miércoles, mayo 20, 2009

La risa y el comunismo



El chiste documentado más antiguo del mundo data del año 1900 antes de Cristo, de acuerdo con investigaciones realizadas por Paul McDonald, profesor de la Universidad de Wolverhampton. El hilarante relato, al menos a los ojos de los integrantes de la civilización sumeria, daba cuenta de una indiscreta flatulencia expelida por una mujer cuando retozaba en las piernas de su marido.
“Nuestro estudio demuestra como el humor ha variado a lo largo de los años, dado que algunas bromas han tomado el formato de preguntas y respuestas, mientras que otras se manifiestan en proverbios ingeniosos o acertijos. Sin embargo, lo que todas estas situaciones cómicas comparten es una disposición a abordar los principales tabúes de la sociedad y canalizar la rebeldía colectiva”, explica el académico británico.
Esta naturaleza subversiva de la risa ha determinado su reputación. A lo largo de los siglos, los jefes del poder temporal y los jerarcas del poder espiritual han sabido turnarse en las labores de satanización de la vis cómica. Bastaría con revisar el ensayo La risa en la Edad Media del francés Jacques Le Goff (contenido en la compilación Una historia cultural del humor) para saber que en las Reglas Monásticas del siglo V puede leerse, en el apartado dedicado al silencio (intitulado Las Taciturnitas), que “la forma más terrible y obscena de romper el silencio es la risa. Si el silencio es la virtud existencial y fundamental de la vida monástica, la risa es gravísima violación”.
Sin embargo, a despecho de lo que el común pudiese pensar, el humor no es lo contrario de lo serio, sino más bien de la solemnidad, la afectación, la pompa. Es harto sabido que aquellos sujetos que derivan su poder o autoridad del uso de símbolos externos reverenciales e intimidatorios requieren, sin excepción, de la existencia de un clima de gravedad institucional, de protocolo ceremonial. De ahí que el atribulado bando de los sometidos siempre haya visualizado al humor como «la tachuela sobre la que se sienta la majestad». O en frase feliz del imprescindible George Orwell: “El chiste es una pequeña revolución”.
Y aunque el creador del caballero Tristram Shandy consideraba que el hombre que reía jamás sería peligroso, Stalin no se llamó a engaño en torno al carácter contrarrevolucionario del humor. De hecho, no le tembló el mostacho a la hora de enviar a las cárceles soviéticas a más de 200 mil hombres como represalia por sus veleidades humorísticas. “Meterse a cómico” fue particularmente desacertado en la época de las purgas del padrecito de los pueblos, y en las represiones de las rebeliones húngara (1956) y checoslovaca (1958). Para principios de la década del sesenta, el comunismo ya había pasado de ser una esperanza redentora del proletariado universal para erigirse en el único sistema político en la historia de la humanidad que produjo su propia rama de la comedia, de acuerdo con el autorizado juicio del periodista inglés Ben Lewis, autor del libro La hoz y la cosquilla.
“El comunismo se convirtió en una máquina de creación humorística, entre otras causas, porque su fracaso económico y su obsesión por el control ciudadano precipitaron situaciones irremediablemente ridículas. Se trataba de un mundo absurdo, de un mal chiste. La teoría marxista de la producción no funcionó ni un solo día: ya en las primeras semanas había graves problemas de abastecimiento de alimentos y mercancías. Sin embargo, los periódicos oficiales se hacían los ciegos ante aquella realidad, y aprovechaban sus titulares para alabar el triunfo del socialismo real. El resultado de la desconexión existente entre los hechos cotidianos y la propaganda del régimen fue el nacimiento espontáneo de cientos de chistes”, comenta Lewis.
En su opinión, los mejores chistes fueron inventados en la Alemania del Este, porque eran precisos y disciplinados (chiste 1: ¿Por qué, a pesar del desabastecimiento, el papel higiénico alemán tiene dos hojas? Porque hay que enviar una copia de todo a Moscú; chiste 2: ¿Cuál es la diferencia entre el capitalismo y el comunismo? El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre. El comunismo es exactamente lo contrario). Los chascarrillos rumanos pertenecían a la tradición del humor negro (chiste 1: ¿Qué hay más frío en Rumania que el agua fría? El agua caliente; chiste 2: ¿Por qué Ceausescu organiza un desfile del primero de mayo? Para comprobar quién ha sobrevivido al invierno). Los checos se caracterizaban por ser certeros y surrealistas (chiste 1: ¿Cuál es el país más neutral del mundo? Checoslovaquia, porque ni siquiera interfiere en sus propios asuntos internos; chiste 2: ¿Por qué los checos son hermanos más que amigos de los rusos? Porque a los hermanos no se les elige). Los del gulag soviético se alimentaban del género del absurdo (chiste 1: ¿Cuándo se celebró la primera elección soviética? Cuando Dios puso a Eva al frente de Adán y le dijo: “Escoge a tu mujer”; chiste 2: Tres tipos están charlando en un gulag y acaban por hablar de los motivos por lo que han sido deportados. “Yo estoy aquí porque siempre llegaba tarde a trabajar y me acusaron de sabotaje”, dice el primero. “Yo estoy aquí porque siempre llegaba cinco minutos antes a trabajar y me acusaron de espionaje”, afirma el segundo. “Yo estoy aquí porque siempre llegaba puntual y descubrieron que tenía un reloj americano”, exclama el tercero).
En América Latina destaca el estudio hecho por Samuel Schmidt. En su libro Humor en serio: análisis del chiste político en México, el investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad de Juárez llega a conclusiones de gran relevancia: los chistes políticos establecen muchas veces el tono de las expectativas sociales, inclusive mucho antes de que lo hagan los especialistas en estudios de opinión pública; el humor político esconde el deseo de la élite opositora o gubernamental disidente de producir una discusión de carácter público, sin que tengan por ello que comprometerse visiblemente o arrostrar los costos institucionales de la discrepancia con el poder; sin embargo, otro hallazgo es que el chiste político es unidireccional, y por tanto no da lugar a un debate público. De todas las reflexiones de Schmidt, la que resulta más perturbadora es aquella que señala que el humor político torna a las personas más propensas al conformismo social: “Mientras me pueda reír de este asunto no me hace falta combatirlo políticamente”.
¿Qué es un humorista? -me pregunto- ¿Un hábil contrarrevolucionario, un fatuo tonto útil o un ocurrente bufón? ¿Para quién representa un peligro? ¿Para el poder, para el pueblo, para sí mismo? Laureano Márquez sostiene que la risa se torna peligrosa cuando nos sirve para perder el miedo. Siempre he visto en el humor un contrapoder, de ahí que jamás haya entendido el vano empeño de algunos personajillos de despertar la reflexión humorística entre una y otra lamida de bota.
Cuenta Diógenes Laercio que el gran filósofo cínico Diógenes de Sínope decidió hacerse respetar entre los representantes más eminentes del poder y del saber: Alejandro Magno y Platón. Es bien conocida la contundente réplica de Diógenes cuando, sentado al sol, oyó que el heredero y máximo exponente del imperio macedónico le dijo: “Pídeme lo que quieras y lo tendrás”, a lo que éste respondió: “Que te apartes un poco, ¡me estás tapando el sol!”.
Ya lo dijo el filósofo francés Michel Onfray: “El humorismo es estética y ética a la vez”.

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