viernes, diciembre 01, 2006

Entre la risa y la mueca

Mientras que el Consejo Nacional Electoral y los medios de comunicación social casi reparten condones y pastillas anticonceptivas al pueblo para poderlo convencer de que este domingo 3 de diciembre el país no celebrará unas elecciones presidenciales puras y simples, sino que disfrutará de una alocada megarrumba de civismo y democracia, del tipo Wild On and Caribean Sex, los venezolanos han optado por vaciar los anaqueles de los supermercados, en verdadero frenesí de compras nerviosas. Lamentable, como dice Fernando Savater, “no hay tontería que no cree escuela”.
Lo más curioso es que ninguno de los miembros de esta marabunta, que en pocos días agotó las existencias de azúcar, pollo, pastas y aceite de maíz, siente miedo. Por el contrario, todos ellos afirman poseer una acendrada fe en el futuro de la patria de Bolívar, “toda horizontes como la esperanza y toda caminos como la voluntad”. Pero, por si acaso, nunca está de más guardar en la despensa manque sea tres laticas de atún y cuatro de sardinas. Porque como bien lo advirtió Galileo Galilei, el único chivo de la Historia que no se esnucó tras devolverse: E pur, si muove
De hecho, Carlos Carvalho, presidente de la Asociación Nacional de Supermercados (ANSA), informa en la prensa que en los grandes expendios de alimentos los productos de primera necesidad se agotan en menos de dos horas, y que inclusive algunos establecimientos han debido realizar diariamente hasta cuatro reposiciones de mercancía. Sin embargo, el operativo extraordinario no ha logrado evitar que las imágenes más frecuentes sean las colas cada vez más largas y los estantes cada vez más vacíos.
No con poco dolor descubro que mi anciano padre une su voz cascada al eterno coro de voces agoreras que instan a los protagonistas de la tragedia democrática venezolana, a saber ese congregado humano que han dado en denominar sarcásticamente como el soberano, a comprar comida.
El ejemplo ha comenzado por casa. Observo a mi padre llegar con unas grandísimas bolsas de mercado. Lamentablemente para nosotros, casi todo lo que ha adquirido, alimentos enlatados y refrigerados, vence el mismísimo 3 de diciembre, por lo que creo que ningún miembro del hogar Jiménez Moreno acudirá este domingo al centro de votación respectivo, ocupados como estamos en comernos a dos carrillos el inesperado bastimento. Y es que más sagrado que la democracia es, sin duda, el humano sustento (Caldera dixit).
De esta ola de compras nerviosas no escapan hasta los propios protagonistas de la contienda presidencial. No otra cosa significa la regaladera de dinero del teniente coronel Hugo Chávez, quien ya tiene en su haber como cuarenta misiones y un sin fin de piedras fundacionales, entre ellas la piedra fundacional del primer puente Tucupita-Shangai. No otra cosa significa la promesa de Ramón Rosales de repartir tarjetas de débito “Mi Negra”, con cargo a la inmensa riqueza petrolera, a desempleados y amas de casa.
Pero tenemos que afinar la vista, pues no se trata de un idéntico populismo. Uno de estos señores, sin ruborizarse por el minúsculo hecho de que domina todos los poderes públicos, cuenta con muchos militares rojo rojitos (“la admiración por la fuerza bruta es el menos viril de los vicios”, Chesterton) y además posee cuatro de los cinco rectores del CNE, nos recuerda, en alto tono, nuestra perenne condición de vasallos de su revolución totalitaria, engendro continuista frente al cual sólo puedo oponer la insorbonable dignidad de mi voto. Lo digo con toda la propiedad de quien figura en la lista del diputado Luis Tascón.
No intento convencer a nadie. Como comunicador estoy al tanto de todas esas pamplinas de la comunicación persuasiva. Al final de ese tortuoso y tupido camino sólo se levanta una gran verdad: La gente sólo ve y escucha lo que desea ver y escuchar. Sin embargo, mi conciencia liberal de opositor ontológico (creo que me opondría hasta a un hipotético gobierno conducido por mí) me obliga a dejar en estas líneas mi pesar por lo que puede sobrevenirle a mi país en pocas horas, aún a sabiendas de que como señala Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano: “Tener razón demasiado pronto es lo mismo que equivocarse”.
Deseo terminar este texto, que inició como risa y terminó como mueca, con un pensamiento de George Santayana: “No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente”.