Noche de plomo
La represión comenzó simultáneamente con una cadena del señor Nicolás Maduro. Una lamentable aparición pública de un político que cree que con amenazas puede sortear el grave problema de gobernabilidad causado por el auge delictivo, la impunidad hamponil, la alta inflación, la escasez de productos básicos, el elevado desempleo, la criminalización de la disidencia ideológica y el desbordamiento de la violencia paramilitar (a esto se sumará, en breve, los efectos inflacionarios de la devaluación implícita en la creación del llamado Sicad 2). Al inaceptable bloqueo informativo que padece la sociedad venezolana se agregan dos ignominias: la negativa a autorizar divisas para la compra de papel periódico y la penosa circunstancia de contabilizar dieciocho reporteros agredidos, más doce detenidos, en ocho días de protestas callejeras.
El gobierno ordena el arresto de Leopoldo López y persigue a dos integrantes de la dirigencia del partido Voluntad Popular bajo la excusa de haber promovido actos de violencia y de incitación al odio social, pero nada dice de la convocatoria a la «ofensiva fulminante» por parte del gobernador militar del Estado Carabobo, Francisco Ameliach. Tampoco procede a arrestar a los pistoleros claramente identificados en el video presentado por el equipo de investigación del diario Últimas Noticias. En las páginas de opinión de este mismo tabloide, la Fiscal General de la República afirma que el pasado 12 de febrero siempre estuvo presta a recibir a una comisión de estudiantes en su despacho. Miente. Fue su negativa a cumplir con un acto meramente administrativo lo que terminó por precipitar los acontecimientos terribles ocurridos en las inmediaciones del Ministerio Público.
La noche de plomo que nos sacude está hecha de tantas imprudencias similares, de tantos desaires y atropellos cometidos por personas que olvidaron su condición de servidores públicos para adoptar, en mala hora para la democracia venezolana, una intransigente postura de verdugos e inquisidores, cuando no de proxenetas y traficantes. Se emplea mucho el símil de los hermanos que riñen entre sí. No es apropiado. Un país dividido se asemeja más a un siamés. La aniquilación de una parte de la población no equivaldrá, simbólicamente, a la muerte de uno de los gemelos. La separación de los siameses terminará con la vida de ambos. Esa es la verdad.
Etiquetas: Dictadura, Muertes, Persecución
1 Comments:
Grande Vampiro. Me gusta mucho tu redacción, me falta mucho por aprender.
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