman), aquí en Venezuela acabamos de padecer los rigores de lo que bien puede considerarse, al menos en el plano lingüístico, su antítesis conceptual, esto es: la sociedad seca.
Lo cierto es que ni bien había culminado el mes de marzo cuando el país etílico fue sorprendido en sus guapachosos cimientos por la decisión del Ministerio de Interior y Justicia de restringir la venta de alcohol hasta el lunes 9 de abril. Sin duda una medida arbitraria e inconsulta, que violentó el derecho consuetudinario de todo conductor venezolano a manejar imprudentemente en estado de ebriedad, y propiciar la mayor cantidad posible de accidentes en autopistas y carreteras
Sin embargo, este vil intento de sabotaje no logró menguar la elevada moral de esa casta guerrera y extrema conocida como “los temporadistas”. Por el contrario, todos sus integrantes recogieron, como una sola y gigantesca mano, el guante arrojado de manera altiva por los funcionarios de Papá Estado, y se volcaron (aunque también chocaron y se colearon) hacia los más disímiles sitios de interés turístico, provistos de copiosas bebidas espiritosas, adquiridas previamente en maratónicas jornadas de compras nerviosas.
Pero dichas ventas aluvionales, frenadas en forma abrupta por la entrada en vigencia de la ley seca, no consiguieron evitar que los empresarios de la cadena formal de distribución y comercialización incurriesen en importantes pérdidas monetarias. No obstante, a pesar de este desbarajuste, el impetuoso río de la economía encontró nuevos cauces, y la demanda de sedientos turistas fue atendida por los agentes del mercado negro, también denominado “afromercado” en los corrillos de lo políticamente correcto.
Fueron varios los viajeros que sintieron coronado su escape vacacional con el placer de lo clandestino, ya que gracias a la disposición oficial el simple hecho de comprar una botella de guarapita llegó a emparentarse, en términos de riesgos e implicaciones legales, con la adquisición de ojivas nucleares a un peligroso grupo de perros de la guerra.
En la práctica, el consumo de alcohol en horario restringido terminó erigiéndose en una prueba contrarreloj para atletas fuera de forma. Su resultado más penoso vino dado por la catajarria de personas que terminaron bebiendo de más. Legiones de borrachos cuyos maltratados hígados no merecen sufrir el efecto devastador de una nueva ley seca. Entre otras cosas, porque no podrán contarla.
En cambio los que sí gozaron de total impunidad, a la hora de dar al traste con la seguridad pública, fueron los practicantes del afamado deporte de la raqueta playera, cuyo peculiar sistema de puntuación se caracteriza por privilegiar los golpes violentos en zonas corporales como piernas, glúteos o implantes de silicona.
Tampoco hay que olvidar el valioso aporte hecho por los siempre preteridos diyeis de playa; caritativas almas que no tienen empacho alguno en compartir sus exquisitos gustos musicales con sus compañeros de balneario. Son fáciles de identificar porque se mueven en manada y se hacen acompañar de una pesada caja que, aunque parezca el féretro de un antiguo faraón egipcio, no es más que una modesta corneta.
Ya lo decía Leon Tolstoi: “Es más fácil hacer leyes que gobernar”.

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