miércoles, octubre 01, 2008

En el cine

A veces me pregunto cuánto tiempo de mi vida he perdido en la espera infinita de una cola; preso en la ilusión de llegar a un lugar, culminar un trámite, plantear una queja o asistir a un nuevo enfrentamiento de la rivalidad Caracas-Magallanes.
Afirman que en la vida sólo hay una cosa segura: la muerte. Pero yo me atrevería a decir que aquí en Caracas, donde todo es inseguridad, nos damos el lujo de tener dos cosas por apodícticas: la denominada pelona y las ubicuas colas. Por ello, no resulta exagerado afirmar que en cualquier lugar donde uno se meta, sea una calle, sea una agencia bancaria o sea el diminuto acuario del Sambil (misterioso reino del cazón que se sueña tiburón blanco) lo incuestionablemente cierto es el funesto designio que nos condena a padecer un sofocante amontonamiento de gente.
No hay que ser griego para convencerse de la intrínseca inutilidad de toda rebelión contra el destino y sus abstrusos caprichos. Pienso por ejemplo, en la desventurada decisión de evitarnos una cola a través de una reservación telefónica. Llamas entonces al bendito número ochocientos y en mala hora te tropiezas con el primer robot discapacitado de que se tenga memoria:

-Gracias por llamarnos. Diga el título de la película de su preferencia.
-(Con voz normal) Kung Fu Panda.
-Por favor, diga el título de la película de su preferencia.
-(Con unos cuantos decibeles adicionales) Kung Fu Panda.
-Insistimos, por favor diga la película de su preferencia.
-(Ya con un megáfono pegado a la bocina) ¡Coño, que Kung Fu Panda!
-No grite salvaje, que no soy sorda, y además puede estropear mis delicados circuitos de última generación...

Lo peor de este cuento surrealista es cuando finalmente el sistema computarizado, en un acto de autonómico arrebato, termina asignándote dos boletos para la función de medianoche de Garganta Profunda en tercera dimensión.
Una vez en el cine, tenemos que abandonar toda esperanza de no calarnos una cola frente a la cotufería. Aunque para ser justos debemos precisar que los cajeros de testudíneos movimientos no son los únicos culpables de esta tragedia. Y es que la gente también aporta lo suyo. Pienso por ejemplo en esos infelices sujetos que, una vez llegado su turno, tienen a bien lanzarse el siguiente pedido:

-A mí me das, por favor, una cotufa extragrande, dos perros calientes, una pizza, unos tequeños, unos nachos, un falafe, un risotto, unos patacones bien mollejúos, una sopa cantonesa y, por supuesto, un mondongo molecular ¿Porque esto es una sala VIP o no?
-Sí señor, como no. ¿Y para beber?
-Pues como andamos de dieta, dame una Pepsi diet y una agüita mineral.

¿Pero para qué van al cine estos anormales?, pregunto yo. ¿A comer o a ver una película? Dios se apiade de esos pobres estómagos, porque ante tamaño abuso -y que me perdone la profesora Marta Colomina por lo que voy a decir- muy poco puede hacer el siempre bien ponderado Pankreon Compositum con principio activo «dispeidebilisdibuey».
Lo malo de estas dilaciones es que nos impiden llegar a tiempo a las esporádicas y rarísimas proyecciones de la pieza publicitaria del Plan Siembra Petrolera y la de la campaña de concientización ciudadana intitulada “Las películas piratas se ven mal, pero tú como padre te ves mucho peor ¿Qué le estás enseñando a tus hijos?” Debo confesar que en más de una ocasión he escuchado a una anónima voz responder en tono zumbón: “A ahorrar. Les estoy enseñando a ahorrar”. Humorada que invariablemente despierta las carcajadas del público.
Los escucho, y en la oscuridad recuerdo aquella frase de Ermund Burke que reza: "Hay un límite en que la tolerancia deja de ser virtud". Aunque también pienso, acaso consciente de que la vida es sobre todo compleja, en el sincero testimonio del escritor bosnio Emir Suljagic: “Puedo escribir sobre ello, pero nunca voy a juzgar a una persona por lo que hizo para evitar morir. Y es que no se puede pedir a nadie que renuncie a su instinto de supervivencia”.

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2 Comments:

Blogger Julio César Suárez Pesquera said...

Mi padre siempre dice "la cola es orden". Yo me pregunto que tanto orden necesitamos

12:57 p.m.  
Blogger Inos said...

...y el ruido, amigo vampiro, el ruido. Muchos zopencos van al cine con el propósito de armar una tertulia, manquesea susurrada...

Fíjese que no suena mal lo de los patacones.

Saludos.

10:25 p.m.  

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