domingo, octubre 24, 2010

Del suicidio como proyecto de vida


Se suele afirmar insistentemente que la oposición venezolana carece de un proyecto de país. Inclusive se critica con mucha dureza la incapacidad de sus principales líderes para plantear un conjunto articulado de propuestas sociales, políticas, económicas, educativas y de seguridad ciudadana que motiven a la población y sirvan de faro orientador en los años por venir. Despelote y cortedad de miras que, supuestamente, contrastarían con el armónico, coherente, científico y soberano proyecto de país enarbolado por el presidente comandante, bajo la sabia asesoría del cubano Fidel Castro.
No deja de resultar llamativo el desquiciado razonamiento que desea ver la construcción de un país en su sistemático aniquilamiento. No termina uno de entender como acabar con las fuentes de trabajo, comprometer la salud financiera de la industria petrolera, aliarse con sátrapas de países forajidos, desmontar el sistema público de salud, desmadrar el endeudamiento externo, descuidar la atención epidemiológica, ideologizar la educación técnica y profesional, incentivar la corrupción e irrespetar la constitución puede simbolizar, para un colectivo, una noción de futuro. Sería tanto como pretender ver en la eutanasia o en el suicidio dos serios y respetables proyectos de vida.
Escribe Claudio Magris, en su libro El infinito viajar, que a veces la herrumbre resplandece como una espada encantada. Acaso sea este relumbrón el que enceguece las retinas de aquellos que se empecinan en percibir rescates patrióticos y reivindicaciones obreras donde sólo hay arbitrariedad y depredación. Estadísticas recopiladas por el Observatorio de Derechos de Propiedad de la Asociación Liderazgo y Visión nos revelan que el gobierno bolivariano suma ya la bicoca de 1.237 expropiaciones e intervenciones administrativas. El estado más perjudicado por esta escalada oficial, de dudosa legalidad, es el Zulia, con 492 casos. El Distrito Capital y Táchira le siguen, a cierta distancia, con 183 y 76 casos respectivamente.
La lucha contra el latifundismo y el fortalecimiento de la producción agrícola han servido como justificación para la expropiación de 633 fincas, hatos y terrenos. Sin embargo, la autenticidad de la excusa queda en entredicho cuando, en una investigación periodística del reportero Johnny Ficarella, oímos relatar que en la Hacienda San Luis (Calabozo, estado Guárico), expropiada en noviembre de 2009, únicamente se han cosechado cuarenta berenjenas durante un año. Con este avasallante ritmo de producción, y los innumerables contenedores de comida descompuesta de Pudreval, la seguridad alimentaria del pueblo venezolano está punto menos que asegurada… ¡En verdad, qué hermoso proyecto de país!
Pero la pulsión de muerte y autodestrucción, que según algunos representa la vida, no se detiene allí. El gremio empresarial informa acerca de 174 industrias y comercios expropiados en lo que va de año. El ex presidente de Conindustria, Eduardo Gómez Sigala, denuncia: «Las acciones gubernamentales han afectado a empresas eléctricas, mineras, petroleras briqueteras, hoteleras, bancarias, de construcción, de alimentos, telecomunicaciones y de entretenimiento, como el Complejo Teleférico del Ávila. Ninguna de estas empresas funciona mejor que cuando estaban en manos privadas. Muchas están paralizadas en su totalidad y varias de ellas, como Invepal, han tenido que recapitalizarse tres veces porque no salen de la quiebra y la ruina financiera».
Esta manía de meterse en todo, de controlarlo todo, le ha costado a la Nación cerca de 30 millardos de dólares, según cálculos efectuados por la consultora Econoanalítica. De esta deuda, sólo la mitad ha sido cancelada; principalmente a empresas de origen transnacional. Los mexicanos de Cemex y los argentinos de Ternium Techint han compartido la suerte de sus homólogos venezolanos.
La política de expropiaciones es complementada por una ubicua propaganda protagonizada por empleados jubilosos por la llegada del socialismo del siglo XXI a sus puestos de trabajo. Las personas que aportan su «desinteresado» testimonio se afanan en proclamar el fin de una época de negligencia, improductividad e injusticia capitalista, y el advenimiento de una etapa superior de felicidad y realización de la clase proletaria. Sin embargo, las crecientes protestas callejeras de los trabajadores de las estatizadas empresas del aluminio, reseñadas en los principales medios de comunicación, derrumban las pomposas mentiras revolucionarias. Lo cierto es que las nacionalizaciones robustecen la burocracia, coartan la iniciativa empresarial y no crean puestos de trabajo.
El futuro que les espera a estos trabajadores revolucionarios no resulta difícil vaticinarlo. Apunta Czeslaw Milosz, en su libro El pensamiento cautivo: «El trabajador socialista no puede defenderse contra la explotación de su nuevo patrón, o sea el Estado. Los representantes del sindicato (que, como todo lo que existe en el país, es un instrumento del Partido) y la dirección de la fábrica constituyen un cuerpo único, cuyo objetivo es aumentar la producción. Se les dice que la huelga es un delito: ¿contra quién irían a la huelga? ¿Contra ellos mismos?; pues los medios de producción y el Estado les pertenecen. Semejante explicación no es, sin embargo, demasiado convincente. Los objetivos del Estado no son idénticos a los de los obreros, a quienes les está prohibido decir de viva voz qué es realmente lo que desean».
Los oxímoros tienen sentido y lustre en el mundo de las palabras, entre los narradores de Borges. En el plano existencial, sólo son desmañados intentos de ocultamiento de las intenciones, de mistificación de la realidad. Los países invadidos por la pulsión autodestructiva se pierden en la noche de los tiempos cuando pretenden hacer del suicidio colectivo su proyecto de vida. Negar la propiedad privada y la iniciativa empresarial jamás conducirá a los ciudadanos al encuentro de una sociedad de iguales ni mucho menos al esplendor del sistema democrático.
Como nos recuerda el historiador estadounidense y experto en historia rusa, Richard Pipes, en su imprescindible libro Propiedad y libertad: «Un rasgo muy significativo en la antigua Grecia era la estrecha relación que existía entre la propiedad y la libertad política y civil. La amplia distribución de la propiedad, especialmente sobre la tierra, que era la principal fuente de riqueza productiva, hizo posible que surgiera en Atenas el primer régimen democrático de la historia. En el resto del mundo antiguo, el Estado era el dueño de los recursos económicos y, como resultado de ello, la población terminaba sirviendo al Estado, lo que le generaba numerosas obligaciones y no le garantizaba ningún derecho (...) La tendencia del mundo contemporáneo parece indicar que los ciudadanos de las democracias están dispuestos a entregar sus libertades despreocupadamente a cambio de la igualdad social (junto con la seguridad económica), sin tener en cuenta las consecuencias de esta decisión. Pero la pretensión de alcanzar la igualdad, irónicamente, no sólo destruye la libertad sino también la propia igualdad, pues como demuestra la experiencia del comunismo, los encargados de garantizar la igualdad social reclaman para sí privilegios que los elevan por encima del común de la gente. También trae como resultado una corrupción generalizada, porque la élite que monopoliza los bienes y servicios espera una compensación a cambio de su distribución».
En Venezuela, con el aumento de las expropiaciones, no progresa la economía. Tampoco la clase obrera. Avanza, eso sí, el proceso de conversión de individuos soberanos a personas del Estado. Una distopía que, de manera magistral, avizora el austriaco Thomas Bernhard en su novela Maestros Antiguos: «El Estado piensa, los niños son niños del Estado, y actúa en consecuencia y, desde hace siglos ejerce su efecto devastador. El Estado es quien da a luz en verdad a los niños, sólo nacen niños del Estado, ésa es la verdad. No hay niño libre, sólo hay el niño del Estado, con el que el Estado puede hacer lo que quiera. El Estado trae a los niños al mundo, a las madres sólo se les convence para que traigan a los niños al mundo, es del vientre del Estado del que salen los niños, ésa es la verdad. El Estado da a luz a sus niños en el Estado y no los deja ya. Vemos, adondequiera que miremos, sólo niños del Estado, alumnos del Estado, trabajadores del Estado, funcionarios del Estado, ancianos del Estado, muertos del Estado, ésa es la verdad. El Estado fabrica y permite únicamente seres del Estado, ésa es la verdad. El ser natural no existe ya, sólo hay seres del Estado y, donde existe aún el ser natural, se le persigue y se le acosa a muerte y se le convierte en hombre del Estado. La Humanidad no es hoy más que una inhumanidad, que es el Estado. Ésa es la verdad».

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1 Comments:

Blogger Kira Kariakin said...

Excelente disertación... la pregunta es por qué vamos tan blandamente al suicidio colectivo... por qué lo sentimos tan irremediable que la rebeldía es pálida frente a lo que pasa. Saludos

12:22 p.m.  

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