domingo, septiembre 05, 2010

Los cronófagos

Hábiles carteristas que se hacen de horas, minutos y segundos. Insondables agujeros negros que se tragan la luz de nuestros días y la tenue penumbra de nuestras noches. Lo curioso de los cronófagos es que afirman respetar nuestro tiempo, y acto seguido despliegan sus milenarias artes de embaucamiento para despojarnos lentamente del recurso más preciado.
Los cronófagos se alimentan de nuestro tiempo, son almas vampíricas que «nos quitan la soledad y no nos brindan compañía». De apariencia humana, estos sujetos son descendientes directos de dos males antiguos: el aburrimiento y el egocentrismo. No tienen conciencia de su naturaleza parasitaria, por lo que acostumbran fatigar los oídos de sus contertulios con chácharas interminables sobre lo valioso de su condición y lo elevado de sus sentimientos. Razón tenía el vienés Karl Kraus cuando señaló: «¡Con que maestría maneja un estúpido el tiempo! O lo pierde o lo mata. Porque nunca se ha oído que el tiempo perdiese o matase a un estúpido»
La taxonomía de los cronófagos es amplia. El representante más básico de la especie es el denominado «sujeto impuntual». Este individuo experimenta estremecimientos orgásmicos cuando somete a su víctima a minutos y horas de espera. También se solaza en la creación de todo tipo de justificaciones para explicar su tradicional dilación. Sin embargo, cuando por caprichos del destino la situación se invierte, y es el «sujeto impuntual» quien debe aguardar la llegada de otra persona, observamos como el simpático personaje de antaño se transmuta en una suerte de basilisco que brama por el respeto de sus derechos humanos.
Otro funesto cronófago es el «enamorado pelabola», un ser pavoso y miserable cuya afición es hacer de la pobreza un tour romántico. Todos lo hemos visto sentado en un apartado banquito de plaza, concentrado exclusivamente en meterle mano a su novia de ocasión. Todos lo hemos visto también en el cine, en los días de función popular, pedir un combo con dos pepsi y un conteiner de cotufas para compartir con su amada, porque la cursilería es su líquido amniótico, en ella flota y se recrea a placer. El «enamorado pelabola» sólo suelta a su víctima cuando prueba las mieles de la diosa fortuna. Entonces, con total descaro, hace suyas frases tan ocurrentes como: «No eres tú, soy yo», «Por Dios que no te merezco» y «Seguro que en otra vida nos volveremos a encontrar».
Una variante del cronófago amatorio es la «pareja disfuncional», aquella que nunca cambia pero se la pasa prometiendo que algún día lo hará. Se trata del celópata que no siente sospecha alguna por su cónyuge sino por los guarros que en todo momento la rodean; del agresor doméstico que, arrepentido, confiesa que los golpes fueron propinados «sin querer queriendo»; del promiscuo que jura, indignado, que no ha cometido infidelidad alguna y que jamás lo volverá a hacer.
Los viejos con proyectos y planes de negocios son también vampiros de nuestro tiempo. No se puede confiar en una gente dislocada psicológicamente por el infortunio de la jubilación, que siente, de repente, que el mundo le pertenece, que a los cincuenta años se puede desplazar a Bill Gates, que a los sesenta años están dadas las condiciones para emular a Lady Gaga. Pareciera como si en el fondo las pastillas para la hipertensión arterial, o los suplementos de calcio, fuesen una fuente de superpoderes. A su manera, estos emprendedores de la tercera edad tratan de superar la carencia de una pasión juvenil, de una vocación temprana.
Llegados a este punto debemos mencionar la lesiva presencia de las «eternas promesas»: personas que a pesar de haber estado precedidos, desde siempre, por exitosos vaticinios y halagüeñas proyecciones jamás han logrado despegar. Son tragedias familiares que nadie consigue explicar. ¿Qué error cometimos?, inquieren los padres. ¿Cuándo se pasmó la ilusión?, se preguntan los propios rezagados ¿Cómo regresarlos al buen camino?, tercian en el talk show las atribuladas víctimas de este cronófago.
También debemos referirnos a especímenes menores del inventario: las personas que se rehúsan a aceptar un «no» por respuesta, los sujetos monotemáticos que transfieren su fijación al grupo de amigos y conocidos, los individuos dispersos cuya logorrea convierte a cualquiera de sus oyentes en un caso preocupante de déficit de atención, los compañeros de oficina que organizan reuniones insulsas para simular que trabajan mucho, los obseso-compulsivos que malgastan su existencia engolfados en rutinas de repetición y procrastinación.
En su libro de memorias, En esto creo, Carlos Fuentes alude a un tipo extraño de cronófago, aquel que en un primer momento no se planteó apropiarse de nuestro tiempo: el amigo perdido. En palabras del novelista mexicano: «Lo terrible de la pérdida de la amistad es el abandono de los días a los que ese amigo les dio sentido. Perder a un amigo se vuelve, entonces, literalmente, una pérdida de tiempo. Con los años, miramos con nostalgia las antiguas horas de la amistad, como si nunca hubieran sido…».
Pero no sólo el tiempo individual puede ser objeto de robo. El tiempo histórico también es susceptible de ser secuestrado. La historia universal nos da cuenta de numerosos pueblos que vieron reducido su horizonte temporal como consecuencia de la acción irresponsable de líderes demagogos, que con pésimas administraciones sumieron en la pobreza a la mayoría de sus gobernados. A varias generaciones les tocaría pagar luego los ingentes costos sociales y económicos de estas tragedias humanas.
Los revolucionarios y los comunistas son por mucho los cronófagos más peligrosos, porque además de pretender controlar el presente y el futuro, desean hacerse también del pasado para reescribirlo a total conveniencia. Si existiese una dimensión paralela, de seguro les interesaría poseerla. Como señala Sándor Márai en ¡Tierra, Tierra!, otro excelente libro de memorias: «Los teóricos del comunismo fingen ignorar que no puede existir el comunismo sin el terror, porque un sistema cuyas dimensiones no son humanas sólo puede ser aceptado por la fuerza, por métodos inhumanos. Pero la crueldad es un opio que no puede abandonar quien lo ha probado. Y resulta necesario aumentar la dosis para obtener la misma satisfacción, igual que ocurre con las dosis de morfina o heroína».
Finalmente, es preciso señalar que el tejido institucional de un país no pocas veces se ve enrarecido por la filosofía cronófaga del burocratismo, el cual siempre encuentra un modo absurdo y surrealista de quitarles tiempo a los ciudadanos. Los empleados públicos consiguen transformar, con creatividad nada desdeñable, los inventos tecnológicos e informáticos en complejísimos modelos operativos que sólo producen malestar y dilaciones. En este sentido, Cadivi se yergue como la institución cronófaga por excelencia. Sus planillas, carpetas, etiquetas, separadores y numeraciones laterales son el modo más acabado de irrespetar el tiempo ajeno.
En una ocasión Karl Kraus señaló: «Existe un continente oscuro que envía descubridores». ¡Vaya que tenía razón! El cronófago es uno de ellos.

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2 Comments:

Blogger Señorita Cometa said...

Vampi:Te juro que no te estoy echando los perros, pero es que no puedo dejar de preguntarme como puedes seguir soltero con esa pluma? Me matas.

2:36 a.m.  
Anonymous Miguel Angel Santos said...

Vampiro, un gran abrazo! Sigue escribiendo, coño!< Con esos mensajitos como el de la señorita cometa!

3:50 p.m.  

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