miércoles, diciembre 12, 2007

Entrega laboral

Hay quienes definen sus prolongadas estadías en la oficina como un ejemplo de fervorosa entrega. Personas enlistadas en ese denodado contingente de soldados rasos, siempre dispuestos a ofrendar sus merecidas horas de descanso y reencuentro familiar en la humeante pira del compromiso organizacional, una divinidad tan pagana como rimbombante.
Del amplio catálogo de obsesiones humanas, el patológico deseo de permanecer en el sitio de trabajo destaca, por mucho, como la adicción más prestigiosa en la sociedad moderna. En teoría, la administración pública y los empresarios privados son los principales beneficiarios del incremento de productividad asociado con la prolongación voluntaria de los horarios laborales. Sin embargo, poco se habla de la clase de gente que dichos empleadores devuelven al final del día a la familia venezolana: seres cansados, estresados, escasamente comunicativos; la mayoría de ellos imposibilitados, física y anímicamente, para cultivar las relaciones primordiales de su universo afectivo.
Pero tampoco exageremos la nota. No nos precipitemos a poblar de hornacinas el moderno templo de los workalcoholics. Y es que varios de estos anónimos y sacrificados héroes a menudo suelen incurrir en actos reñidos con las impolutas páginas de la hagiografía, según nos revela un estudio demoscópico divulgado por la revista italiana Risa Psicosomática. La investigación, que resume las impresiones de 990 personas de ambos sexos, con edades comprendidas entre 25 y 50 años, arroja como principal conclusión que uno de cada tres casos de adulterio sucede en horario laboral.
“El lugar de trabajo se convirtió, por encima de cualquier otro, en un espacio para la infidelidad. Esto no obedece solamente al gran número de horas de convivencia forzada. También hay que considerar que en este espacio de interacción social se pueden desarrollar dinámicas eróticas sugeridas, implícitas, que no tienen cabida en la alcoba de la casa. Y digo esto, porque, lamentablemente, bien por los vínculos formales de pareja, bien por el concepto tradicional del deber conyugal, la formulación del deseo sexual en el ámbito hogareño se ha convertido en una manifestación comunicacional muy torpe y explícita, ajena a los ideales del romanticismo. No olvidemos que el erotismo necesita juego, misterio, imaginación, inestabilidad, ruptura, transgresión; y nada de eso ocurre en la casa, la cual siempre es visualizada en términos de rutina, certeza, estabilidad y estructura”, indica la psicóloga argentina Adriana Álvarez al comentar los datos encontrados por Risa Psicosomática.
Otros importantes hallazgos del sondeo fueron los siguientes: 33% de los encuestados cometió su adulterio en horas del almuerzo; 31% confesó fantasear con una cópula salvaje en algún rincón de la oficina; 26% señaló que no dudaría en lanzarse a la acción en pleno horario de trabajo, si la oportunidad así lo demandase (verdaderos epígonos de la escuela terrorista “allí-la-agarré-allí-la-maté”); 80% reconoció tener fantasías sexuales con un compañero de labores; y 40% admitió haber incurrido en al menos una infidelidad durante el último año.
Ya algunos expertos se han animado a ensayar una teoría científica que pueda explicar, con mediano éxito, la curiosa involución registrada en el workalcoholic modosito e incomprendido que, sin solución de continuidad, consigue transformarse en incorregible sátiro de pasillo. Una de ellas la aporta la sexóloga sureña Silvia Salomone: “Está demostrado que el vínculo laboral es más fuerte y sostenido que el matrimonial. En la pareja estable hay ciertas variables que no se ponen en juego, como la libertad individual, las fantasías sexuales, las conversaciones de doble sentido y los escarceos de seducción. Cuando no suceden adentro, la ansiedad por buscar alternativas comienza a desplegarse por fuera de la rutina, en el macrocosmos de una persona: sea en el trabajo, el club o el círculo de amigos. Y esto es un fenómeno que no respeta sexo. Está demostrado que, en comparación con los hombres, las mujeres tienen más fantasías con personas distintas a su pareja”.
Sin embargo, deseo aclarar que no pretendo desde aquí lanzar la primera piedra. Mi crónica lampiñez me impide erigirme en un draconiano ayatollah. Además, en escritos anteriores he aseverado que la presente generación de venezolanos encuentra sus valores más altos (de hecho peligrosamente más altos) en los triglicéridos, el colesterol y el ácido úrico. Por todo ello, prefiero más bien intentar pergeñar un análisis objetivo -como esos que acostumbra hacer mi compadre Manuel Rodríguez- que ayude a desbrozar el camino para nuevos y más rigurosos estudios.
En este sentido, considero vital dirigir la mirilla analítica hacia un inquietante y determinante elemento de orden espacial: la arquitectura incestuosa (“Beto” Reyes dixit). Para nadie es un secreto que las oficinas modernas están concebidas como inmensos y herméticos estudios de programas de reality show, del tipo Gran Hermano (por favor tómese en cuenta la abundancia de cámaras de vigilancia). Resulta pues muy difícil que las mujeres sometidas a semejante atmósfera totalitaria no terminen sintiéndose luego como una suerte de Alicia Machado o de María Isabel Ruiz en trance de pedirle “un poquito más” a su improvisado amante; o que los caballeros, por su parte, juren estar poseídos por los lujuriosos manes de Fernando Acaso o Dani Diyei. En verdad nadie está exento de aparecer en el motor de búsqueda de YouTube.
La situación no mejora mucho con la proliferación de cubículos grupales del tipo open space con tabiquería de mediano tamaño (ustedes ya los conocen: esos corralitos decorativos dispuestos por jefes paranoicos, con la nada velada intención de escuchar las conversaciones supuestamente conspirativas del personal a su mando). En la práctica estos oprobiosos campos de concentración postnazistas devienen en escenario ideal para el agavillamiento, la recostadera incesante de genitales y otras zonas erógenas, el espionaje telefónico e informático, la captura de picones (dada la profusión de gavetas y archivos) y el calentamiento global del clima organizacional.
En fin, nada nuevo bajo el sol: se comienza rompiendo paradigmas y se termina rompiendo noviazgos y matrimonios; se empieza alineando estrategias y se termina alineando cuerpos y deseos; porque queridos amigos, como todos hemos experimentado alguna vez, más de una cruenta reestructuración organizacional hunde sus raíces no en las mentes febricitantes de tecnócratas del área de Recursos Humanos, sino en la perversa maquinación de amantes abrazados en mullido tálamo.

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1 Comments:

Blogger Inos said...

...y esas alfombras de oficina, compañero... ¡esas alfombras! XD

7:54 p.m.  

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