jueves, diciembre 07, 2006

Confesiones de un cursi

Hay días en los que pienso que la diferencia entre lo romántico y lo cursi estriba en que lo romántico siempre se le ocurre a los demás, mientras que lo cursi invariablemente pertenece a mi autoría. Y es que basta que pronuncie el poema más excelso, o susurre el requiebro más apasionado, para que el arma de seducción, otrora invencible, comience a lucir su amellado filo.
En muchas ocasiones he presenciado cómo inteligentes y sensibles damas caen, transidas de placer, a los pies de unos sujetos que, en alarde de distinción y buen gusto, les dedican al oído sublimes melodías del tipo: “Tú eres mi cachorrita mamá, yo soy tu perro y vengo a morderte…” o “desnúdate mujer, que quiero ver también el aire que tú tienes cuando haces el amol (sic)”…
Pero basta que este servidor (para nada) le dedique a su enamorada algunas canciones de arrobado sentimiento como, por ejemplo, El día que me quieras, Loco, o, más recientemente, Tu amor me hace bien, de Marc Anthony, para que la fémina en cuestión grite en medio de la pista de baile: “Pero bueno ridículo qué es lo que te pasa. Si te vas a poner baboso y sádico me vas avisando, porque, lo que soy yo, arranco de aquí, triple feo”.
La suerte no me cambiará mucho si, apelando al Eduardo Galeno de El libro de los abrazos, me da por decirle a mi dulcinea: “No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta”; porque rápidamente un brusco codazo terminará por liberar mi atragantado gaznate. Y allí, magullado, reducido por la violencia de los amores contrariados, de nada me valdrá decir con Quevedo que “el alma su cuerpo dejará (…) más no su cuidado / serán ceniza, más tendrá sentido / polvo serán, más polvo enamorado”.
Porque además, si en un esfuerzo de creatividad, se me ocurre organizar una velada romántica al aire libre, seguramente mi amada no perderá la oportunidad de insinuarme el frío que tiene o el calor que la agobia, cuando no directamente me comunicará su malestar por las plagas que no paran de molestar, o por las chicharras que, desde lo alto de los árboles, no dejan de miccionar. Aunque para ser sinceros, y aquí entre nos, yo también ando en eso. Sólo que lo hago fuera del perol.
Confieso pues que he sido un cursi, y que si por ello jubilaran, este diciembre estaría cobrando tremendo aguinaldo. Y es que he llevado serenata y regalado flores; he pintado grafittis y dedicado canciones; he obsequiado cachorritos y comprado franelas iguales. Casi puedo afirmar -¡vaya, quién lo diría!- que todo lo he hecho por amor, y sin embargo nada de ello me ha servido para conquistar a mi princesa.
Definitivamente, el gen del romanticismo no forma parte de mi ADN. No tengo ese don. Desconozco por completo la gramática de la seducción. No sé dónde van los acentos. No sé dónde poner las comas. Como los estudiantes piratas, todo lo escribo en mayúsculas. Comparto con dolor las palabras de aquel oscuro poeta francés citado por Antonio Lobo Antunes: “El amor es un verbo imposible de conjugar dado que el pretérito no es perfecto, el presente es poco indicativo y el futuro condicional”.
O mejor aún, siguiendo la declinación verbal propuesta por el inmortal Don Mario Moreno, Cantinflas: “Yo amé, tiempo pasado; yo amo, tiempo presente; yo amaré, tiempo futuro; yo amo sin ser amado, tiempo perdido”.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

La cursilería es un arte del que somos involuntarios cultores, amigo Vampiro. No sé si ha notado que es un gremio en franco crecimiento, por lo que pronto podríamos incluso hacernos con el poder... ahora sí: flower power.

Arriba Camilo Sesto, abajo "Galán de Burdel".

Un saludo.

9:58 a.m.  

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