miércoles, septiembre 17, 2014

El arte de no decir la verdad

Quizás por el recargado sentimentalismo de los demagogos y lo desmañado de sus procederes políticos, la mayoría de los ciudadanos se muestra refractaria a concederle al fingimiento un carácter artístico.
Tal es la mala fama que signa al fingimiento que antiguas virtudes sociales, como la cortesía, la prudencia y la moderación, son hoy satanizadas por el pueblo llano, por observar en ellas manifestaciones contrarias a la espontaneidad y la franqueza.
Sin embargo, la impostura cumple una importante función en la vida de una colectividad, porque refrena la belicosidad contenida muchas veces en las primeras impresiones, diferencia al hombre de la bestia y aleja la posibilidad del enfrentamiento permanente entre personas o grupos con ideas y costumbres diferentes. En este sentido, la prédica insistente de la tolerancia no es más que un velado homenaje de las sociedades al fingimiento, porque para todos es sabido que lo ideal sería pronunciarse siempre a favor del respeto. Pero, como reza el tópico, algo es mejor que nada.
En este contexto dominado por la cultura de lo «políticamente correcto» conviene detenerse en la pertinencia del razonamiento del periodista polaco Adam Soboczynski en El arte de no decir la verdad (Anagrama, 2011): «El arte del fingimiento se parece a la lectura cuando nos dejamos absorber por ella, o al amor cuando creemos ver el mundo a través de los ojos del otro (…) el que finge se comporta como Proteo, el dios de los mares, que puede transformarse en un león, una serpiente, un leopardo, un cerdo, en agua o en árbol. El que finge es capaz de infiltrarse en temperamentos ajenos, en los deseos de su enemigo, en otro sexo o en la trayectoria vital de sus competidores. Y, cuando es necesario, es capaz de apropiarse de estos papeles como el actor al que, en pleno arrebato creativo, ya no reconocemos como la persona que es fuera del escenario».
Compuesto como una colección de 33 historias personales aparentemente inconexas, con capítulos singularizados en la mejor tradición de los textos de autoayuda («Mostrar interés»«Simular un acuerdo»«Aprovechar el momento oportuno», entre otros títulos) y un estilo de redacción a ratos comparable con el desarrollado en los casos de estudio de la Universidad de Harvard, El arte de no decir la verdad es un libro desconcertante para los amantes de los géneros literarios puros.
Es una novela atípica, en particular por el modo de presentar a los personajes, cuyas circunstancias individuales deben reconstruirse a partir de relatos fragmentarios. La ruptura cronológica se disfraza, en esta ocasión, de antología de relatos moralizantes. Por ejemplo, hay que leer casi treinta historias para enterarse de que el sexagenario Heinrich Walter, agente inmobiliario, protagonista del segundo capítulo («Controlar los arrebatos»), es padre de Anja, la chica que encontramos en la recreación de una malograda entrevista de trabajo («Nunca parecer perfectos»), pero también en una escena de celos en medio de un reencuentro de amigos («Abandonar la fiesta en el momento justo») y como confidente de una diseñadora gráfica de escasa suerte con los hombres («No hacerse nunca pesado»). No es el único caso: hay que leer cuatro historias para saber que Kirsten, la compañera de residencia del arquitecto Stephan Karst («Hacerse el ofendido de vez en cuando») y fugaz amante de un joven llamado Christian («Mostrar indignación moral»), es la novia formal de Sacha, el abogado defensor de la madre de Stephan Karst en un pleito laboral por jubilación forzada (capítulo 23: «Poner furiosos a los demás»).
Soboczynski confecciona un amplio catálogo de hombres y mujeres hijos de la «posmodernidad», etapa supuesta de la raza humana donde ilusiones tan mundanas como el orden, la certeza o la seguridad son por siempre postergadas. «Somos la última generación que todavía podrá vivir por un breve espacio de tiempo del milagro económico de sus abuelos», se nos advierte en el capítulo tercero.
El estigma social de la soledad, la angustia por saciar deseos contradictorios, el miedo a la depresión y otros derrumbamientos del alma, la impotencia frente al envejecimiento y la presión psicológica por mantener el paso de los demás —los supuestamente triunfadores— constituyen el leitmotiv de las vidas narradas por el novelista polaco. El resultado es un conjunto de duros retratos de la clase media alemana: un hombre que en las postrimerías de una fiesta debe capear con galanura el acoso sexual de una borrachita poco agraciada; un joven que escucha con estoicismo las cuitas sentimentales de su compañera de cuarto para finalmente  manipularla y tener sexo con ella; un político que se ve obligado a ofrecer disculpas a su principal contendor electoral por unas declaraciones citadas fuera de contexto; un iluso enamorado que para ganarse el corazón de una mujer infiel le confiesa las aventuras sexuales del novio; un cesanteado que abandona el puesto de trabajo en medio de gritos y empellones; una madre que inocula sentimientos de culpa en su hijo; un empleado que se busca la ruina por responder de un modo impulsivo un correo electrónico; un académico entrado en años y una joven investigadora que son sorprendidos en plena cópula; un periodista del corazón que por su enfermiza suspicacia es engañado con la verdad; una mujer que se queja de la fama súbita de un novio que abandonó por fracasado; una femme fatale que engatusa al camarero de un café para fumar en su local y ganar una apuesta…
«La movilidad es frenética, la competencia feroz, pero el fingimiento resplandece por doquier: el mundo nunca ha sido tan amable; raras veces ha venido envuelto en tan dulces palabras. El colérico pertenece al pasado; el futuro es de los seductores. En tiempos de convulsión social hace su aparición el artista del fingimiento (…) Nadie se rebela. No se amotina el empleado, tampoco el profesional liberal ni el autónomo económicamente dependiente. Sólo las clases más desfavorecidas se arrastran de vez en cuando por las calles de la capital, en grupos dispersos y desolados, armados con pancartas deshilachadas, silbatos y aliento a alcohol. ¿Rebelarse? Eso pertenece al pasado. ¿Rebelarse contra quién? ¿Contra el jefe que atiza con el látigo a los empleados? ¿Deberíamos entrelazar los brazos y derribarlo? Impensable: ya no existe el jefe contra quien dirigir la ira; ahora es la persona más amable del mundo. Además, no existe ningún Nosotros. Existe el Yo, el Yo acorazado que lucha hábilmente por su carrera. El enemigo ya no se sienta arriba; arriba ya sólo está el cielo. El enemigo se sienta al lado, en la misma planta llena de mesas de oficina. Es lo que se llama jerarquía plana. ¿Cómo hay qué comportarse para imponerse? Siempre con una sonrisa. El hombre versátil de nuestro tiempo no hace jamás lo que finge hacer. Se comporta como el camaleón: adopta el color de la piedra sobre la que reposa. El hombre de hoy en día, se dice, es rápido de reflejos, no tiene ataduras con el lugar donde se encuentra y tiene capacidad de adaptación. Conceptos muy acertados, sin duda. Se trata de conceptos propios de la vida aristocrática, de cuando el cortesano era enemigo de todos los demás cortesanos, labraba su carrera con ahínco o rivalizaba por una conquista amorosa. En la corte ya no era el caballero de antaño, que luchaba con lanza y espada; ahora, sus armas eran las palabras atinadas y los gestos maliciosos. Igualmente, ya nadie profiere eslóganes en el matadero de la calle, sino que se camufla en su vida diaria detrás de la amabilidad», filosofa el cínico narrador de Soboczynski.
El lector familiarizado con las máximas moralistas de Gracián («Tan importante es una lúcida retirada como un ataque esforzado»), de La Rochefoucauld («La modestia es una virtud que apreciamos sobre todo en los otros») o de Baltasar de Castiglione («El verdadero arte es el que no parece serlo, y no se ha de poner estudio en otra cosa que en ocultarlo»), se dará banquete con las sentencias formuladas por Adam Soboczynski. A continuación una pequeña muestra:

v  El que quiere adular al narrador, lo escucha atentamente
v  Al emprender cualquier proyecto, resulta útil ser subestimado
v  Todo lo que uno le resulte enojoso debe hacerse en secreto
v  El peor peligro en una entrevista de trabajo no es dejar una mala impresión, sino todo lo contrario: dejar una impresión demasiado buena
v Pocas cosas complacen más a los jefes que las pequeñas inseguridades de los subordinados
v  Un jefe nunca debe ser puntual en una negociación de sueldo
v  Inteligente es aquel que es capaz de ocultar a tiempo su inteligencia
v  Ninguna estrategia se ha de llevar al extremo, ningún arte se debe convertir en un conjunto de trucos evidentes
v Ofenderse, ya sea por una frase o por un hecho, sirve de bien poco. Hacerse el ofendido, en cambio, puede resultar muy útil. Pues pocas cosas atan más a los demás a nosotros que su mala conciencia
v Hay que vivir siempre de tal modo que se pueda reclamar a los demás una factura atrasada: estar rodeado de deudores significa tener poder
v  El arte de dosificarse es el arte de pensar en el objetivo final
v  No se puede ganar siempre. Lo ideal es sufrir derrotas muy de vez en cuando
v  Aquel que pretenda indignarse moralmente que tome nota: siempre debe investigar antes de expresar opiniones éticas para determinar si su arma tendrá efecto en el destinatario
v Muchas parejas fracasan porque uno de sus integrantes experimenta un cambio drástico en su vida, ya sea por propia iniciativa o por casualidad, ya sea a mejor o a peor
v  Una regla básica del comportamiento humano:  uno sólo consigue despertar confianza en los demás si les da a entender que comparte sus intimidades
v  Las ganas de confiarse sin tapujos a los demás son terriblemente perjudiciales
v  Las declaraciones de amor prematuras ponen en fuga a la persona deseada
v  Los simpáticos son apreciados por su facilidad de conversación y su contagioso buen humor. Su punto débil: con frecuencia son más amados que deseados con pasión erótica. Su punto fuerte: a menudo son subestimados.
v  Los misteriosos tienen mucho poder. Crean relaciones de dependencia destructoras. Su punto débil: con frecuencia son más deseados con pasión erótica que amados. Su punto fuerte: a menudo son sobreestimados
v  La ausencia es aquello que hace posible que uno desprenda cierta aureola. Lo que despierta nuestro interés es la dificultad de ver al otro. La dificultad de verlo, su desaparición bien calculada, son los fundamentos de la fama del poderoso
v  El que confiesa titubeante su atracción a una mujer, por ejemplo con las palabras: «Esto… sabes… tú me gustas mucho», y recibe como respuesta: «Y tú a mí, pero por favor no me malinterpretes, sólo como amigo», no debe reaccionar jamás enfadado ni con extrema frialdad, sino siempre con serenidad. En el rostro del rechazado únicamente debe adivinarse un ligero atisbo de tristeza melancólica, un orgullo que conmueva íntimamente a la amada. ¡Cuán a menudo, tras una primera negativa, se invierte la situación!  La desagradable tensión que presidía el ambiente, y que tenía su origen en la incertidumbre sobre la naturaleza de la relación, parece haberse esfumado: el seamos amigos, pues, se ha impuesto. Y, para brindar por la amistad, se pide una copa de vino. Y otra. Hay risas. Y de pronto los cuerpos se encuentran. Aquel que, lleno de indignación, abandona antes de tiempo la mesa de juego del amor es un mal perdedor que tenía en su mano la victoria
v  ¿Qué es la vida? Un campo minado. ¿Y el fingimiento? La condición necesaria para nuestra ascensión. ¿Y qué es el amor? El más bello de los engaños.

En mi opinión, uno de los mejores capítulos de El arte de no decir la verdad es el número diecisiete («Utilizar el humor»). Aquí Soboczynski describe una reunión de agentes inmobiliarios de la empresa de bienes raíces Wanders GmbH & Co.KG. Es la historia de una discusión acalorada que queda zanjada por la respuesta jocosa de una astuta ejecutiva. El incidente le sirve al autor de pretexto para ensayar algunas teorías acerca del humor: la habilidad más difícil de cultivar para los artistas del fingimiento. Afirma, entonces, que la persona con sentido del humor destaca por la rapidez de sus pensamientos, sus reflejos intelectuales y su espontaneidad.
«El humor tiene un doble efecto: hace que uno parezca simpático ante los espectadores, y así disfraza el hecho de que, a menudo, se utiliza no para el disfrute general de los presentes sino para herir a un contrincante (…) El humor bien administrado gusta tanto que hace que se disculpen rasgos que normalmente resultan odiosos», se indica en el capítulo.
Soboczynski, finalmente, le revela al lector que la decisión tomada bajo el influjo del humor resultó catastrófica para la empresa inmobiliaria y le reportó cuantiosas pérdidas. Acto seguido, esta información sirve de contexto para una aguda reflexión: «Este desafortunado desarrollo de los hechos, sin embargo, no desmerece en nada el poder del humor. Simplemente subraya su peculiaridad: el humor tiene tendencia a prescindir del sentido común. Es injusto, creador de mayorías, antidemocrático y quintaesencia del poder del carisma».

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2 Comments:

Blogger Señorita Cometa said...

No me queda mas remedio que leerlo ;) Saludos, vampi!

2:40 a.m.  
Blogger Rafael Jiménez Moreno said...

Señorita Cometa, siempre me alegra tu visita a la página. Recibe mis mejores deseos para ti y los tuyos.

10:33 a.m.  

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