miércoles, junio 05, 2013

El diario de un vasallo

Leemos en el prólogo de Los nibelungos (Alianza, 2009), obra fundamental de la literatura germana del siglo XIII, como los juglares de la época medieval decidieron sustituir, en sus poemas dramáticos, la antigua creencia helénica de un destino superior por otra fuerza igualmente fatal e inexorable: el vasallaje, un tipo de relación que «justifica el perjurio, la delación, la traición e incluso el crimen».
Sin esta noción del vasallaje no podrían entenderse las páginas de El diario de Georgi Dimitrov (Yale University Press, 2003), el dirigente más destacado del partido comunista búlgaro durante la primera mitad del siglo XX, quien llegó a ser secretario general del Komintern y colaborador directo de Josef Stalin.
Tal es la adoración que el vasallo siente por el dictador que no duda en efectuar largas anotaciones con las órdenes y reflexiones del líder soviético. En una entrada fechada el 7 de noviembre de 1937, el arrobado Dimitrov recoge las palabras de Stalin a propósito del vigésimo aniversario de la Revolución de Octubre: «Aniquilaremos a todos estos enemigos, aunque sean viejos bolcheviques, aniquilaremos a todos sus seres queridos, a toda su familia. Aniquilaremos a todos aquellos que atenten contra la unidad del Estado tanto de obra como de pensamiento (…) Es preciso liquidar a los trotskistas no sólo en la URSS, sino estén donde estén. ¡Hay que perseguir, fusilar y aniquilar a los trotskistas!».
De este modo, queda por escrito el recurso estratégico empleado por el tirano: el terror como instrumento de dominación. Pero hay otros métodos. Por ejemplo, el gusto por las instrucciones a medias, hechas con expresiones ambiguas, que someten a los colaboradores y subordinados al martirio de siempre tratar de descifrar la verdadera intención del jefe. Estas órdenes caprichosas privan a los subordinados de toda certeza e incrementan el sentimiento de dependencia y minusvalía intelectual.
El 7 de abril de 1934 Dimitrov anota la siguiente observación de Stalin: «Las masas innumerables tienen una psicología de rebaño. Sólo actúan a través de sus elegidos, de sus jefes». Y a pesar de pregonar que preside un régimen basado en sólidos valores ideológicos y revolucionarios, lo cierto es que Stalin prefiere no apartarse del pragmatismo en la acción política. El purismo marxista que quede, pues, para el viejito Marx. En una reunión con camaradas búlgaros y yugoslavos, el dictador comenta: «Ustedes tienen miedo de plantear la cuestión crudamente. Les impresiona el deber moral. Pero si no pueden levantar el peso histórico que les he asignado, tienen que admitirlo. No tienen que temer a un principio moral. Para nosotros no hay imperativos categóricos. La cuestión está en el equilibrio de fuerzas. Si eres fuerte, golpea. Si no, no aceptes el combate» (10 de febrero de 1948).
Finalmente, Dimitrov no oculta su admiración cuando Stalin ordena avanzar agachados, no proclamar el deseo de instaurar el comunismo sino esgrimir la excusa de la liberación nacional, porque «para los marxistas la forma nunca tiene un significado decisivo, lo que importa es el fondo de las cosas». 

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