miércoles, enero 16, 2013

La sentencia del horror

No puedo evitar imaginarme las escenas de un hipotético documental que explique la caída del chavismo. Las imágenes —todavía no captadas por cámara alguna— se proyectan en mi mente como la sucesión de rostros desencajados y voces quebradas, personas aturdidas por la incapacidad de explicar a su audiencia las razones que condicionaron el fracaso histórico del régimen revolucionario, aquel que prometió la mayor cantidad de felicidad posible al pueblo venezolano.
Mi atención se queda con uno de los entrevistados. Tiene la mirada perdida en un punto lejano del horizonte. Tras cinco segundos de estar en silencio, por fin se anima a dar una respuesta. Lo hace sin convicción, como el científico que lanza una conjetura que luego tendrá que ser comprobada. Habla del carácter circular de la historia y de cómo la traición al padre de la patria se volvió a repetir. «Primero fue Bolívar, después Chávez», son sus palabras exactas.
Desnudada el alma servil y expuesta ya la idea central de su argumentación, pareciera no tener problema alguno en seguir con el resto del testimonio: «El 9 de enero de 2013 fue el día fatídico. Fue justo ese día cuando perdimos la revolución, cuando dilapidamos nuestro capital político. Lo más curioso es que en el seno de la directiva del PSUV pensábamos justo lo contrario: Creíamos haber asegurado el poder cuando los magistrados de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia le brindaron soporte legal a la tesis de “la continuidad administrativa”, un invento de los camaradas cubanos para burlar el requisito de la juramentación presidencial y atajar a tiempo cualquier declaración de falta temporal. Pero el pueblo venezolano no lo vio así. No le convenció aquello de que la existencia de un diagnóstico de cáncer no fuese causa suficiente para conformar una Junta Médica. Aquello se nos salió de las manos y no pudimos evitar que vieran en la sentencia un desconocimiento a la última voluntad del presidente».
Los productores del documental, con un sentido cabal de hilo narrativo, proceden entonces a colocar un fragmento de la cadena nacional convocada por Hugo Chávez el sábado 8 de diciembre de 2012: “Si se presentara alguna circunstancia sobrevenida que a mí me inhabilite para continuar al frente de la presidencia de la República, bien sea para terminar los pocos días que quedan y sobre todo para asumir el nuevo período para el cual fui electo por la gran mayoría de ustedes, Nicolás Maduro no sólo debe concluir el período, sino que mi opinión firme, plena, irrevocable, absoluta y total es que en ese escenario, que obligaría a convocar a elecciones presidenciales como lo manda la Constitución, ustedes elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República. Yo se los pido de corazón”.
¿Por qué lo hicieron?, le preguntan a uno de los magistrados que suscribieron la sentencia del horror. Al ver su cara sobresaltada y el amplio vientre apenas retenido por los botones de la camisa, pienso que todos estos oscuros juristas bolivarianos y antiimperialistas se asemejan mucho al sicario togado de Eladio Aponte Aponte. Todos, sin duda, hicieron posible la «tramparencia» que singulariza a la justicia revolucionaria.
De todos los nombres citados en este documental imaginario destaca el nombre de María Estela Morales, cabeza visible del Poder Judicial venezolano, mujer encargada de leer para la posteridad los disparates jurídicos de la sentencia del horror. Se trata de la misma persona que el 28 de diciembre de 2012 allanó el camino para el fallo unánime del TSJ (mediante la desincorporación de siete magistrados considerados incómodos) y trece días después, el 10 de enero de 2013, negó al pueblo venezolano una solicitud de aclaratoria de la interpretación del artículo 231 constitucional, porque supuestamente el abogado Alfredo Romero había violado el sacrosanto artículo 133.5 de la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia, en el que se consagra el absoluto respeto a los jueces que cumplen  la función jurisdiccional (¿?) en la Sala Constitucional.
Cuando escucho las palabras de esta excelsa magistrada viene a mi mente la acertada frase de la novelista Herta Müller en su libro de ensayos Hambre y seda: «Hay personas a las que creo aunque no tengan pruebas. Hay personas a las que no creo aunque tengan pruebas. Y hay personas a las que no creo precisamente porque tienen pruebas».
En Venezuela vivimos en una dictadura.

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