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En pocas horas los venezolanos tendremos la oportunidad de decidir la continuidad del sistema democrático. Para ello deberemos desafiar los múltiples tentáculos de un poder con vocación totalitaria, que no cesa de jactarse, de manera pública y notoria, del dominio ejercido sobre cada una de las instancias civiles y militares relacionadas con el hecho electoral.
El gigantesco aparato propagandístico del gobierno no ha perdido tiempo en masificar su mensaje con una atractiva premisa: más poder para el pueblo. Sin embargo, todo aquel ciudadano que se anime a dejar de lado el tarareo de tan pegajosa consigna, y proceda a realizar una lectura serena del texto final de la reforma constitucional, de seguro identificará la existencia de graves y cuantiosas contradicciones, las cuales, en su conjunto, sirven para retratar de cuerpo entero a un líder embriagado de cinismo, o en el mejor de los casos presa de reiterados ataques amnésicos, que procura alcanzar objetivos que en todo momento negó perseguir.
De aprobarse estos nuevos artículos constitucionales, desconocidos olímpicamente hasta por los legisladores que en mala hora usurparon las atribuciones del poder constituyente, la instauración de una tiranía en nuestra querida tierra de (des)gracia sólo dependerá de la buena fe del gobernante de turno, ya que los diferentes dispositivos de control y seguimiento institucionales han sido aniquilados en la práctica, debido a su oscura vinculación con la satanizada ideología liberal burguesa. Toda una fría operación de mutilación política que transforma nuestra democracia representativa (un diseño configurado por varias magistraturas), no en una democracia participativa (¿nos preguntamos cuáles serán los beneficios reales que le brindará a las comunidades un poder popular burocratizado y adscrito a la presidencia de la república?) sino en una monarquía representativa, que busca legitimarse en el engañoso silogismo, de estirpe ceresoliana, que reza: el pueblo es el soberano; Chávez es el pueblo; luego, Chávez es el soberano.
Inesperada parusía de Simón Bolívar, Hugo I se convertirá en el amo de facto y de derecho de la nación venezolana. Sin embargo, como bien dice el autor de La Peste y El Extranjero: “El amo no sirve para nada en la historia como no sea para suscitar la conciencia servil”. O en palabras de Carl Gustav Jung: “El individuo está privado de manera creciente de su decisión moral en cuanto a cómo debe vivir su vida y, en su lugar, está reglamentado, vestido, alimentado y educado como una unidad social. El Estado se convierte en una personalidad cuasianimada, de la que se espera todo. En realidad, sólo es un camuflaje para aquellos que saben cómo manipular a las masas”.
Aunque los vasallos juren por mil cruces haber cerrado un negocio redondo, al ofrendar parte de sus libertades por el mantenimiento temporal de las rentas o privilegios arrebatados al Petroestado, ora en misiones, ora en políticas irreales de corte demagógico, ora en jugosas contratas de construcción, ora en bonos del sur, lo cierto es que sus humillaciones no terminarán con esa transacción. Sus concesiones apenas han comenzado. No ha habido trueque ni cambalache. En realidad, lo que ha quedado registrado en el libro oculto de contabilidad es una insignificante amortización de la deuda contraída.
Si lo dudan, allí están los ejércitos de empresarios, estudiantes, docentes, profesionales, sindicalistas, buhoneros, aborígenes, campesinos, fundadores de ONG, periodistas “veraces”, afrodescendientes, homosexuales y pacientes de enfermedades crónicas que, como modelos de un infomercial de medicina sistémica, tienen la obligación de contribuir con sus testimonios “voluntarios” a las actividades de campaña electoral acometidas por el líder fundamental; una gira promocional de proporciones sólo equiparables al Tour RBD o al reencuentro de las Spice Girls.
De todos estos “llenazos” del fenómeno pop del momento, Chávez Forever, quisiera destacar el encuentro organizado con las glorias del deporte nacional. Allí, en un cuadrilátero improvisado en el Forum de Valencia, el ex campeón de boxeo Betulio González, escenificó una pelea simbólica con un contendiente del NO, que fue despachado con apenas tres puñetazos. Sin embargo, lo mejor del espectáculo no fue el falso nocaut, sino la oportunidad de disfrutar del largo silencio hecho por el locutor interno del evento tras narrar el primer golpe del boxeador zuliano. Sin duda, el pobre sujeto había cobrado conciencia de la pavosa imprudencia de la dirigencia chavista: el permitir al pueblo venezolano recordar el histórico instante boxístico cuando el fallecido Miguel Thodee acuñó con su voz grave la profética frase: “Pega Betulio, pega Betulio... se cayó Betulio...”
En fin: Los psicoanalistas lo llaman acto fallido. Los especialistas del resto de las ciencias sociales, más categóricos, le dicen pisarse una bola....
Etiquetas: Democracia, Libertad, Totalitarismo