domingo, septiembre 13, 2009

Ascenso del casting


Creo, con David Trueba, que a veces las discusiones pueriles tienen un punto de grandeza. Por eso me atrevo a poner por escrito unas cuantas reflexiones sobre un tema tan aparentemente baladí como puede ser la creciente utilización, en las sociedades contemporáneas, del casting como mecanismo de asignación de tareas y responsabilidades.
La expansión del hábitat mediático y la presión social por seguir un determinado modelo estético (legitimado ampliamente en Venezuela por la obtención de seis cetros de la belleza universal) han terminado por configurar un uso ampliado, y por supuesto abusivo, de un dispositivo logístico pensado en primer término para la selección de actores y modelos convocados a la grabación de piezas televisivas, cinematográficas o publicitarias. Una tendencia creciente que perfila al casting como el modelo supuestamente meritocrático de la sociedad del espectáculo.
Hubo un tiempo en el que el grueso de las vacantes eran suplidas con la celebración de concursos de oposición, compulsión de hojas de vida o debate de ideas. Sin embargo, en la actualidad, presenciamos con asombro como en ámbitos ajenos a la industria del entretenimiento la entrega de cargos y responsabilidades (pienso, por ejemplo, en la conformación de los departamentos de Mercadeo y de Relaciones Públicas de una empresa, o en la selección de la plantilla de pasantes de una organización) obedece no a la hondura intelectual y la solvencia profesional de los aspirantes, sino más bien a la aplicación a macha martillo de una unánime concepción de la belleza. No se enfrentan pues entre sí las ideas, ni mucho menos las credenciales, sino los ojos azules contra los verdes, y, en el caso de los senos protuberantes, el implante mayor contra el menor. Cuesta creerlo, pero los méritos se miden en cc. Y es que sin tetas, no es que no haya paraíso, es que parece que ni siquiera hay casting.
Reducido a su entorno de aplicación natural, el casting no significa el reconocimiento de trayectorias profesionales aquilatadas, dado que a diario presenciamos como emblemáticas personalidades de la actuación compiten, en una ignominiosa “igualdad de condiciones”, con exuberantes alevines del histrionismo, sin que nadie se haya detenido a pensar previamente acerca de detalles tan triviales como los años de experiencia o la importancia de los papeles dramáticos interpretados.
En verdad, el casting es la consagración del poder de los productores. Gabriel Zaid, en un interesante ensayo titulado Economía del protagonismo, nos dice: “Las estrellas ya hechas en medios restringidos aportan su propio capital (nombre establecido, legitimidad, talento reconocido) para una explotación más amplia; lo cual es una ventaja para el organizador, pero la tiene que pagar. Las estrellas ya hechas, aunque ganen (si ganan) con la oportunidad de un público mayor, sienten que se la merecen, y regatean y negocian desde esa posición. Naturalmente, los desconocidos que se vuelven conocidos gracias al lanzamiento, llegan a sentir que valen por sí mismos y, por lo tanto, tienen derecho al micrófono. Pero no se llega a esto de inmediato, y por lo pronto pagan el noviciado. Una vez que tienen su propio poder, entran al juego del regateo oligopólico, con la fuerza que tengan. En la práctica, a corto plazo (y más aún a cortísimo plazo: si amenazan con no cantar, poco antes de que se levante el telón) las estrellas pueden imponerse. A mediano y largo plazo se imponen los organizadores”.
Los defensores del casting intentan minimizar el olímpico desprecio a los méritos profesionales con la añagaza de la democratización. Y es que, en teoría, todos pueden asistir al casting, ya que no se trata de un cenáculo para la escogencia o renovación de autoridades, eruditos o expertos. Sin embargo, detrás del conmovedor cuento de hadas se repite la sempiterna historia de la participación popular: esto es, las masas sólo son convocadas cuando pueden cumplir una función de comparsa legitimadora. De ahí que resulte tan llamativo el éxito obtenido por la anónima Susan Boyle en las audiciones de Britain’s Got Talent. Ella, sin duda, representa una rara avis en la cultura del casting. Su vertiginoso ascenso resume, para la periodista Adriana Schettini, las características de la comunicación en el siglo XXI. A su juicio, la cantante escocesa consiguió ser percibida, en el escenario, como un personaje. “La pantalla se reserva el derecho de admisión y permanencia, cualquiera sea el motivo por el que una persona acceda a ella, las posibilidades de que perdure allí son directamente proporcionales a sus condiciones para ser vista como un personaje. Así Boyle irrumpe en la televisión ofreciendo lo que escasea: virginidad, despreocupación estética, vida austera. Una extraña criatura cuya sola presencia constituye una blasfemia a la santísima trinidad televisiva: sexo, dinero y juventud eterna. En suma, una provocadora”. Schettini apunta también el modo cómo la internet potencia el alcance mediático de la televisión: “Boyle se convierte en noticia en todo el mundo cuando conquistó el reino de Youtube. En la TV, Boyle había conmovido a los espectadores del ciclo; en la web, a los internautas del mundo entero. La TV puede ser el pasaporte a la fama pero, hoy por hoy, la visa al imperio de las celebridades globales se tramita en internet. La popularidad universal ya no se mide en puntos de rating sino en visitas virtuales”.
De igual manera, el caso de Susan Boyle pone de bulto un hecho digno de atención: en la sociedad del casting no existen las crisis sino los fashion emergency. Si la cosa está mal es sencillamente porque la realidad se ve mal. Cuando apliquemos los retoques de rigor y empleemos apropiadamente todos los recursos estilísticos, caeremos en cuenta de que no existen situaciones horribles e inicuas sino situaciones mediáticamente mal arregladas y parapeteadas. No hay una mejor testigo de la afirmación anterior que Susan Boyle con sus mechas teñidas, las cejas depiladas y la vestimenta soñada. Ella, al igual que Lindsay Lohan, Amy Winehouse y Lady Gaga, nos confirman que en la sociedad del casting no existen ni las historias ni las biografías sino los True Hollywood Story.
En su libro De Gutenberg a internet, los historiadores culturales Asa Briggs y Peter Burke ubican las primeras manifestaciones de la sociedad del espectáculo, expresión popularizada por el cineasta y filósofo francés Guy Debord, en la dramatización y personalización públicas de la política registradas en Europa en los siglos XVII y XVIII. “La forma principal del espectáculo público de la época era la procesión (en general religiosa, pero a veces profana, como en el caso de las entradas de los reyes a las ciudades). Los simulacros de las batallas, como las justas medievales, también podrían describirse como forma de espectáculo al aire libre, así como uno que siguió siendo importante también en este período, aunque no tenía nada de «simulacro»: el de las ejecuciones, otra forma común de espectáculo de la época. Se escenificaba en público precisamente para impresionar a los espectadores y comunicar el mensaje de que era inútil resistirse a las autoridades y que los malhechores terminarían mal. Otro tipo de espectáculo es el que podría presentarse como «teatro» de la vida cotidiana del gobernante, que a menudo comía en público y a veces incluso convertía en rituales sus acciones de levantarse por la mañana y de acostarse por la noche, como en el caso famoso de Luis XIV de Francia (que reinó de 1643 a 1715). La reina Isabel I de Inglaterra, quien declaró que los príncipes estaban «instalados en escenarios», explotó con gran habilidad esta situación con fines políticos y llegó a convertirse ella misma en diosa o en mito, lo mismo que ocurrió con Eva Perón en un sistema mediático tan diferente como el de mediados del siglo XX”.
La más reciente deriva de la sociedad del espectáculo es su marcado interés por las intrigas tras bastidores –el famoso backstage- y los errores de filmación –el gracioso blooper-. En un extracto de su libro El trasero no es el rostro, publicado por el diario Página/12, la psicóloga Silvia Ons se plantea las siguientes reflexiones: “Pensemos en la importancia mediática del «trasero» en nuestros días: el asunto trasciende la concreta atracción por esa parte del cuerpo. En efecto, el gran goce de la época consiste en develar todo aquello que está «por detrás». Ese gusto incluye la fascinación por el backstage, la complacencia voyerista por Gran Hermano, la impulsión por dar a ver fotos con procacidades sexuales. Los chismes artísticos y todo lo que muestre lo que hay detrás de bambalinas. En otro orden, lo mismo se revela en el deleite por sondear qué hay detrás de la vida de un gran hombre, qué secreto lleva en las espaldas, cuáles son las debilidades de sus aventuras libidinales. Al pretendido lema de hacer aparecer los aspectos más humanos de las figuras relevantes subyace el placer morboso de rebajar la imagen, metafóricamente «mostrar su trasero», igualarlo con el de todos. No es casual que esa parte del cuerpo sea aquella en la que los sexos no se diferencian; el «imperio del culo» es así el imperio de la igualdad, donde las diferencias que sí importan se reducen a… tener un buen culo o no”.
En el pasado reciente mucho del resentimiento social existente en Venezuela fue alimentado por las perversiones del sistema meritocrático cultivado en las más prestigiosas instituciones públicas. Lamentablemente, en ciertos sectores del ámbito estatal, se consolidó una clase gerencial que no supo prevenir a tiempo las oscuras profecías formuladas por el inglés Michael Young en su libro El triunfo de la meritocracia: la meritocracia significa simplemente que otro grupo dirigente cierra las puertas tras de sí una vez que ha logrado su estatus. Aquellos que llegaron a la cima gracias a su “mérito” luego quieren todo lo demás: no sólo poder y dinero, sino la oportunidad de determinar quién entra y quién queda afuera. Tarde o temprano las élites meritocráticas dejan de estar abiertas; y cuidan con celo que sus hijos tengan mejores oportunidades que la prole de los trabajadores calificados y no calificados.
En la actualidad, saltan a la vista los riesgos que entraña para la sociedad venezolana el apogeo de la cultura del casting, y la paulatina consolidación de la sociedad del espectáculo (ya nuestro presidente se pasea por las alfombras rojas de los festivales cinematográficos). Vivimos los padecimientos de un país donde el concepto de élite se confunde cada vez más, gracias a la acción depredadora de la nueva boliburguesía, con la ignorancia y el nuevorriquismo característicos de los personajillos que, a punta de dinero malhabido, sufragan su estancia dorada en los espacios VIP.
Derrochaba sabiduría el eminente Ralf Dahrendorf cuando afirmó: “En lo que toca a las instituciones, no debemos permitir que un único criterio determine quién llega a la cima y quién no. La diversidad es incluso una mejor garantía de apertura que el mérito”, o la exuberancia física apuntamos nosotros, “y la apertura es el verdadero sello de un orden liberal”.

Etiquetas: , ,

2 Comments:

Blogger América Ratto-Ciarlo said...

La compulsividad por tener 5minutos de celebridad, obliga a lo que sea...

que decadente..!

Ciao

3:22 p.m.  
Blogger Desde La Barra said...

bro, acabo de hacer un casting para una bebida refrescante y tuvimos que cambiar las lineas del texto porque ninguna de las jevas pudo decir la palabra "exhaustividad"

la culpa es del copy o de la santa maria?

jajajajajaja

entre los tecnicos y los bichos del catering se pusieron a repetir el selling line y tampoco pudieron jejejejejejeje

el horror

4:19 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home